martes, 31 de diciembre de 2013

Donde da la vuelta el año



Con apostillas del 11 de enero de 2014.


Me gusta que los ediles y diligentes munícipes, pongan por las plazas de las ciudades monumentos a sus ilustres ciudadanos de todo tiempo. 

An architect, 2013,del estupendo ilustrador Ceslovas Cesnakevicius .
Podeis ver su obra en facebook: 
 https://www.facebook.com/cesnakevicius.art
(No consigo poner el enlace directo a su página)

Así, por ejemplo, puedo recoger cualquier día a don Miguel de Unamuno al pie del convento de  "Las Úrsulas" , y llevarlo a pasear por la ribera del Tormes, o a callejear un poco con este humilde escribidor.

Otras veces recojo en la plaza de "Los Bandos" a doña Carmen Martín Gaite, y en ocasiones me voy de parranda literaria con el Lazarillo del Puente Romano, procurando, eso sí, despistar al Ciego, que éste se gasta muy malas pulgas, aunque enseña mucho, eso sí...


Dibujo propio del
monumento en bronce
a san Juan de la Cruz
en Segovia,
Obra de José María Moro.
En los años en que vivía en Segovia, recogía a la salida de la ciudad a Juan de Yepes. El fraile flaco salía de la santidad metálica y altiva del monumento que le hiciera mi buen amigo, el compañero de algún chato de vino, el escultor admirado y gran artista de la vida, José María Moro. Y me bajaba con el santo resucitado en mis pensamientos -prodigio común que obra cada lector- hasta la alameda del monasterio de "El Parral". Ya por allí, por el gran regazo místico del río Eresma, me contaba de sus arrebatos místicos, del mosto de la granada, de las fuentes que manan el agua pura y de otras cosas intransferibles...pero también de las cosas mundanas con las que todos hemos de bregar en este mundo






Jose María Moro,
 pintor, escultor, profesor y artista de la vida.
Madrid 1933 - Segovia, enero de 2012.
Pienso ahora, que de modo similar hubo de hablarle el bueno de Juan, allá por 1970, al cantautor Amancio Prada, cuando le susurraba en sus cavilaciones, para que el músico berciano compusiera su precioso "Canto espiritual".

Otros días, era Agapito Marazuela quien se desprendía del metal de su estatua, que también hiciera Moro, y me daba unas charlas sobre las raíces de nuestra tierra, y unos conciertos de dulzaina por los parajes de "Las Lastras" que eran una delicia.




Durante dos años viví en Oviedo, en el tiempo temprano de mi vida, aquejado de adolescencias varias y en amores encendido, como acostumbra esa edad. Así que intenté sin éxito despertar al monumento en bronce de " La Regenta". Pero doña Ana Ozores no estaba por los torpes reclamos de un mozuelo, pues, como más tarde me enteraría en las páginas que nos dejó don Leopoldo, esa mujer era más de canónigos bien horneados en los fuegos de la pasión.



Dibujo propio del monumento a
Miguel de Unamuno en Salamanca.
Noviembre de1990.

Pero el tiempo, que a todo enseña menos a sujetarle para siempre su carrera desbocada, me fue enseñando a sacar partido de los egregios "momumentados".

En una visita a Lisboa, mucho aproveché la mañana charlando en el barrio de Chiado con la sedente figura de Fernando Pessoa.  Siempre me quedará la duda de si realmente hable con él o con sus otros...o con todos ellos a la vez, por la cantidad de cafés que hube de pagar en la terraza donde me senté.

Ahora, en Salamanca, cuando voy con Unamuno charlamos de muchas cosas que el tiempo ha vuelto comunes, aunque siempre paralelas, y siempre termino por preguntarle: "Y usted, don Miguel: ¿Qué opina de estos tiempos nuestros?" .

Pero él calla, como queriendo decirme sin impartir cátedra, que cada tiempo lleva lo suyo. Y yo sigo a lo mío, que es sacar provecho, para el mío, de los pensamientos del gran hombre que me antecedió por estas rúas: 

"¿Qué les diría usted a estos políticos si estuviera en sus consejos de ministros tan "sobreaconsejados"...?". 

Y él sigue por un tiempo en silencio, para terminar siempre diciéndome:

"Mira hijo: que yo ya no me enredo en política, que ya ves la que me pasó aquella vez en el Paraninfo...".

Pero en realidad no creo que el bravo de don Miguel de Unamuno se achicara ante ninguna situación. 

Y en las suyas seguiría aquel último día del infausto año de 1936 en que murió. En las suyas, sí señor, contra los "Hunos" y los otros, y que ahora son las "nuestras", al menos de la gran mayoría. 

Miguel de Unamuno en la balconada
de la última casa que habitó en
Salamanca.
Foto de Cándido Ansede,
circa 1933.
Y cuando llegó la medianoche, allí donde da la vuelta el año, como diría otro monumental conciudadano salmantino, don Gonzálo Torrente Ballester -que también tiene su sedente y tertuliano bronce en un café de nuestra ciudad- no escuchó don Miguel el sonido de ninguna campana que saliera del "Alto soto de torres" de su Salamanca.

