viernes, 9 de noviembre de 2012

La casa de los pronombres

Los límites  de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

Ludwig Wittgesntein
TRACTATUS LOGICUS-PHILOPHOFICUS


Ilustración de Quint Buchholz.
"¡Ah!, ¿Así que éstas son las plantas de las que tanto hablo en mis poemas?, he leído -no sé donde, cuándo ni a quién-  que dijo el poeta Rubén Darío cuando alguien le  mostró unas:  "Plantas acuáticas de la familia de las Ninfeáceas, con hojas enteras,acorazonadas o casi redondas,que flotan en la superficie del agua; con flores amarillas o blancas, terminales y solitarias, de frutos globosos...", que flotaban livianas sobre una agua adormilada, y de las que dan cumplida referencia los diccionarios.


Y sería verdad, y aunque no lo haya sido, merecería la pena inventar a alguien, que naciera en una época donde el maná de la inspiración caía tierno sobre los poetas, que abriera sus ojos en una ciudad nicaragüense, que le saliera la voz azul, y que fuera aquel que un día dijera esas palabras al ver los nenúfares del estanque del parque de El Retiro de Madrid. 

Darío confesó aquella vez que nunca había visto un nenúfar, pero que lo usaba a menudo porque la palabra se le antojaba bella, exótica, de dulce sonoridad y, me imagino, acaso también liviana. Y es que los poetas tienen andamios de aire para subirse a las alturas del lenguaje, cuando por la tierra andan en escasez.  

Pero de lo que hoy quiero contar, es todo lo contrario. Me refiero a cuando se tiene la percepción, la emoción, la presencia de algo y no se conoce la palabra para envasarlo, para hacer su transporte sin que la esencia se vierta por el camino, para despertarlas con el decir, para dárselas a los otros  como las plantan dan su polen. 

Es algo en lo que llevo pensando desde hace una semana, a raiz de haber visto unas imágenes de vídeo. Era un documental del National Geographic sobre un niño superdotado.  Lo consideran un nuevo Mozart, y el documental trataba sobre él, de su proverbial virtud con el piano y la música en general a sus siete años. Para entender éso tan extraordinario, se adentraban en la búsqueda de los mecanismos del cerebro humano para adquirir aprendizaje y habilidades. 

De repente las imágenes que veía cobraron ese tembleque de lo inquietante, esa opacidad de lo escabroso, esa lentitud acelerada de lo macabro. La voz de la narradora cambia, es una inflexión sutil, imperceptible, pero  empiezo a recogerla con inquietud, con rechazo; como si en el su aire vinieran también cristales rotos. Sí, el artilugio narrativo para bajarme al desasosiego había surtido efecto. La cámara, que había avanzado de esa manera por una zona residencial mostrando a su paso viviendas que me daban calambre, se detiene en un jardín, ante una casa: ¡Date!, me digo, aquí ha pasado algo.  

Y había pasado. En esa casa había estado encerrada en una habitación una niña durante más de 12 años. La descubrieron en una mañana de noviembre de 1970, en un suburbio residencial de Los Ángeles, California. Su padre, pensando que había nacido deficiente, decidió, en su enajenación, ocultarla al mundo. 

La siguiente escena del documental es la imagen de la niña liberada en el jardín de la casa. Es la primera vez que sale a él, y la filman andando a duras penas. Me parece un ave quebrado, una cigüeña que no ha podido partir y está compungida en la nieve, y según avanza me recuerda un pinocho de madera mal armado... 

Pero no logro esconder bajo mis metáforas las pelusas del sobrecogimiento.  

La niña ha pasado la mayor parte de su reclusión atada en una silla con un orificio en su fondo hacia un orinal. Los expertos que la evalúan la encuentran físicamente atrofiada, y con una edad mental a sus trece años de dieciocho meses. 

La llaman Genie: el genio que habita las lámparas y demás objetos mágicos. Cogen un poco del hechizo de la poesía para vencer a la tragedia, usan la causalidad de la creatividad para contrarestar la mala leche que tiene la casualidad; pues el suburbio donde apareció se llama "Arcadia", aquel lugar mítico donde los humanos fueron una vez sobradamente felices. 


