martes, 3 de diciembre de 2013

El misterio de la luz incisa


"Rayo de luz incisa"
Iglesia de La Alberca. Foto propia.
1 de diciembre de 2013.
Paul Auster nos entrega en su libro “Smoke” una historia memorable.


Y no por esto último, porque sea “memorable”, la recuerdo yo junto al resto de los relatos cruzados de la obra, sino porque me parece inmensa, y lograda con elementos mínimos.

Y si el libro me resultó estupendo, la película que el propio Paul hizo con Wayne Wang en 1994, no le anda a la zaga en mis preferencias. 

Estupendos los actores Harvey Keitel y William Hurt en la piel de dos personajes del barrio de Brooklyn, a los que les pasan cosas pequeñas, sencillas, cotidianas, pero que tal y como nos las cuenta  Auster, nos parecen especiales.

“Smoke” es una de los tres filmes que vuelvo a visionar cada Navidad, junto a “Qué bello es vivir” de Capra- cómo no- y “Love actually”. La banda sonora es buena, apropiada, y sobresale la pista 11, una canción de Tom Waits, con su desgarradora voz, como desgarradoramente cómplice es la mirada de Keitel y Hurt en el final…

Enseguida que llegaron los libros de Auster a España me gustaron, sus novelas de la “Gran manzana”, claro, pero no tanto como los relatos biográficos de la forja del escritor que ha llegado a ser, y del hambre que pasó en Francia  por persistir en su vocación.
Soy de la opinión que el bueno de Paul podría ser el próximo Nobel norteamericano, pero para cuando vuelva a ser políticamente correcto dárselo a la todopoderosa USA, y para eso…

De esto mismo que tú has leído hasta aquí, hablaba una mañana con una estudiante de primer año en Salamanca, que acababa de comprar la edición económica de “Smoke” de la editorial Anagrama. Y esa misma tarde regresó a la librería para regalarme un Dvd grabado  de la banda sonora de la película. Y no es que esté haciendo apología del pirateo, pero es de los momentos sencillos pero memorables que me dejó el oficio de librero, y lo conservo.

Y me da que si no cuento la historia de Auster, con la que empiezo este post, esto va a tener poca chicha, y no os va a parecer más que humo.

Bien: el personaje que interpreta Keitel es un estanquero, aficionado a los habanos, y que a tiempo parcial trapichea con los vetados puros cubanos. Tiene una curiosa afición fotográfica, que es la de que cada mañana baja al mismo lugar de la acera de su calle en Booklyn, planta su trípode, coloca su cámara y dispara la misma foto. Siempre hace este gesto a idéntica hora, y luego marcha a abrir su negocio, así durante años y años. Cuando tiene las fotografías, las coloca en álbumes que guarda con esmero. Cuando ya la amistad con el personaje de novelista que hace Wiliams Hurt ha fraguado, le desvela en su casa su afición, y le enseña su colección de los idénticos instantes de la mañana, de la misma panorámica de la ciudad, y  que , sin embargo,  se muestran tan particulares atrapados en el papel.

Harvey Keitel en un
 fotograma de "Smoke",
película y libro de Paul Auster.
Visionando estas fotos, el escritor descubre asombrado a la mujer que tanto añora desde que le falta. La identifica allí,apresada en el papel, como una apresurada transeúnte más que cruza cada día por delante de la cámara.

Pero como diría Francisco Umbral, con una voz no menos ronca y desgarradora que la de Tom Waits, yo no he venido hoy aquí a hablar de literatura ni de cine.

Hoy vengo más en calidad de “fotografiador” que de escribidor.

Ocurre que el domingo pasado, el día 1 de diciembre, volví, después de años, al pueblo donde nací y pasé parte de mi niñez. Se trata de La Alberca, en la Sierra de Francia salmantina, lugar de conocida singularidad y belleza, que no en vano, fue el primer pueblo de España declarado “Monumento Histórico-Artístico Nacional ”, en 1940.