Y aquí nosotros ahora, convocados una Nochevieja más, embalconados como el viejo Rector, asomándonos a la calle de nuestros días, encaramados en las torres de nuestra esperanza, oteando como vigías hacia el nuevo año de promisión; emplazados, llenando las plazas con la expectación de que esta vez sí: de que esta vez las campanadas que oigamos a medianoche, como el Falstaff de su "Saquespeare", serán las buenas, las definitivas para el despegue, el anuncio de tiempos nuevos de progreso, de crecimiento y creatividad...

Sí, ahí estamos todos cada año, en la gran plaza del instante, reemplazando los monumentos que alzamos en el año que se retira, y levantando las estatuas nuevas a la ilusión y a los proyectos.

En esa hora estamos todos, mirando ávidos la gran pupila de la esfera del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, o del que se acostumbre, por ver si esta vez el que llega nos mira risueño a nosotros y a lo nuestro.

Que sean esas las campanadas que oigas, no sólo hoy, sino cada noche, es lo que te desea este campanero escribidor...

Y que como hace el fabulador de este post, que en sus paseos quiere despertar a las estatuas, mantengas vivos el entusiasmo y la energía para llevar a cabo tus proyectos recién nacidos.

Sí, porque muchos días trae el año bajo el brazo, y en cada uno suenan las campanadas a medianoche. Pero  que no sea sólo en uno cuando repliquen en nuestros pechos noche y media rumiando augurios, velando para que no se apaguen pronto, como pavesas, los sueños...

¡ Que el 2014 te sea propicio!


martes, 24 de diciembre de 2013

Cuento gráfico de Navidad

Ilustración de Roberto Innocenti ,
del libro "Cuento de Navidad",
de Charles Dickens.
Editorial Lumen, 1990,
 libro  que conservo en mi

 biblioteca como "Oro en paño"...
No sé muy bien cuál de todos los que obran en este blog, será el encargado de hacer este año el “Cuento de Navidad”.

Lo propio es que fuera El Escribidor quien realizara el post, como acostumbra, pero en esta ocasión el protagonismo parece llevárselo “El Dibujador”, con ayuda de “El Fotografiador”, que trae las fotos del proceso de realización de la felicitación navideña que éste ha hecho para sus Amigos Virtuales , de Virtud, y para el que hasta aquí se quiera allegar.

O acaso, ya de puestos a nombrar gente, como si esto fuese un atril de entrega de premios, también participe en esta entrada, a su manera, “El Cocinador” que es quien sustenta las inquietudes artísticas de los demás con suculentos cocidos castellanos y similares guisos tradicionales.

Así mismo, también conviene citar a quien no le toca otra que entretenerse en tareas administrativas - no siempre de 8 a 3 y con pausa para el café- que requieren los envíos de las postales digitales y enlaces de este blog, que llamaré, en la línea bautismal que me traigo últimamente “El Oficinador”, que es el que se pasa las horas sentado en su gabinete, "castañueleando", o "panderetando", ya que vamos con espíritu navideño, con las teclas del ordenador. 

A este último protagonista de la historia ínfima que aquí se quiere contar, acaso haya que apodarle mejor “El Asomador”, pues es aquel que asoma la cabeza por tus dominios de la Red, llega hasta tu página,llama y saluda: “¡Hola! ¿Qué tal…?”, y ¡Hala!, hasta la cocina…

Y hablando de asomarse: me vais a perdonar un momento,  que he de asomar la cabeza por la ventana de la página oficial de  “Loterías y Apuestas del Estado”, que escribo esto el día 22, a media mañana, y a lo mejor me ha tocado “El Gordo”, y ando por aquí mareando la letra a propósito de unos garabatos mal dibujados…

Nada; aún no ha salido mi Premio Gordo, así que seguimos hasta que quiera venir…


Boceto inicial para el dibujo...

A todo esto, me estoy temiendo que se enteren en la Real Academia de la Lengua Española de Madrid, de todos estos "nombrajos" que me vengo inventando... Aunque os confieso que tampoco es exagerado el temor que me entra, pues ¿Qué me van a hacer los ilustres académicos? ¿Acaso me van a “Exdiccionar” para que no pueda entrar nunca en el Cielo de la Lengua? No lo creo, aunque a veces parezca que hagan cosas peores con sus normativas de los jueves. Además: con la pobreza que  la gloria literaria me tiene destinada, ya cuento, así que pierdo el cuidado...

Pero lo que sí me aterra más, es que manden para afear a este escribidor libertino a su "Brigada Especial de Delitos Lingüísticos", que esto ya es grave, pero como la envíen con Arturo Pérez Reverte a la cabeza, eso ya es muy serio, y hasta tremendo como le dé por soltar los tacos que se le descuidaron a don Camilo José Cela…

Y bien, estábamos en lo de escribir (o yo no sé muy bien qué) un cuento para estos días de alto contenido en levadura emocional.