Genie en 1970.
Y a los pocos días, el curioso genio de Genie asoma  la cabeza. Hasta ahí, no identificaba la niña más que un puñado de palabras, todas negativas y de imposición, con las que ha estado amarrada a su soledad, a la oscuridad, al eco desatendido de sus sentimientos, al silencio. Por un hueco mal tapado, se asomaba a veces en aquella habitación un trozo de azul, y de la casa vecina llegaban como gorriones fugaces las notas de un piano.  

Pero era ya la luz, era ya el verde de la hierba, era ya el tremendo trozo que llaman cielo, era ya la música de la voz amable, que ya siempre se queda a jugar. 

Genie pasa a depender de instituciones gubernamentales y durante años es atendida, estudiada y educada por un equipo de médicos, sicólogos, siquiatras, linguistas y asistentes sociales. La niña progresa dentro de sus limitaciones; va subiendo por la escalera de las palabras para coger con qué amueblar la vacía casita de muñecas de su interior: aquí esto que se llama mesa, y esto lámpara,y esto taza y esto alegría que es como una floreada cortina mecida por el viento, y esto viento, y esto, esto, esto...  

Sube su duendecillo por la escala de las cosas, pero hay peldaños rotos, tablas hundidas que le impiden llegar a la azotea del lenguaje para ver el mundo. Quiere cosechar el nombre de todo lo que ve  como quien coge moras, y las come a puñados y se mancha gozosa. 
Pero esas palabras son grumos a la deriva, granos que no hacen harina, nenúfares que flotan aislados; no sabe convocar su magia el genio para articular la gramática y volar  como las grullas por el lenguaje.

Los expertos discuten la teoría de Noam Chomsky de que las cosas del lenguaje nos vienen de serie, innatas, y que no es un efecto social, de aprendizaje. Pero Genie, y antes otros niños, llamados salvajes por haber crecido en compañía de lobos u otros animales, o en aislamiento como es el caso, parecen demostrar que necesitamos el libro de instrucciones del habla. Parece ser que tenemos un tiempo para aprender, un tiempo en el que todo es más fácil y natural de aprender, eso sí, pero que se necesita del estímulo y de los demás. Pasado ese tiempo, la evolución propia manda recoger los juguetes con los que hemos estado jugando y los guarda en su cajón, acaso para siempre.  

Sí, señor Rousseau, no existe el buen salvaje, aunque le puedo asegurar que hacemos buenamente el salvaje y a menudo.

Como no veían resultados concluyentes, el gobierno retiró el presupuesto para el estudio de la niña. Ya entre los miembros del equipo de estudio había crecido la discordia, e incluso hubieron de sufrir un juicio para devolver la custodia a su madre, que también había sufrido el perverso trato del marido.

Ganado el juicio, la madre no fue capaz de cuidarla, y Genie rodó por seis casas de acogida. En casi todas la trataban mal, y peor la trataron en la última una vez que vomitó. En los vídeos que he visto en You tube, aparece después de aquello, señalándose la boca, recriminándose, pataleando como una garza herida, y para que no se le cayeran ni las palabras y la volvieran a hacer daño, decidió no volver a jugar a susurrar su nombre a las cosas.

En otro vídeo, la lingüista Susan Curtiss relata que Genie se hizo con un buen vocabulario, y que hacía con esas piezas de "lego" que iba consiguiendo frases mas o menos comprensibles, pero nunca bien armadas gramaticalmente. Y que , sobre todo, relata que la niña nunca fue incapaz de entender y usar los pronombres.

Ahora, para terminar, diré qué todas estas palabras que entrego en la cesta de esta entrada, son las que buscaba desde hace una semana, cuando conocí la historia de Genie. Historia triste, sí, pero que ha servido a la ciencia para entender un poco más los mecanismos del aprendizaje, sobre todo del habla. 


Ilustración de Quint Buchholz
Ahora, sólo falta pulsar el botón de "publicar" para lanzar este texto y entre, como un ave despistado , en la estancia de internet, que para mí es "La casa de los pronombres"; porque yo escribo y me lees(o viceversa), y él acaso "cliké" en "me gusta" o al revés, y ellos pasen de , y vosotros  comentéis sobre esto...y así, de pronombre en pronombre nosotros vamos habitando la casa.



Para Genie, en cualquier parte que se encuentre de su silencio...













No hay comentarios: