jueves, 8 de noviembre de 2012

PARECÍA MÚSICA DE JAZZ (Prólogo)





Se inicia aquí un relato que son muchos. Se cuenta de manera sesgada, pero unitaria : 




De    las   F O  R  T  U  N A  S
A D V E R S I DADE S  y 
 SUCESOS       EXTRAORDINARIOS
en  las  vidas de  las  gentes
DE  UNA   ÍNCLITA  CIUDAD
el  buen  año     en   que     aconteció
UN   HECHO  SINGULAR



Se irán publicando en este blog los distintos relatos,de manera independiente, cada cual con su propio titulo.
El autor.



Portada de la edición artesanal , en noviembre de 2011,
de algunos de los relatos que aparecerán,
 de manera periódica, en este blog.
Foto: Robert Doisnau.

Me llamo Magdalena Izquierdo García, pero pueden llamarme, si se da la ocasión, Magda

Si ustedes, amigos lectores, están leyendo estas letras en una despreocupada mañana de domingo, ello significará que mi jefe se ha decidido, después de mucho devaneo sin duda, a iniciar  la publicación de   nuestras historias en las páginas de este  suplemento dominical de LA VERDAD DE LUCERA, que ahora mantiene extendido entre sus mano.

Hechas las presentaciones, contaré ahora el origen de  esta página, y de las que seguirán durante algunas semanas en este mismo apartado de nuestro periódico. 

Poco antes del verano - llevaba yo apenas unos meses embotando mi pluma en las páginas de este diario- se me dejó una nota en mi mesa de trabajo, en la que se me comunicaba que"El Boss" quería verme en su guarida. Manejaba yo entonces una negativa opinión del valor que se le daba a mi trabajo. Como aún me consideraban novata, se me tenía por la redacción realizando todo aquello que los veteranos desdeñan hacer, a saber: notas necrológicas, programación televisiva, confección de nimias estadísticas comparativas (del estilo de si los Lucereños toman más azúcar que los de las ciudades de la región), la busca de sucedidos de antaño por las hemerotécas, para rellenos, cubrir festejos y eventos en remotas localidades… 

No es que me quejara de mis tareas, entiéndase, pues sé bien que es la realidad del trabajo periodístico, muy alejada del idealismo de las primeras semanas de facultad, cuando, como decía un compañero, uno se creé un futuro Lou Grant, o como en mi caso – no se lo digan a nadie- que me imaginaba batiendo la ciudad junto a Robert Redford en “Todos los hombres del Presidente” a la caza de alguna exclusiva mundial. 

Enero de 2008. Cimentación del edificio de
"El Corte Inglés" en salamanca
Fuente: Blog "El mirón de la obra"
Pero la verdad: me sentía poco motivada y, todo hay que decirlo, tampoco hacia nada para motivarme; para dar cuerda a mi parado mecanismo de la ilusión.
Ello se ponía de manifiesto en cada una de los asépticos artículos que realizaba y que signaba, como para esconderme, con las invisibles letras M. I. G. 

Además: como habían sido frecuentes   los yerros en mis secciones – unas veces errores embarazosos, otras jocosas meteduras de pata- acudí al despacho del "Boss" aquel día que encontré la nota sobre mi mesa, con un barrunto que nada me gustaba. Me dirigí al cubículo del Redactor Jefe con la certeza de que saldría de allí camino de unas largas, pero que largas y definitivas vacaciones.

No fue así. Peñalosa -"El Boss"- se limitó a encargarme un trabajo. El asunto era la inauguración de un establecimiento en la ciudad de un nuevo edificio de unos grandes almacenes comerciales. Ese era mi trabajo: juntar unas palabras para  la apertura en una semana del conocido (entre otras cosas porque es donde antes empieza la primavera, antes incluso que en el campo), establecimiento en Lucera.

Calculé que aquello no me llevaría más de unas horas aplicando los métodos acostumbrados, un día, a lo más, si me salía otro encargo que no pudiera rebotar a algún becario, o aplazar. 

Apenas regresé a mi mesa pregunté a los compañeros qué sabían  de esos Almacenes "La Golondrina" que se iban a abrir. Pero como algunos eran de otras ciudades- como yo misma- y hacían aquí su prácticas, otros, aún siendo de Lucera parecián habitar en  la ancha ciudad del pasotismo, y otros, que me daba lo mismo de donde fueran, vivían en la oscura urbe del "te odio"; la ignorancia iba rodando de mesa en mesa,  y la recogí de nuevo, como la tenía, pero más nutrida y  más sucia, como una rodada bola de nieve.