El caso es que este año, en vez de escribir un relato con letras de mazapán, he optado por ilustrarlo, y dejarlo un tanto dulce, de miga presta para apretar y muy blanco, como los polvorones de Estepa.


La cosa va tomando forma...
La verdad es que tengo un par de historias con bastante buena madera para tallar en ellas un cuento pascual decente, aunque, y sobra que lo diga, ni comparación con la más famosa de todas, la que hiciera Charles Dickens, ni las que nos regaló O´Henry, ni las que vemos en tantas películas, ni siquiera con la estupenda que nos cuenta Paul Auster en su libro y película “Smoke”. En fin, tal vez un día de estos cuente alguna por aquí, aunque advierto que yo no tengo la culpa de haber nacido después de tan buenos maestros. 

Así que empiezo, y esto fue que un día, faltando poco para la Navidad, paseaba yo en mi faceta de “Pensante”, pues si digo “Pensador”, podría parecer que hacía algo transcendental e importante. Ese día, como siempre antes de salir de casa, el dibujador que hay en mí me ha metido en mi chaqueta una libreta, “¡Por si eso...!, me dice no queriendo decir como los viejos compañeros. En el otro bolsillo grande, el Fotografiador ha puesto su cámara, que a lo mejor el día viene hoy caprichoso y trae  el antojo de retratarse, me advierte guiñándome un ojo y poniendo pose interesante, el muy creído.¡Pues ni que fuese Robert Capa!... 

En el bolsillo del pantalón, noto  que el Cocinador me ha puesto el papelito doblado con la lista de la compra. Y que no se me olvide la harina que a la noche hay rebozo, me ha recalcado en letras rojas, y que qué patatas le traje el otro día, ¡Por Dios!, si es que me engañan como a un crío, es lo que pienso al ver el escrito, pues es lo que me lleva diciendo desde hace una semana. y todavía, antes de salir, el del oficináculo me viene con cuarto y mitad de lo que necesita para que se lo traiga, y que si tinta para la impresora, y que si recargue la tarjeta de internet.


Todo preparado para empezar, 4 de diciembre,
Santa Bárbara, mi cumple...
Y paseaba luego, decía, observando cómo noviembre les estaba quitando la sonrisa a los árboles, cómo los chopos del Tormes que paseara Unamuno, los que hacía nada se reían con carcajadas anaranjadas, no mostraban ahora más que una mueca desdentada. El otoño tardío dejaba a las cosas del mundo en un desaliñado boceto, cuando en esto, a mí se me ocurrió un dibujo primaveral que atrapé en mi libreta.

Fue el germen de la postal navideña para este año. Y es que desde hace mucho me ha gustado dibujar mis propias tarjetas para amigos y familiares. Para ello escojo siempre el motivo, selecciono el papel adecuado, los mejores sobres de suaves color pastel, y recorría la ciudad dando la tabarra a los estanqueros para conseguir el sello más inspirado y colorido para los envíos, y esperaba en el frío la apertura de las multicopistas para que que con el novedoso invento de las fotocopias en color me las imprimieran. 

Esto era, claro, en los tiempos analógicos, pero luego el teléfono, otros inventos tecnológicos incluido el Fax,  me fueron destiñendo la costumbre de felicitar con tarjetas.

Son tiempos aquellos de mis analogías, que se niegan a marcharse de mis hábitos, se me aferran a veces que no veas, y es que les noto que cada día se ponen más pegamento y se van tornando cada vez de un tono más sepia. 

Me parece, por sacar alguna muestra, que entonces  los anuncios televisivos tenían, además del interés comercial, otro calámbrico, y cuando llegaban por estas fechas en las que estamos, a los rudimentarios aparatos de las casas, era como si regersara un familiar lejano y querido, o las chicas guapas de la ciudad al pueblo en las vacaciones, o el novio  con su acartonado uniforme de permiso , de la "Mili".

Recuerdo, a todo esto, que la Nochebuena de 1987 me pilló a mí haciendo el servicio Militar. Era el cocinero de la Residencia de Oficiales, y si quería librar el Fin de Año para volver a celebrarlo sin freno con la pandilla en el pueblo, me tocaba pasar aquel trago en un remoto lugar burgalés, muy cerca de Atapuerca. El capitán de guardia cenaba con otros oficiales en su sala, y por la puerta, y a través de un largo pasillo por donde iban y venían los camareros, nos llegaba hasta la cocina los fogonazos auditivos del televisor que los militares veían en un silencio de distinta gravedad según su rango. Mis ayudantes cocineros, los camareros ociosos que ya habían servido la cena, unos cuantos soldados de remplazo que, por ser de nuestros distintos pueblos acogíamos saltándonos las reglas en lugar tan calentito y bien provisto, ocupábamos la gran mesa central de la cocina y algunas otras laterales. Jugábamos en grupos a las cartas, puliéndonos nuestra paga mensual de 700 pesetas al julepe y al poker. Bebíamos pacharán  escamoteado del almacén del bar, fumábamos como reos de día terminal, y despistábamos con nuestras sonoras chanzas lo que nos parecía la sensiblería de la noche.


