viernes, 12 de octubre de 2012

Las palabras azules


     Edición del 22 de febrero de 2015, con motivo del
   76º aniversario de la muerte de Antonio Machado.

El título de este cuadernáculo cibernético, o bitácora de travesía, o blog, o llámese como se quiera, ya que después de todo no es más que una zamarra donde meter los zaleos de y para un viaje personal, lo he tomado de un poema de Antonio Machado, de su libro "Soledades", editado entre 1903 y 1907:

 "Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas !..." 



Homenaje a Machado, febrero de 1994. 
Dibujo propio.
Y así es, pues esto es lo que me encuentro cuando me adentro por las tierras en derredor de Salamanca, o cualquiera otra parte castellana a donde voy.

Y he dicho que así es, pero sí y no, me explico: sí porque los parajes que yo recorro, no difieren mucho a los que el poeta fatigara allá por Soria, Segovia y otros lugares, y el aire de por aquí trae el mismo aliento que el de por el de aquellas partes, y la tarde soriana, y la segoviana, y las castellanas en general,se quedan dormidas con los mismos párpados cárdenas y dorados que por acá.

Y no, porque cuando yo observo todo lo que me encuentro en el camino, lo hago ya después del poeta.

En mi juventud, en muchas de las horas azufradas en una habitación de estudiante, caminaba, subía y bajaba por las palabras de los poemas de "Campos de Castilla", con tanto ahínco, que a veces tenía que pararme para enjugar mi frente del sudor. Entonces, sobre el colchón y en medio de tristezas juveniles, las palabras me hacían ensoñar alcores, oteros, serrejuelos, "Leonores" varias, algún amor platónico e imposible como el de  Guiomar... Y lo hacía como decían los de la prosa enjundiosa de la "Generación del 98" español, viéndolo en lontananza, es decir: en el futuro, en aquel porvenir de mi pasado que es mi ahora mi "porvenido".

Y en estos días, en estas ahoras mías, cuando ruedo por los campos de la realidad, lo que me sale al camino son versos y pensamientos machadianos, o de Unamuno, o de Azorín, dónde a ellos sólo les salía el silencio y el basto y desgarbado horizonte mesetario.

Sí,  a mí, y estoy seguro que ya a cualquier viajero, nos saltan de entre los trigales apresuradas palabras que un día leyéramos, de igual forma que les saltan las perdices de vuelo huidizo a los cazadores.

El paisaje siempre ha estado ahí, por siglos luengos, pero es a través de esa generación literaria, cuando parece que cobra forma, cuando al poner las tierras extensas, los cielos amplios, los pueblos de adobe y teja; los rostros con profundas cárcavas de sus gentes en letras de molde,  cuando cobra entidad estética, presencia animosa, realidad espiritual.

Hasta entonces se decía que el campesino no tenía conciencia estética del paisaje. El campo debía de ser para ellos, se pensaba, el  potro de tortura que le machacaba cada día el alma por un mendrugo de pan. Y lo que se veía en el horizonte, toda esa tierra por doquier, pues mira que no es ancha Castilla, eran las tierras de don fulano o de don citano, o pedregales, o largas horas de fatigosas andadas para llegar a tal sito, o al otro, y al llegar allí, pues más de lo mismo.

"Azul Castilla", fotografía propia.
Vista de el "Arapil grande", en Arapiles, localidad próxima a Salamanca.
Y esto no dejaba de ser una paradoja, y una calamidad, pues los humildes de toda época, no hemos tenido más que derecho al paisaje.

Y para más "inri", tampoco poseían el cielo azul, pues éste, que no es de nadie en principio, no es que fuese de Dios, sino de sus albaceas y testaferros en es este mundo, así que ni eso...

Ésto que cuento , lo constataron la mujeres y hombres de "Las Misiones Pedagógicas" que recorrieron las comarcas más hondas de España en los años 30 del siglo pasado. Las Misiones fueron una loable empresa que bebía en las fuentes de "La Institución libre de Enseñanza" de Giner de los Ríos, llevada a cabo por Manuel Bartolomé Cossío y en la que Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández...y otras muchas gentes de Cultura participaron.

Fue una aventura itinerante que no es que pretendiera imponer la Cultura oficial a las gentes del campo estancado, que algo habría de esto, si no sobre todo, de llevarles herramientas para que ellos pudieran descubrir, fabricar, alimentarse de  la suya, de sus raíces y de su miga.

En muchas entrevistas, ancianos de hoy que eran niños entonces, cuentan la maravilla que sintieron de aquellas gentes que llegaban con el cinematógrafo, los libros, las reproducciones pictóricas de excelente calidad de las obras maestras del museo de El Prado, del teatro en la plaza del pueblo, de los títeres, de aquel aparato del que salía música y apresaba sus cantares...

Pero sobre todo, estos ancianos cuentan del asombro que les produjo saber que tenían paisaje, que la tierra y el cielo se podían labrar con los ojos, con el aire del pecho, y que el fruto que sacaban de este laboreo  era para ellos y no para el amo de turno.

Sí, Colón descubrió América, pero la Generación del 98 nos descubrió Castilla, entre otras tierras de España.

Porque ésta es acaso la magia de la literatura, este el poder celeste del arte y del pensamiento.

Estas son las palabras azules de la Cultura, las que como el cielo tienen extensión, como la tierra fecundidad y como el aire posibilidad.

Cuando salgo en bicicleta por desdentadas carreteras comarcales, circulo a veces apretando el freno para observar el paisaje. En ocasiones, a la vuelta de una curva aparece el perfil de un pueblecillo, o me sorprende un paisaje risueño. Entonces me gustaría buscar a los hombres que desbrozaron esa ruta antaño, la pavimentaron y fueron edificando durante generaciones la realidad sencilla de la que yo me alimento en ese instante, para darles las gracias e invitarles a un chato.



"Sueños de tinta", ilustración propia.

Éso no lo puedo hacer, bien lo sé, pero sí agradecer a don Antonio Machado, y a cuantos autores he leído, a cuantos habré de leer, escuchar su música, o sus obras observar... por desbrozarme la mirada y trazar senderos en mi sentimiento.

Estos son los caminos que yo sueño. 

Aunque bien sé que las andadas, las rodadas que hemos de dar por el mundo, nadie nos las podrá hacer nunca, afortunadamente, pues son para nuestro esfuerzo, nuestro provecho y nuestro goce.


Postdata.

En mis tiempos segovianos, conocí a varias personas octogenarias que habían sido alumnos de don Antonio Machado en un instituto de la ciudad.

Me hablaban de él con emoción: que se le veía paseando solo, que llevaba siempre un largo abrigo con alguna mancha...Pero sobre todo, recalcaban su profunda bondad pedagógica.
Se cumplen 75 años de su triste muerte en Colliure, y ésta ha quedado como uno de los exponentes de aquellos atroces años. 
Dicen que aquel día encontraron en sus bolsillos un papelillo con lo último que escribió: "Estos días azules y este sol de la infancia".
Sí, aquellos fueron malos tiempos para todos, otras gentes, otras circunstancias, y no quiero entrar ahí: cada gajo de la Historia tiene su porción de tragedia...
Creo, sin embargo, que las palabras de Machado están vivas, con la viveza y limpieza del cielo claro después de cada tormenta,pues esto es lo que logran los que usan el azul de la tinta y no el rojo de la sangre.
Y no puedo por menos que sonreír cuando reparo ahora, pues no era premeditado, en esta aviesa paradoja...



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