Pero ahí están nuestros archivos, las reseñas que otros compañeros habrán escrito y, sobre todo, Internet, me dije aliviada. Así que en apenas unas horas me hice  con el suficiente material sobre su llegada, ubicación, construcción, repercusión en la ciudad, datos y estadísticas de la empresa...y demás datos fríos y objetivos, con los que hacer mi artículo, y que sabía eran del gusto de Peñalosa. 

Faltaban algunas cosillas para darle color, pero el grueso lo había conseguido sin levantarme  de mi mesa. Tendría que  entrevistar al director del establecimiento, me decía, hablar con el arquitecto para que se recreara sobre su obra, y hasta se me ocurrió investigar si había habido algún accidente , algún contratiempo o, siguiendo ese especie de mantra del periodismo de que las malas noticias son las mejores, algún muerto durante el año que duró  la construcción. Anoté también en mi libreta, localizar a algún obrero para que relatara su experiencia en la obra, por lo del toque humano, e incluso a algunos de los cientos de empleados nuevos de la ciudad que habían sido seleccionados y contratados por "La Golondrina". 

Así que pedí un fotógrafo y esa misma tarde salimos a la calle. Que me hiciera una fotos acá y allá, lo de siempre. Luego unos retoques , un poco más de corta y pega, y  ese mismo noche entregaría mi trabajo y a otra cosa .  

Cuando llegó el fotógrafo, le pregunté qué era lo que sabía de la noticia que me habían encargado. "Poco, no mucho;sólo lo que la gente cuenta...", me respondió, y lamenté haber preguntado. 

Aquella tarde entrevistamos a la directora del nuevo establecimiento; con el arquitecto no pude hablar, pues me dijeron en su gabinete de Barcelona que estaba en Ámsterdam, o en Frankfurt, o en alguna de las ciudades a donde van los arquitectos. Tampoco localicé al jefe de obras, aunque supe que la edificación había transcurrido con toral normalidad y excelsa puntualidad de finalización, y eso era muy soso. Y en cuanto a los empleados que empezarían en los grandes almacenes, fue mi acompañante, el fotógrafo, el que me lo resolvió.

Fachada de grandes almacenes en Salamanca.
Oscurecía cuando acabamos, y decidí, antes de volver a la redacción, compartir el rato de una caña. Nos sentamos en una terraza del centro. Él  me escuchaba silencioso  cuando le contaba el enfoque que quería dar a mi artículo. Daba un sorbo a su cerveza y me miraba muy quieto. Pedimos otra caña, y otras dos más. Cuando la noche andaba ya por las azoteas poniéndose el pijama, interrumpió mi verborrea, me agarró del brazo y me dijo: "Ven, quiero enseñarte algo en mi casa". 

Fuimos, estaba muy cerca. Vivía, como propio para la ocasión, en una buhardilla. Apenas entramos, puso un disco de vinilo en el reproductor. Me fijé en su colección de música, y hablamos de ella, pues los viejos discos en los almohadones de sus fundas, se hacen querer. Luego comenzó a enseñarme gruesos y grandes libros de fotografías. Algunas eran de un viejo edificio de ladrillo, otras de gente haciendo una larga cola con papeles en la mano junto a un cartel con el logotipo de "La Golondrina", había primeros planos de esa gente, y de cada rostro me iba contando una historia. Algunas fotos eran de un derribo, otras de un gran socavón en la tierra, y otras de lo que -cronológicamente datadas- se iba alzando sobre él...

Allí tenía lo que de manera personal había fotografiado durante año y pico, me dijo, desde que se conoció la noticia de la llegada de "La Golondrina" a Lucera. En el tocadiscos la aguja, como llevándose la contraria, descosía del vinilo una música  sinuosa y pegadiza. "Es "Kind of Blue", de Miles, quizás el mejor disco grabado de jazz..."  Me comentó. 

Cuando aquella noche salí de aquella buhardilla, después de ver tantas fotografías y escuchado tantas historias de los retratados, y embriagada de música, pero despierta, por haber escuchado en distintas versiones la misma canción -standars, me dijo se llamaban-, la mierda de artículo que había estado haciendo aquel día, estaba ya arrugado y despreciado en la papelera de mi intención. 

Fue en aquella buhardilla cuando surgió la idea de lo que durante semanas seguirá. Ha sido un trabajo duro, nada que ver con lo que estaba aconstumbrada, pero muy gozoso, y acaso lo más difícil haya sido convencer a Peñalosa para que nos de este espacio para ir guardando en él la música que se escuchó en la ciudad aquella primavera en la que llegó una golondrina muy especial...

Ángel de Arriba Sánchez.
El Escribidor del Tormes.


  



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