Haciendo la "Mili",
Base de Castrillo del Val, Burgos, 1987.
Y lo estábamos haciendo bien, hasta que por el pasillo sentimos que se acercaban como tropel de chiquillos pidiendo el aguinaldo, las notas y la voz de la canción de un conocido anuncio de turrón. Estaríamos en la cocina cerca de quince recios mozos, y todos nos callamos de sopetón, como si entrara en la cocina un general, y entonces todos pudimos oír el estruendo de loza rota que cada uno sentíamos en nuestro interior, como si hubieran salido de sus simas ancestrales  todos los "Homos Antecessores" que hay en cada uno de nosotros, y nos estuvieran pateando las entrañas.

Y es que hay cosas que, como al enorme toro de Osborne que no se cansa de pastar asfalto por nuestras carreteras, deberían declararlas “Patrimonio Emocional” de una generación. 

Lo mismo he sabido que le sucedía a muchos, al escuchar los primeros compases del Vals compuesto por Maurice Jarre para el filme “Doctor Zhivago” y la posterior aparición de “El Calvo” de la Lotería. Cuánto nos hemos acordado estos años del actor británico que encarnaba la magia de la suerte, pero sobre todo en éste que se nos va, de cuyo anuncio no diré nada, no siendo que a la Brigada Lingüística de más arriba, se le ocurra unirse al cantante Rafael y le dé por mostrarme su arte.


Pero estaba en que se me ocurrió paseando la idea para la felicitación de este año. 
El motivo general fue un gran libro, un hermoso tocho cuyo interior se vacía para edificar la conocida y bella Plaza Mayor de mi ciudad, Salamanca. El por qué de la idea, no lo sé, pero me encandiló enseguida. Acaso me vino porque un libro es como las buenas plazas: un estupendo lugar para pasear pensamientos, para ver y dejarse ver, para mostrar tu mercancía y ver qué se cuenta el vecino. Los libros, como las plazas, son lugares frecuentados por las palomas en busca de pacífica migada, aunque alguna vez también se cuelan los cuervos de mal agüero...

Así que ya tenía el motivo central, y por lo demás, cuando se quiere hacer algo navideño, uno queda sujeto a la iconografía tradicional. Por estas latitudes hemos de poner nieve, alguna ramita de acebo, un vociferante Santa Claus, la estrella de Belén y tres magos en ruta tras su estela. 


Y empecé a dibujar.

Y a por la nieve me fui, en cuanto como liviano Churriguera hube bocetado la Plaza mayor charra, una de las "ágoras" más celebradas del mundo... 

Antiguamente cada ciudad tenía su pozo de las nieves, que era un lugar profundo y de permanente umbría donde se custodiaba este elemento, para utilizar las virtudes de su frío durante buena parte del año. Y el pozo de las nieves de la memoria es la niñez, así que al lugar en que nací y en que los primeros años pasaron por mí, me fui a buscarla. 

Es la Sierra de Francia salmantima la que quiero representar a la derecha de mi dibujo. Es la Peña de Francia la que sobresale señera, cubierta de nieve fresca y nutricia como la buena memoria que todo  conserva. Es La Alberca, el lugar donde nací, el que hace guardia a sus pies, es también Babeca, el lugar no menos cierto donde vuelvo a nacer en cada uno de mis relatos. 

Más apartado de su pie, pero sin rechazar la sombra de la Peña, represento el mágico paraje de  "La Cabezuela", con su cruz de sufrido granito y su olmo. Es en la realidad un magnifico mirador serrano desde el que tantas veces oteé las luces de buque en la noche de Béjar, Miranda del Castañar, Garcibuey, Villanueva del Conde...y de otros que sin verlos, como San Martín, El Soto, Mogarraz, La Hergüijuela...los tenía presentes.



Muchas fueros las noches que, tumbado en la hierba de esta colina, intenté aprender la cháchara que se cuentan las estrellas. Por allí estaban también mis amigos, como Chema y Manolito "El Taxista", que este año han fallecido. El olmo ya no está. Hace tiempo sobrevivió a duras penas a la enfermedad de la "Grafiosis" y creo que últimamente no pudo hacerlo con el correazo de un rayo. Pero yo conocí el tiempo lozano de su ramaje, a donde me subía, como un vigía,  para ver mejor  si distinguía en la oscuridad del océano serrano las brillantes luces de la nave que llegaba para embarcar mis sueños. 

