jueves, 1 de noviembre de 2012

Penélope en el balcón CUARTA PARTE

...Viene de la entrada "Penélope en el  balcón" TERCERA PARTE


Candelario, Sala y alcobas  de Ruth M, Anderson, del año 1925

Fondos de la Hispanic Society of America.

Despertó doña Rosario rayano el alba. Apenas apreciaba diferencia entre su conciencia y el sueño, como si las lindes que dividen lo real de lo onírico tuvieran apenas espesor; como si  cada día que pasaba los paredones que las señalan fueran más  de aire. 

Pero en las madrugadas los dolores de su cuerpo la  restituían al mundo. 

Pensaba que gustosa prescindiría de él, de ése cuerpo que con tan buena servidumbre y nobleza le había llevado por sus noventa años. Sí, sería buena cosa dejarlo a un lado como se deja un cachivache en el desván, sobre todo en las heladas del invierno, cuando los huesos aporrean el alma pidiendo los intereses vencidos como un avaro rentista. Y es que llega un momento, pensaba la mujer, en que el asunto se torna y es el cuerpo el que exige servidumbre, y en atenderlo, y en sobrellevar sus desvíos, se van enteras las horas. Sí, quería  que la dejaran vivir sus últimos años en la memoria, y decía a menudo que sería buen apaño prescindir de las flojas carnes, como se desprende del suyo la oruga y deviene mariposa. 

Se levantó, abrió los postigos de la ventana y los tímidos jirones de la aurora comenzaron a vestir los objetos  de la estancia: la jofaina, la cómoda de nogal,  el tosco armario con sus lunas, las sillas de roble que un día hiciera el abuelo, los visillos que tan fina tamizaban la luz, la colcha bordada, los catres de latón del ajuar de su madre, los retratos de los que se fueron, las fotografías alegres de los que llegaron y dormían en la casa; el libro de poemas de don José María Gabriel y Galán que le había prestado voz a sus sentimientos, el cuadro ovalado del Sagrado Corazón...Y demás cosas mínimas que con tan cumplido oficio la habían acompañado hasta allí.

Y eso era la vida, se decía: querencia, recuerdo, un poco de dolor, y espera.

Oyó el  chirrío de las bisagras de la cancela del huerto del vecino que entraba a regar, el cornetín marcial del gallo de la señora Margarita y, enseguida, como para entra en gresca, las campanadas de la iglesia.  La anciana celebraba cada comedido sonido como una música  de alborada, y se decía que mientras  los oyera todo iría bien; que esos eran los portones por los que entraba en la parcela de cada día, esos los ciertos mojones de su existencia.

Eran las seís, y aún faltaba una hora para que Juana, su hija mayor, la llamara para desayunar. Se propuso esperar leyendo, pero su mente era un revolotear de reminiscencias. Tendió su mirada, aún ofuscada por el sueño, hacia uno de los rincones de la sala, aquel donde había colocado el arcón bajado del sobrado. Lo veía, pero en realidad su mirar era vuelto hacía sí, abismal; como si bajara de nuevo a los días de la infancia...

A esa misma sala había regresado enojada, al poco de marcharse hacia la capital de la provincia el soberano y su expedición. Ella, sus amigas, y gran parte del vecindario, habían quedado un tanto desangelados con la partida. Pasadas las henchidas horas de aquella visita, se les antojaban escuálidas las que llegaban ahora mendigando la atención. 
Había entrado entonces Rosarito  y se había arrojado sobre  una cama. Se volteaba enrabietaba y haciendo rabiar al armazón y a los los muelle de la cama, cuando reparó en un leve fulgor en un rincón, al fondo de la estancia. Se había acercado, y allí, delatado por la luz , brillaba en el solado un pequeño objeto. Lo había cogido, lo había acercado a la ventana para ver que era un botón  dorado que refulgía alegre al sol del mediodía.

En su centro tenía el botón un dibujo grabado que parecía una flor de tres pétalos. La niña había sonreído, y este descubrimiento había cambiado todo su berrinche en curiosidad, en intriga, en una elemental alegría.

La  Alberca. Corte de Honor para Alfonso XIII.
 En el Solano Inferior, en espera de  su salida de la Iglesia, el 25 de junio de 1922.

 Del libro "La Alberca, Monumento Nacional" del Padre Manuel Mª de los Hoyos, de 1946.


Llevó desde ese instante el botón con igual celo que las beatas sus medallas y escapularios. A nadie dijo nada de su hallazgo.  A cada poco, cuando nadie la veía, lo hacía lucir al sol, y en sus juguetones destellos se embelesaba. 

Pero pasadas una semanas, sintió que la intimidad, y sobre todo la celada posesión, le iban restando devoción a su prenda. Decidió así compartir el secreto con sus dos amigas. Pero éstas no le encontraron valor a su confidencia. Entonces Rosarito hubo de coser a sus palabras flecos fantasiosos, pues ya sabía que los añadidos escabrosos lustran más las cosas que el mismo oro. Les contó que efectivamente el rey había dormido en su sala, por lo que sólo podía ser de él. Seguro que era un botón de alguno de sus uniformes, como los que las tres conocían de los cuentos, y que sí, que en Babeca no se los había puesto, pero, bien lo sabía ella, llevarlos, los llevaba en su baúles. Además, añadió, la guardia civil había estado en su casa preguntando por - aquí subió la voz- tan preciada insignia, y se sabía que por ello habían encerrado a uno en Ciudad Rodrigo, y si no, que preguntaran. 

Y si no esto, algo similar les diría para que las dos mocitas entrasen entusiasmadas en la confidencia. 

Convinieron en que cada semana lo guardaría una. Vinieron a formar las tres en torno a su prenda la más celosa hermandad. De vez en cuando, como siguiendo el curso de una lógica soterrada, se obligaban las niñas a inventar inflados cuentos sobre las pesquisas de las búsqueda del áureo objeto, que ya para entonces, era sabido, abarcaba todo el reíno. 

Mas a los pocos meses, los artilugios verbales de la imaginación infantil no conseguían cebar el rédito que les aportaban esas historias. Empezaron a pensar qué hacer con el botón, al que cada día veían más pequeño. Como más inclina el tedio que el arrepentimiento, sus dos amigas decidieron que lo mejor era devolvérselo a su dueño. La guardia civil les asustaba, y a las gentes del pueblo no se querian exponer, pues esas cosa duran luego mucho, o para siempre. Y al alcalde ninguna  quería enfadar, con lo que había representado para él la visita real, y además: le conocían el genio. Por lo que la mejor solución era envolverlo en un pañito, meterlo en un sobre, poner: "El Rey, Madrid" , echarlo a la gran boca del león,  y seguro que por La Posta le llegaba. 

Y si lo abrían en la estafeta, y se perdía por ese Madrid, y si llegado hasta el palacio desandaban el camino y venían por ellas, dijo muy seria una de sus amigas. La otra comentó que, como a ella le dijeron una vez que hurtó una baratija en un tenderete de las fiestas, sólo se remedia el mal de quitar dando más de lo que se ha tomado con malas mañas. 

Sería por  todo ello,  o porque las tres se miraron y se adivinaron la misma pena, que  siguieron quedándose el botón de luciente oro para empezar  a enmendar su falta. 

Y con este empeño enhebrado en la aguja de sus voluntades, prosiguieron la costura de sus vidas.


Joven albercana.
Foto cedida por Lola López Gil


Continúa...



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