lunes, 22 de octubre de 2012

Queríamos tanto a Ana Torrent


Hector Alterio y Ana Torrent en la película El nido (1980)
Escena en la calle Concejo, junto a la plaza de Eloy Bullón de Sequeros, en la Sierra de Francia de Salamanca

En aquel entonces era difícil saberlo.

Inicio del relato "Queremos tanto a Glenda" 
 Julio Cortázar


El camino que nos lleva al pasado es el más cómodo de  recorrer, pues allí donde hubo cuestas uno va y las allana, donde no encontró más que fosos se echa mano del olvido y se nivelan,  y cuando se recuerda que se caminó descalzo sobre ortigas, no se sienten ya las llagas y escozores  de aquel tiempo  y se camina por el suave rocío de la evocación. 

Anoche me dio por recorrer una senda que me llevó a los tiempos de mis 14 años. 

No sé por qué, pero sentí la necesidad de visionar de nuevo la película "El nido", del director Jaime de Armiñán. Puede que fuese por uno de esos mandados que uno oye en las noches frías, y que te llegan imperiosos e inoportunos como cuando tu madre te quitaba de jugar para que le trajeras no se qué del ultramarinos... 

Puede; pues pocos son los que saben desobedecer los recados de sus entrañas.

O tal vez fuera por haber visto en mi ruta bicicletera de unas horas antes, en una calle de Martinamor, a una joven clavadita a aquella nuestra Ana Torrent,  la actriz que es la protagonista de la película que he empezado a proyectar en esta pantalla.

Fuera como fuese, metí el disco en el aparato y me vi de repente en un día de 1980. Era el tiempo en que las mimosas redondeaban el amarillo en las últimas tardes de marzo. Aquel día, a la par que nosotros,  los chiquillos que salíamos de la escuela, corría por el pueblo , Sequeros, la noticia de que habían llegado unos comediantes. Que eran artistas, decían otros, que ni lo uno ni lo otro sino cineastas, apuntaban los más entendidos. 

Y lo que eran tuvimos tiempo de saberlo, pues apenas clareaba el día siguiente, y ya se les veía por las calles del pueblo hablando con los que iban caballería en mano a sus huertas, entrando en los bares a entretener el aguardiente de los madrugadores, husmeando los corrales que aún guarecían algo de la noche, llamando a las puertas entreabiertas, goloseando los rincones del pueblo, y en fin, remirando todo como cuando en el baile le buscábamos el perfil bueno a las chicas.

Una mañana llegaron a la escuela. La escuela era uno de aquellos edificios que se les habían caído por toda España al  ministerio de su carpeta de Plan Escolar de los años sesenta: estrecho,de blanca largura e ideado con sólo dos aulas para la separación de sexos. Pero ya  en nuestro tiempo estábamos  en clase unos quince entre chicas y chicos. Yo cursaría séptimo de EGB, o sexto, u octavo, o todos juntos; pues al estar en el mismo aula, el maestro daba las lecciones por tandas, y tan pronto decía  matemáticas para los de sexto, como historia para los de octavo, como naturales para los de séptimo...así que uno se iba quedando un poco con todo, o con nada, ni siquiera de lo suyo.

Cartel de la película "El nido" del director Jaime de Armiñán.
Rodada en Sequeros, San Martín del Castañar,
Campo Charro y Salamanca, en el año 1980.
Y los cineastas llegaron, decía, y pidieron a don Teodoro, nuestro maestro, unos muchachos de figurantes para su película, así que durante aquel mes estuvimos varios días a la semana con ellos. 

Nos levantábamos, y en vez de ir al colegio, nos íbamos a rodar escenas, y eso nos hacía andar cuando regresábamos  al muerto aire lectivo, con el respirar muy subido, y con el perfil de la cara más chulo que el la moneda de diez duros.

De los actores el que mejor nos caía era Héctor Alterio, el protagonista, acaso por su acento argentino, o por su extrema amabilidad, o porque en sus ratos libres se interesaba mucho por nuestras pequeñas cosas de pueblo.