La Cabezuela está un poco apartada de la villa de Sequeros, lugar serrano donde desenvolví parte de mi niñez, mi adolescencia y juventud primera. El paraje y el caserío se comunican con un bonito camino, por el que en mi dibujo se acercan  los "Reyes Magos". Sabía que tenía que incluirlos, pero tampoco sé por qué los puse precisamente ahí. 

Es ahora cuando con pose de psicoanalista argentino, o de personaje de Woody Allen, se me ocurre que el lugar es correcto y el lógico para ellos,pues aquellos, nuestros más tiernos años son, con mucho, los senderos mejores para conducir las ilusiones.

Pero entremedias de los tiempos albercanos y sequereños, pasé cinco años en Salamanca, en una institución cercana al río Tormes, bastante más allá de lo que se decía antaño de "extramuros" de la ciudad, y de la normalidad, pues se trataba de un orfanato. 

Así que dibujo el  río de Helmántica, siempre distinto como todo cauce, pero el mismo que conocieron los romanos, y en vez del longevo puente de piedra que levantaron, represento el monocentenario de hierro gris azulado llamado de "Enrique Esteban", en honor del concejal que en 1913 -ha hecho 100 años- promovió su construción, y de paso, salvó al Puente Romano del estropicio urbanístico que planificaban para él.

Fueron tiempos duros aquellos en los que me trajeron con tres años a consecuencia de la temprana muerte de mi padre. Acaso por ello el río esta congelado, su curso interrumpido, la vida que en él había aterida.

Pero tengo buenos recuerdos de la extinta "Residencia Provincial de Niños de San José" donde estuve 5 años con un montón de compañeros de juegos y fechorías. Y con monjas de La Caridad, que como todo en la vida, las había de diversos pelajes, en  carácter y comportamientos, pero a las cuales les tomé cariño, y les tengo agradecimiento. Ellas nos llevaban en los veranos a bañarnos a este río, y para que hiciéramos las cabañas que todo niño construye como esforzado Robinson en las islas de su imaginación, por los parajes fluviales de  "La Flecha".

Con una de aquellas monjas, de 85 años, entablé amistad hace dos años. Fui al colegio donde habitaba, pues "La Resi" hace tiempo que fue derruida para dar paso a los nuevos tiempos. Me contó cosas, me dio fotografías, y un día de abril de este año me llamó para que fuese a verla, que quería darme algo. Dejé pasar los días, y uno de mayo hice intención de visitarla. Pero no me fue posible. Al llamar para anunciar mi visita, me comunicaron que el día anterior le había dado a sor Isabel un derrame cerebral. Fui a visitarla en al hospital, donde la mujer estaba poco menos que como un vegetal, pero se las arregló para hacernos saber con los ojos que me reconocía, cuando las otras hermanas se lo preguntaban.

Pasaron tres meses y sor Isabel parecía querer recuperarse. Mejoraba a duras penas en una casa de reposo que su congregación tiene en Alba de Tormes. Así que a verla me fui a finales de este verano en bicicleta. Hablaba a duras penas, "conocía", como suele decir, pero días antes se había caído al intentar andar y tenía sus huesos quebrados. Esta vez sólo me dio cinco o seis palabras que pedaleé sin tregua en la ruta de regreso, como intentando alargar  el recorrido de su escueto mensaje.

Uno no sabe mucho, pero esa vez supe que iba a ser nuestro último encuentro. Falleció la monja amiga  quince días después.

No he sabido qué era lo que me quería dar, no he averiguado para qué era que me había llamado. Pero es igual, pues siento que ella me ha dado mucho. En uno de nuestros primeros encuentros me había dado una medalla creada por su Orden: "La Virgen de la  Milagrosa", y un milagro sería lo que ese trozo de metal acaso hizo por mí en un cercano percance que me aconteció...

Y yo ahora, con vuestro permiso, le dedico este cuentecillo de Navidad, le entrego estas 2500 palabras que lo forman, y la hago patinar , aunque no la veáis, con su hábito azul marino, por el hielo acaramelado de mi dibujo, repitiéndome entre risas pudorosas las últimas palabras que ella me dio.

Y prosigo, que ya me estaba a mí pareciendo raro que no saliera por aquí el "Bicicleteador" de este blog.

Por ello, porque después de todo la infancia siempre la recordamos feliz, hay gentes jugando, patinando, y divirtiéndose como si nada. Por ello también, e inspirándome en un momento congelado en una conocida fotografía salmantina de 1943, hay cuatro hombres en mangas de camisa, echándole una partida de naipes a las privaciones , recortes y  calamidades de la crísis invernal...

No sé cuanta gente quedará leyendo todavía  por aquí abajo, a estas altura del texto y con la que estoy soltando, pero ánimo, que ya queda poco.

Yo mismo, al leer esto que he escrito, llego a pensar que todo lo que aparece en el dibujo obedece a un diseño premeditado desde el inicio. Y no, todo lo contrario. Es aquello que dicen que "El Arte sucede". Y es verdad, pues salvo el motivo central del libro, lo demás me ha ido apareciendo e imponiéndome su sitio, como una pandilla de actores borrachos que pasaran del director de escena. 