 La Alberca.
Foto de Cándido Ansedes,
 circa 1940.
No es que haya venido aquí a fardar de pueblo, no, porque además yo poco mérito tengo en sus excelencias, pues me crié en otros lugares, algunos en la misma Sierra, como el cercano Sequeros. Además, puede que yo no naciera allí, sino en un lugar de la Sierra de Fronda llamado Babeca, donde suceden mis relatos,  lugares ambos imaginarios, y que  he ido forjando con mis vivencias sequereñas, y las caminatas a Miranda del Castañar, y las charlas junto a unos chatos de vino de Sotoserrano, o los paseos por San Martín del Castañar, o los bailes en las fiestas de Mogarraz…Y de tantos otros sitios que me entregaron tan generosos su belleza y particularidad.

La Alberca.
Foto propia, diciembre de 2013.
Y si no por lo hago por lo anterior, lo haré porque conozco la frase de Unamuno de que “El nacionalismo se cura viajando”, y quien dice nacionalismo dice el inmovilizante y excluyente amor por lo propio. 

Aunque, a decir verdad,  la sentencia de don Miguel me echa poca mano en este caso, porque él era frecuentador y enamorado de estos lugares serranos, y dejó escrito en un libro de viajes "Por tierras de Portugal y España" que: “La Sierra de Francia es el trono de España, y La Alberca su sillón”.




En la fuente de " La balsá",La Alberca.
Foto de Pelayo Mas, 1927.
 
Fondos fotográficos del Institut Amatller D´Art Hispànic. 
Y es que durante todo el siglo XX, la Sierra entera, pero sobre todo  La Alberca, fueron un imán para pintores, fotógrafos, viajeros culturales, etnógrafos, turistas…

Y así, como un viajero más, llegué yo de buena mañana, esperando sentir el asombro y embeleso natural que enseguida sienten los que por estos parajes se allegan.






 Fuente de "La Balsá", La Alberca. Foto propia .
1 de diciembre de 2013
.



Pero los aparejos de memoria que uno carga junto con el resto de equipaje, no los puede dejar en casa. Uno conoce los rincones, los olores, el sonido de las aguas foráneas cuando vienen con la lluvia, el sabor del agua bravía de las fuentes. 

Uno se sabe la salida del laberinto de las calles, el requiebro de las esquinas, las hilaturas de los caminos en el zurcido del bosque.

Uno sabe lo que no quiere saber, su mente le traiciona y le cuenta sin miramientos el final del libro que quiere volver a leer. 


Uno envidia la maravilla y el descubrimiento que sienten sus acompañantes. Porque cada rincón, cada casa, cada calle, cada rostro que vagamente reconoce,  no se le muestra con la inocencia y belleza del momento, sino viciado por el pasado.

Grupo de albercanos de cacería, circa 1950.
De derecha a izquierda, según se mira: Faustino Larato (de pie y el más alto),
 Luciano "Lagañas", Tirso,Emilianos Torres, sobre el burro Ismael Blat
valenciano y gran pintor costumbrista, José María "Juan y medio" mi abuelo,
y sentado en el centro "Carina".


MIs abuelos Margarita y José María,
mi madre María Ángeles, dos de mis hermanos
y yo, pero aún en el vientre de mi madre.
La Alberca, año 1966.
Hay fotos familiares que conserva, otras hechas por maestros fotógrafos en los tiempos sepia; hay historias leídas, leyendas escuchadas, vivencias realizadas, imaginadas, deseadas y un viejo paño bordado que ondea como bandera en el territorio de la ausencia.

Uno puede en estos trances pensar que todo lo que recuerda y fue es ya ido. Y cierto es, pero también que está lo que siempre es y será, lo que todos en todos tiempos vieron, y verán y esto es la luz.




La Alberca,Puerta de la iglesia, circa. 1925.
 foto de  Kurt Hielscher.
Fondos de la Hispanic Socitey.
Y la luz que por aquí nos recibe, parece que cae del cielo sobre las calles como derramada de cántaros, una luz bisturí que rasga las fachadas, que demedia las calles en territorios de sombra y claridad, que parece que tuerce el firme de las plazas, que anda por los barrios maquillando de tiemblos las fachadas de las casas.