Ovidi Montllor también, ahora que me acuerdo, con su voz rasposa como de tabla de lavar. A Agustín González le teníamos respeto, y más cuando entre escena y escena se paseaba con su caracterización de guardia civil; y lo de Patrícia Adriani, la actriz que hacía el papel de maestra, era un sin vivir, pues su lozanía nos ponía muy nerviosos, y en cuanto aparecía se nos pegaba su presencia como el roce con las retamas de las jaras en verano. 

Y lo de Ana Torrent era distinto; era lo más diferente que yo había sentido en mi pecho. 

Rodábamos en una ocasión unas escenas que apenas duran un minuto en la cinta y que nos llevaron varias sesiones, en el interior del coqueto teatro del pueblo. Cada mañana esperábamos en corrillo junto a su puerta, pues la vecina que tenía la llave siempre se demoraba. Nos colocábamos en corrillos separados: en uno los muchachos figurantes, en otro el director y los actores y en un tercero unas niñas actrices y Ana.

No deja de ser una pena que en aquella época que nos daban tanto la lata en los libros de texto con los Diagramas de Venn, nunca se produjera una unión de nuestro corrillo con el de las chicas forasteras, o ya de puestos, una interjección de los tres conjuntos. Yo veía a mis compañeros mirar de reojo a aquellas niñas,como yo mismo hacía, y esto era de mucha burla y rabieta con las chicas nuestras. 

Una mañana en que nuestros grupos estaban muy próximos se me ocurrió intentar en la pizarra del instante, la unión de los conjuntos. Dije fuerte, para que se me oyera y mirando a su grupo: "¡Oye, Ana, que digo yo...!" . Y la Torrent,  encogida de frío a pesar de llevar un  grueso jersey de lana rojo de respondió:  "Sí...Díme". Pero a mí me entró un tembleque que no era de la helada matutina, sino  de verme enmarañado de repente en sus dulces ojos. "No, que no es a ti... Que es a esta Ana...", balbuceé señalando a mi amiga Anabel. Creo que lo volví a intentar un par de veces, pero a la tercera ya no me respondió.

Durante el mes que duró el rodaje no fuimos capaces de solucionar la lejanía matemática de los conjuntos. Pero sería porque cada grupo andábamos a lo nuestro, y lo nuestro era pensar en lo que se decía que pagaban a los extras en las películas. Unos decían que quinientas pesetas día, otros que mil, y lo que decían que cobraríamos unos cuantos exagerados no merece la pena contarlo. 

En todo caso, para unos muchachos acostumbrados a unos puñados de pesetas de paga semanal, hasta la menor cifra que barajábamos era una fortuna. Yo contaba con darle aquel dinero a mi madre, claro, pero puse la condición de que quería unas zapatillas blancas, con tres rayas, que eran las del anuncio "¡Contamos contigo!" y que, dejé muy claro, se llaman Adidas. Y las quería porque no calzaba más que chirucas y en el verano flojas playeras de tela azul y goma caldeada, pero sobre todo porque se las veía a lo niños veraneantes. Mi madre vino a consentir después de mi matraca, y se llevó un disgusto cuando fue a encargarlas a la tienda del señor Gil y se enteró de lo caras que eran para no ser,bufaba, más que unas alpargatas.  

Y  en esas andábamos, cuando plano a plano llegó el final del rodaje. 


Mi viejo libro de texto,donde está la
única matemática que logre aprender.


Aquel último día nuestros corrillos esperaban a la entrada del colegio de San Martín del Castañar, pueblo vecino. Habían elegido aquel gran edificio por guardar todavía su  personalidad antigua. Eran unas escuelas muy bonitas, y recuerdo que rodando en una de sus aulas, sentado en un robusto pupitre de a dos, yo pensaba entre escena y escena, que allí sí, que en ese lugar de sabia madera, seguro que sería fácil aprobar las puñeteras matemáticas. 