Por lo demás, la estrella de Belén trasmutada en un signo de Facebook es un guiño a este mundo digital en el que nos movemos tan fugaces y evanescentes de "me Gustas", "Ya no me Gustas", y donde los fenómenos son tan duraderos como un meteorito.

Pero es lo que anuncian los cielos de estos tiempos.

Y de Santa Claus , qué decir, cualquiera le dice que no se meta en el dibujo, con la recua de renos astados que lleva. Además, el viejete, aunque no sea muy hispano, cae simpático allá por donde va, como un actor de moda.


La tradición nórdica del árbol iluminado me gusta, y me parece muy risueño eso de ponerle luces a las ramas, regalos y hacerle mimitos brillantes a lo vegetal para que no se deje vencer por la sempiterna recesión estacional  y vuelva a tirar para arriba, que es lo que siempre quiere la Vida.

Y el acebo del primer plano central, no es que sea una cursilada, es que me acuerdo de las "Saturnalias", en que era símbolo de amistad, buenos deseos, y se pasaban los vecinos sus ramitas. Así que ahí lo dejo para el que quiera coger una.


Pero todo esto que llevo contado, acaso sea inútil, pues si lo pienso bien ninguno de los que presupongo al principio es el realizador final de esta felicitación navideña. Ni siquiera yo, que ya quiero concluir este post, sino tú, quien ve la imagen, el lector digital,  el que sacará la interpretación de lo que le muestra según su particularidad, antojo, o sensibilidad, por mucho que le digan esto  o lo otro. 


Todo va a ser que a los escribidores, dibujadores... los "Hacedores", como dijo Jorge Luis Borges, les ocurre que andan todo el año en la Navidad, pues buscan encontrar con su modesto arte en cada palabra, en cada trazo de un dibujo, en cada nota musical,en cada ingrediente en  los fogones, en el rutinario trabajo bien hecho, en un viaje en bicicleta para ver a una amiga... el alumbramiento de una verdad, la inefable epifanía que tiene para contar cada instante, cada persona, cada cosa...

Y buscar eso cada día, es el verdadero espíritu de la Navidad...

¡Con mis mejores deseos para cada uno de vosotros! ...


Vídeo-secuencia del proceso del dibujo...

Postdata:
El último de los reyes que viene  por el camino, es Madiba. No se le reconoce porque viene lejos, pero es el Mago Mandela, al que le he pedido este año que me dé algo de su sabiduría política y bondad humana...





























martes, 3 de diciembre de 2013

El misterio de la luz incisa


"Rayo de luz incisa"
Iglesia de La Alberca. Foto propia.
1 de diciembre de 2013.
Paul Auster nos entrega en su libro “Smoke” una historia memorable.


Y no por esto último, porque sea “memorable”, la recuerdo yo junto al resto de los relatos cruzados de la obra, sino porque me parece inmensa, y lograda con elementos mínimos.

Y si el libro me resultó estupendo, la película que el propio Paul hizo con Wayne Wang en 1994, no le anda a la zaga en mis preferencias. 

Estupendos los actores Harvey Keitel y William Hurt en la piel de dos personajes del barrio de Brooklyn, a los que les pasan cosas pequeñas, sencillas, cotidianas, pero que tal y como nos las cuenta  Auster, nos parecen especiales.

“Smoke” es una de los tres filmes que vuelvo a visionar cada Navidad, junto a “Qué bello es vivir” de Capra- cómo no- y “Love actually”. La banda sonora es buena, apropiada, y sobresale la pista 11, una canción de Tom Waits, con su desgarradora voz, como desgarradoramente cómplice es la mirada de Keitel y Hurt en el final…

Enseguida que llegaron los libros de Auster a España me gustaron, sus novelas de la “Gran manzana”, claro, pero no tanto como los relatos biográficos de la forja del escritor que ha llegado a ser, y del hambre que pasó en Francia  por persistir en su vocación.
Soy de la opinión que el bueno de Paul podría ser el próximo Nobel norteamericano, pero para cuando vuelva a ser políticamente correcto dárselo a la todopoderosa USA, y para eso…

De esto mismo que tú has leído hasta aquí, hablaba una mañana con una estudiante de primer año en Salamanca, que acababa de comprar la edición económica de “Smoke” de la editorial Anagrama. Y esa misma tarde regresó a la librería para regalarme un Dvd grabado  de la banda sonora de la película. Y no es que esté haciendo apología del pirateo, pero es de los momentos sencillos pero memorables que me dejó el oficio de librero, y lo conservo.

Y me da que si no cuento la historia de Auster, con la que empiezo este post, esto va a tener poca chicha, y no os va a parecer más que humo.