Una luz que canta de portal en portal, como riachuelo montano de peña en peña. Unos resplandores impúdicos que todo desnudan, unas veladuras que  susurran confidencias como vieja alcahueta, una luz, en fin, demiurga,  que dibuja ante los ojos, los contornos de los sueños.


Y a esta luz la llamo incisa.

La luz, ya lo sabemos, anda por todas partes, va, viene y hace cuanto quiere.
Subida a la Iglesia, La Alberca.
Foto propia, Diciembre de 2013.
Como la elaboración del plato más popular – en nuestro caso la paella, que cada cual hace mejor que nadie- cada lugar presume de sus cosas, y de su luz.

Recuerdo y añoro la luz de Segovia, la interior y la lejana, que los expertos atribuyen al fenómeno que llaman “Catabasis”, que es el enfriamiento repentino, por la proximidad de la montaña, del aire de la meseta. Disfruto a diario la luz dorada y evocadora de Salamanca en los atardeceres, y de la perlada y cruda de la alborada. Recuerdo una luz azucarada en Cuenca, olorosa en la malvarrosa de Valencia, herida en Granada, cúbica en los Pirineos, y afilada en Ronda.


Juegos en la Plaza de la Alberca.
 Foto de Luis Cortés, circa 1960.

Y es la luz la que le pone un apartado de belleza al mundo, o se lo quita, la que sujeta con sus incisos nuestra atención y nos advierte del perfil de asombro que oculta cada cosa. 

Es, como dice la definición del diccionario de "Inciso/sa", la que corta la realidad manida, para llevarnos a donde siempre  estamos prestos a ir, y esto es al recuerdo,a la infancia, al incierto territorio de la nostalgia... 

Y al arte, el certero país de los anhelos, una tierra donde siempre se está en el tiempo del subjuntivo y del futuro. 

Hay lugares que parecen hechos para favorecer la escultura de la luz, no sólo la que hace a los objetos, sino también en nuestro ánimo.  
Será por ello, entre otros motivos, que encandilan tanto.

Juegos en la Plaza mayor, La Alberca. Foto propia, 1 de diciembre de 2013.

Yo a menudo salgo al encuentro de esta luz, por ver si soy capaz de atrapar su misterio, esa gracia con que ella trasforma el  mundo en un instante, y a todo otorga, por ínfimo que sea, su momento de maravilla.

"Gracias, luz, por recibirme", vista de La Alberca desde sus huertos.
Primera foto que hice en mi viaje, diciembre de 2013.

Uno regresa a casa al anochecer, ya con el mundo velado, pero sintiendo, como dijera el poeta granadino Luis Rosales que "La casa está encendida". Pero es la casa interior, la que conviene, porque es la que más habremos de habitar.
Para ello me fui a buscar un poco de luz y lumbre, a mis orígenes.


Pequeño álbum de un fotografiador que partió en busca de luz.
Uno llega cuando va el otoño tardío.
Vista de La Peña de Francia desde la Alberca.
Foto propia, diciembre de 2013.


Vista de la Peña de Francia desde
La Alberca. Foto propia. Diciembre de 2013.


Hablando un rato con Pinocho.
(me contó una de mentiras...)
La Alberca, diciembre de 2013.
Una luz aún dormida
que llega a despertar el mundo.
Cerca de "La puente", La Alberca.
Foto propia, Dic.  de 2013.

Las calles serranas se nos
imponen como un torrentera de impresiones.
Foto propia, calle de La Alberca.
Diciembre de 2013.

"Regatos de luz", que demedian las calles.
 Calleja albercana.
Diciembre de 2013.
A veces la luz se derrama como de una cántara...



Calle albercana donde habitaron mis abuelos.
 Foto propia, 1 de diciembre de 2013.
Calleja Albercana, dibujo de 1967,
 por Antonio Moragón Agudo.




¿Cuál es el camino de regreso, la piedra o el cielo?
La Alberca, Foto propia
Diciembre de 2013.











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