Recuerdo que me empeñé aquel día en calzar mis botines de cuero repujado, que sólo me dejaban en las fiestas y algún que otro domingo. 

Y allí estábamos de nuevo, cada cual en su grupillo si hacer ni caso al señor Venn, cuando oí detrás mío la voz que no cesaba de hablarme en sordina en mi soledad: "Oye Ángel...". Pero yo no me giraba, pues pensaba que sería para algún actor o miembro del conjunto más selecto que compartía con indiferencia  aritmética mi mombre. Pero la voz insistía con su reclamo, y yo que nada, pues me intuía que la joven actriz quería devolvérmela. Pero la voz seguía, y se impuso entre los murmullos como una levantada de perdices, así que me giré, miré,  quedé preso en las mazmorras oscuras de sus ojos, y confirmé que Ana era la que me llamaba: "Que me gustan mucho tus botines...", me dijo. Y menos mal que comenzó el grupo a moverse hacia el rodaje, pues desde que la había oído en su voz cierta, me estaba faltando el  poco suelo que pisaba.


Al terminar la última escena, se produjo al fin la intersección y la unión de todos con todos; y por allí anduvo el director rascando cogotes y diciendo "¡muy bien chaval, muy bien...", y Patricia repartió besos que se nos inflamaron como deliciosas picaduras de avispa, y Ana posaba solícita ya que todos querían una foto con ella. 


Aquel día logré entender el misterio de la matemática, ése que no me entraba en mi solitario y antipático pupitre de formica verdeada. Sólo en esos instantes comprendí la ley inyectiva, la simétrica y no sé cuantas propiedades más de la teoría de conjuntos.

Y  luego se fueron, y nadie sabía que nos íbamos a quedar tan tristes. 



Esa misma tarde oímos el bando pregonando reunión  para explicar el dinero que habían dejado los cineastas. Y acudí todo contento pensando en mis adidas. Pero la productora  no dio a los figurantes un duro, que se supiera, sino que dejó una importante cantidad en el ayuntamiento para que en las próximas fiestas de La Cruz de Mayo, se diera un vino al vecindario y que ése año, en vez de dos noche de verbena en el Altozano, hubiera tres.

Y me quedé sin zapatillas.

En las noches del incipiente mayo, oyendo los pasodobles que el cuarteto de músicos de Villanueva del Conde tocaba una y otra vez para deleite de los mayores, yo sólo sentía la ancha rabia del conjunto vacío. Únicamente me consolaba que no me cobraban los refrescos, y que los amigos me dijeran que después de todo Ana Torrent no era tan guapa, como pensaba yo también en la distancia que ya crecía de manera exponencial. Hasta que comprendí que a todos les había, y les estaba pasando, lo mismo que a mí...


Escena  en el paraje de "La Cabezuela" en Sequeros, mirador singular de la Sierra de Francia de Salamanca.

Veintiún años después me encontré con Ana Torrent. 

Fue en Segovia, donde ella interpretaba una obra en el teatro Juan Bravo. Yo trabajaba en la librería más castiza de la ciudad. Detrás del mostrador, lo primero que noté al verla es que se le había alargado el rostro como se nos habían estirado los años, y lo segundo: que sus ojos habían perdido el dulzor de la inocencia, como los habían perdido los míos. Le dije que yo había sido su Macbeth en aquella escena de la obra de "saquespeare"  que rodamos en el Teatro Liceo de  Sequeros. 

Me pareció oír de nuevo el golpe de la claqueta y por unos minutos tuvimos nuestra escena.Ella sonreía,que se alegraba me decía,que recordaba aquel hermoso pueblecito serrano...

Y luego se escuchó un inaudible ¡Corten!. Ana pagó su libro, la vi marchar como en blanco y negro, y el día siguió con sus anónimas historias. 

Sí, maestro Cortázar, entonces no sabíamos que la vida se recuerda como un filme, y que realizamos el montaje del metraje de nuestras vivencias como se empalma el celuloide, y en la cinta de la memoria ponemos secuencias, como se hace en las salas de montaje, imágenes de todos los lugares dispares en los que hemos ejercido nuestro torpe ejercicio de figurantes.