Bien: el personaje que interpreta Keitel es un estanquero, aficionado a los habanos, y que a tiempo parcial trapichea con los vetados puros cubanos. Tiene una curiosa afición fotográfica, que es la de que cada mañana baja al mismo lugar de la acera de su calle en Booklyn, planta su trípode, coloca su cámara y dispara la misma foto. Siempre hace este gesto a idéntica hora, y luego marcha a abrir su negocio, así durante años y años. Cuando tiene las fotografías, las coloca en álbumes que guarda con esmero. Cuando ya la amistad con el personaje de novelista que hace Wiliams Hurt ha fraguado, le desvela en su casa su afición, y le enseña su colección de los idénticos instantes de la mañana, de la misma panorámica de la ciudad, y  que , sin embargo,  se muestran tan particulares atrapados en el papel.

Harvey Keitel en un
 fotograma de "Smoke",
película y libro de Paul Auster.
Visionando estas fotos, el escritor descubre asombrado a la mujer que tanto añora desde que le falta. La identifica allí,apresada en el papel, como una apresurada transeúnte más que cruza cada día por delante de la cámara.

Pero como diría Francisco Umbral, con una voz no menos ronca y desgarradora que la de Tom Waits, yo no he venido hoy aquí a hablar de literatura ni de cine.

Hoy vengo más en calidad de “fotografiador” que de escribidor.

Ocurre que el domingo pasado, el día 1 de diciembre, volví, después de años, al pueblo donde nací y pasé parte de mi niñez. Se trata de La Alberca, en la Sierra de Francia salmantina, lugar de conocida singularidad y belleza, que no en vano, fue el primer pueblo de España declarado “Monumento Histórico-Artístico Nacional ”, en 1940.

 La Alberca.
Foto de Cándido Ansedes,
 circa 1940.
No es que haya venido aquí a fardar de pueblo, no, porque además yo poco mérito tengo en sus excelencias, pues me crié en otros lugares, algunos en la misma Sierra, como el cercano Sequeros. Además, puede que yo no naciera allí, sino en un lugar de la Sierra de Fronda llamado Babeca, donde suceden mis relatos,  lugares ambos imaginarios, y que  he ido forjando con mis vivencias sequereñas, y las caminatas a Miranda del Castañar, y las charlas junto a unos chatos de vino de Sotoserrano, o los paseos por San Martín del Castañar, o los bailes en las fiestas de Mogarraz…Y de tantos otros sitios que me entregaron tan generosos su belleza y particularidad.

La Alberca.
Foto propia, diciembre de 2013.
Y si no por lo hago por lo anterior, lo haré porque conozco la frase de Unamuno de que “El nacionalismo se cura viajando”, y quien dice nacionalismo dice el inmovilizante y excluyente amor por lo propio. 

Aunque, a decir verdad,  la sentencia de don Miguel me echa poca mano en este caso, porque él era frecuentador y enamorado de estos lugares serranos, y dejó escrito en un libro de viajes "Por tierras de Portugal y España" que: “La Sierra de Francia es el trono de España, y La Alberca su sillón”.




En la fuente de " La balsá",La Alberca.
Foto de Pelayo Mas, 1927.
 
Fondos fotográficos del Institut Amatller D´Art Hispànic. 
Y es que durante todo el siglo XX, la Sierra entera, pero sobre todo  La Alberca, fueron un imán para pintores, fotógrafos, viajeros culturales, etnógrafos, turistas…

Y así, como un viajero más, llegué yo de buena mañana, esperando sentir el asombro y embeleso natural que enseguida sienten los que por estos parajes se allegan.






 Fuente de "La Balsá", La Alberca. Foto propia .
1 de diciembre de 2013
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Pero los aparejos de memoria que uno carga junto con el resto de equipaje, no los puede dejar en casa. Uno conoce los rincones, los olores, el sonido de las aguas foráneas cuando vienen con la lluvia, el sabor del agua bravía de las fuentes. 

Uno se sabe la salida del laberinto de las calles, el requiebro de las esquinas, las hilaturas de los caminos en el zurcido del bosque.

Uno sabe lo que no quiere saber, su mente le traiciona y le cuenta sin miramientos el final del libro que quiere volver a leer. 


Uno envidia la maravilla y el descubrimiento que sienten sus acompañantes. Porque cada rincón, cada casa, cada calle, cada rostro que vagamente reconoce,  no se le muestra con la inocencia y belleza del momento, sino viciado por el pasado.

Grupo de albercanos de cacería, circa 1950.
De derecha a izquierda, según se mira: Faustino Larato (de pie y el más alto),
 Luciano "Lagañas", Tirso,Emilianos Torres, sobre el burro Ismael Blat
valenciano y gran pintor costumbrista, José María "Juan y medio" mi abuelo,
y sentado en el centro "Carina".