Anoche, viendo a mis amigos en las escenas, a las compañeras de infancia, esas que luego me dejaban vendimiar en sus boca los besos, al reconocer a aquel muchacho que fui, y al escuchar de nuevo la voz de Ana... me dieron muchas ganas de salir corriendo hacia allá, sin zapatillas caras, descalzo, para llegar a tiempo de bailar cien veces los pasodobles de las fiestas.

Sí, una vez, cuando las mimosas redondean el amarillo, llegaron unos comediantes a un lugar de cuyo mombre no me quiero olvidar.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes


Fotografía de Bienvenido Vega. 
Escolares de Sequeros en su Plaza del Altozano, año 1964.


10 comentarios:

Vicky Rodriguez dijo...

Gran película... El Nido.... No sabes cuàntas veces la he visto y cuando llega el momento siempre la misma frase: Ahí està, es mi hermano Angel!!... Ademàs me entra mucha nostalgia porque salen tantos lugares donde pasé mi infancia... Ahora me has acercado aún màs a aquellos tiempo... Y tengo dos curiosidades... La primera: ¿Qué sentiste al comprarte las primeras adidas? ¿Lo mismo que al mirar a Ana Torrent cuando eras niño?.... Y la segunda y màs importante: ¿En qué mes fue el rodaje? Porque tal vez fuera yo la culpable de que no hubiera dinero para esas zapatillas.. No se te olvide, hermano, que el año que se rodò la película.... En junio de 1980 nací yo...

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Gracias Vicky por tu comentario. ¿Sabes? Nunca llegué a comprame unas adidas, pues en cuanto llegué a Andorra descubrí Nike, las del BarÇa y desde entonces he roto muchas. Y no esr por tí que no había dinero: tú fuíste ese año el MEJOR REGALO PARA TODOS, aunque naciste ante de reyes...

Anónimo dijo...

Es una historia preciosa, Ángel. Un abrazo. Vega.

vicky rodriguez dijo...

No volveré a comprar unas Nike en mi vida!!!! jajajaja.
Si te sirve de consuelo, una vez le compré a Andrés unas Adidas (en las rebajas, jeje) y salieron malísimas... Le duran más otras marcas menos conocidas..... Por cierto...Es Don Teodoro el profesor al profesor al que te refieres en tu relato? Yo me libré de él.. Cuando era pequeña e iba a la clase de la señorita Toñi (esa profesora estupenda que te destrozaba las mejillas), temía llegar a quinto porque eso significaba pasar al otro lado... Le tenía miedo... y para no tenerselo verdad? pero me libré, porque nos fuimos a vivir a Madrid..
Tu relato me ha hecho también pensar en las vueltas que da la vida... Fíjate , después de tantos años volviste a encontrarte por casualidad a aquella actriz... Como es la vida.... Será que todo vuelve o que la vida te da una segunda oportunidad?

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Gracias amiga, me alegra que te guste.Seguiremos contando...Un abrazo.

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Sí,el maestro era don Teodoro, un maestro para mí frustrado que tal vez nos hizo mucho daño. Su lema debía ser :"La letra con sangre entra", y mala pedagogía es esa, pues para las pocas cosas que la sangre sirve-a parte de las transfusiones- es para hacer morcillas...
Y sí, fue casualidad y bonito verla entrar en la liberia donde yo trabajaba, y al menos sirvió para que a este relato no le cojeé el final...

Unknown dijo...

Muy buen relato tio.

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Gracias Richi, me alegro que te guste. Además, basado en hechos reales, aunque nunca se puede estar del todo seguro sobre la ficción de la realidad, o lo cierto de la imaginación...Un abrazo.

Unknown dijo...

Una historia hermosa y entrañable.

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Gracias por tus palabras Jacqueline, me alegra que te haya gustado...Un abrazo.