MIs abuelos Margarita y José María,
mi madre María Ángeles, dos de mis hermanos
y yo, pero aún en el vientre de mi madre.
La Alberca, año 1966.
Hay fotos familiares que conserva, otras hechas por maestros fotógrafos en los tiempos sepia; hay historias leídas, leyendas escuchadas, vivencias realizadas, imaginadas, deseadas y un viejo paño bordado que ondea como bandera en el territorio de la ausencia.

Uno puede en estos trances pensar que todo lo que recuerda y fue es ya ido. Y cierto es, pero también que está lo que siempre es y será, lo que todos en todos tiempos vieron, y verán y esto es la luz.




La Alberca,Puerta de la iglesia, circa. 1925.
 foto de  Kurt Hielscher.
Fondos de la Hispanic Socitey.
Y la luz que por aquí nos recibe, parece que cae del cielo sobre las calles como derramada de cántaros, una luz bisturí que rasga las fachadas, que demedia las calles en territorios de sombra y claridad, que parece que tuerce el firme de las plazas, que anda por los barrios maquillando de tiemblos las fachadas de las casas.

Una luz que canta de portal en portal, como riachuelo montano de peña en peña. Unos resplandores impúdicos que todo desnudan, unas veladuras que  susurran confidencias como vieja alcahueta, una luz, en fin, demiurga,  que dibuja ante los ojos, los contornos de los sueños.


Y a esta luz la llamo incisa.

La luz, ya lo sabemos, anda por todas partes, va, viene y hace cuanto quiere.
Subida a la Iglesia, La Alberca.
Foto propia, Diciembre de 2013.
Como la elaboración del plato más popular – en nuestro caso la paella, que cada cual hace mejor que nadie- cada lugar presume de sus cosas, y de su luz.

Recuerdo y añoro la luz de Segovia, la interior y la lejana, que los expertos atribuyen al fenómeno que llaman “Catabasis”, que es el enfriamiento repentino, por la proximidad de la montaña, del aire de la meseta. Disfruto a diario la luz dorada y evocadora de Salamanca en los atardeceres, y de la perlada y cruda de la alborada. Recuerdo una luz azucarada en Cuenca, olorosa en la malvarrosa de Valencia, herida en Granada, cúbica en los Pirineos, y afilada en Ronda.


Juegos en la Plaza de la Alberca.
 Foto de Luis Cortés, circa 1960.

Y es la luz la que le pone un apartado de belleza al mundo, o se lo quita, la que sujeta con sus incisos nuestra atención y nos advierte del perfil de asombro que oculta cada cosa. 

Es, como dice la definición del diccionario de "Inciso/sa", la que corta la realidad manida, para llevarnos a donde siempre  estamos prestos a ir, y esto es al recuerdo,a la infancia, al incierto territorio de la nostalgia... 

Y al arte, el certero país de los anhelos, una tierra donde siempre se está en el tiempo del subjuntivo y del futuro. 

Hay lugares que parecen hechos para favorecer la escultura de la luz, no sólo la que hace a los objetos, sino también en nuestro ánimo.  
Será por ello, entre otros motivos, que encandilan tanto.

Juegos en la Plaza mayor, La Alberca. Foto propia, 1 de diciembre de 2013.

Yo a menudo salgo al encuentro de esta luz, por ver si soy capaz de atrapar su misterio, esa gracia con que ella trasforma el  mundo en un instante, y a todo otorga, por ínfimo que sea, su momento de maravilla.

"Gracias, luz, por recibirme", vista de La Alberca desde sus huertos.
Primera foto que hice en mi viaje, diciembre de 2013.

Uno regresa a casa al anochecer, ya con el mundo velado, pero sintiendo, como dijera el poeta granadino Luis Rosales que "La casa está encendida". Pero es la casa interior, la que conviene, porque es la que más habremos de habitar.
Para ello me fui a buscar un poco de luz y lumbre, a mis orígenes.


Pequeño álbum de un fotografiador que partió en busca de luz.
Uno llega cuando va el otoño tardío.
Vista de La Peña de Francia desde la Alberca.
Foto propia, diciembre de 2013.


Vista de la Peña de Francia desde
La Alberca. Foto propia. Diciembre de 2013.


Hablando un rato con Pinocho.
(me contó una de mentiras...)
La Alberca, diciembre de 2013.
Una luz aún dormida
que llega a despertar el mundo.
Cerca de "La puente", La Alberca.
Foto propia, Dic.  de 2013.

Las calles serranas se nos
imponen como un torrentera de impresiones.
Foto propia, calle de La Alberca.
Diciembre de 2013.

"Regatos de luz", que demedian las calles.
 Calleja albercana.
Diciembre de 2013.
A veces la luz se derrama como de una cántara...



Calle albercana donde habitaron mis abuelos.
 Foto propia, 1 de diciembre de 2013.
Calleja Albercana, dibujo de 1967,
 por Antonio Moragón Agudo.




¿Cuál es el camino de regreso, la piedra o el cielo?
La Alberca, Foto propia
Diciembre de 2013.