jueves, 25 de octubre de 2012

Señas, cicatrices de identidad (Breviario de estilo)

Reedición del 9 de enero de 2014


                                                  Di tus cosas más íntimas, dilas, es lo único que importa.
                                                              No te avergüences, las públicas están en el periódico.
 Elías Canetti


Lo más hondo es lo más universal.
Antonio Machado



Lo mejor de los caminos son a menudo la paradas que se hacen. 


Sentado en la Peña de Francia. Al fondo la Sierra de Béjar, y en medio La Alberca,Salamanca,
el lugar donde nací.

He pensado con frecuencia que mi afición al ciclo turismo, a las caminatas y a los viajes de todo tipo, se deben a la adicción a esos momentos inaugurales de llegar a un lugar, de conocer nuevas gentes, desconocidas u olvidadas costumbres, de sentarte sobre una piedra y sentir todo lo que ves como una extensa heredad. También por la afición a golosear paisajes, de buscarle a la vida otras maneras de desvelarse cuando no la estoy entreteniendo, y de conocer en mí mismo, cuando salgo de lo cotidiano, otras posibilidades de ser. 

Lo mismo me ocurre con el gusto por la lectura, que es ese extenso territorio de  senderos que se bifurcan (emulando al gran viajero sedentario Jorge Luis Borges), que me lleva en zig-zag a otras realidades, a tratar con gentes de todo pelaje, a surcar mares desde la embarcación de mi sillón orejero, a beber a grandes tragos aires de historias, a cambiar mi dieta convencional  y a comer sin parar las negras hormigas de las letras.

Y de igual manera acontece con el resto de las artes, pues una música es para mí un viaje en globo, y una pintura un alto risco desde el que se tira en ala delta la mirada. Y de similar modo con la afición  a la escritura, pues acaso el afán de ir colocando letra a letra, palabra tras palabra, párrafo seguido de más párrafos, no sea más que la secreta intención de hacer un mapa de  ruta, una cañada que me lleve a lugares de trashumancia donde encontrar hierba abundante, resguardo de los hostigos de mis inviernos,y frescura para lo angosto de de los días. A veces también resulta un trabajo de empedrador, tozudo, fatigoso, es verdad; como el del artesano que construye de rodillas un camino de baldosas amarillas para llegar a su reino del  Mago de Oz.

O quizás, lo que pretendamos los escribidores y demás artesanos de las artes varias, no sea más que la velada e inconfesable pretensión de hacer con nuestros obras una escala, de sujetar una cuerda en la varanda de tu atención, para entrar por la ventana en la  casa de tus pensamientos, amiga y amigo lectores.

Así que avisados quedáis al entrar en este blog.

Y es que  todos, de alguna manera, buscamos las grietas al muro de la rutina por donde huir a  la libertad de nuevas posibilidades del sentir y del pensar.

Por ello me encanta entrar los domingos de buena hora en pueblos desconocidos con mi bicicleta, procurando, como se decía, no espantar la era, esto es: sin armar jaleos ni  ruidos. Entro liviano como el humo fugaz  que expiran las chimeneas, picoteando el convite de los aromas de guisos de las casas, el olor del pan recién parido en  las tahonas, oyendo la convocatoria de las campanas a la misa de guardar... En fin: dando vueltas y vueltas a todo con el trillo lento de mis sensaciones en busca del grano limpio de las cosas. 

Pero casi nunca lo consigo del todo, pues siempre hay  perros  mal encarados que me delatan, que descolocan la parva de mis emociones. Me ha ocurrido tantas veces, que he llegado a pensar que tal vez ese perro sea siempre el mismo, que me tiene ojeriza, quién sabrá por qué, o acaso de mi otra vida (más perruna que esta), y me  tiene calado y me sigue a todas partes para morderme las primeras y mejores emociones.

Es estupendo charlar luego en las tabernas con la gente de sus grandes cosas de pueblo que ellos consideran nimias, y oír sus historias, y alguna leyenda que aconteció sin duda por allá, pero que nunca acaba de levantar el vuelo de la gloria literaria. Y a veces  palpo la devoción  de las ancianas por sus vírgenes y sus santos que,  por supuesto, juegan el la primera división de la milagrería, y los tienen muy bien mirados en los ministerios de los que, desde el  Más Allá, obran en los asuntos de este mundo.

Pero a mí lo que me concilia es su más acá, y me resulta  una gracia  el estar ahí, tomándonos un chato de vino redencional, y me gusta que estén tan ciertos en su sencillez, y que sin saberlo ni pretenderlo, con sus vidas,  tengan algo tan nutricio, y que entregan al forastero como quien ofrece una bandeja de pastas. 

Y todo lo que veo en mis viajes pequeños, y todo lo que siento, lo degusto como si fuera sacramental. Y es que para mí esos ínfimos momentos -a ver cómo lo digo sin resultar cursi ni trascendido- tienen hálito, y una adecuada ración de ellos en un fin de semana, me dan fuerza para el resto de la semana.

También me ocurre algo similar cuando termino de leer un buen libro, o de ver una película que me ha dado parada y fonda por unas horas, o cuando salgo de una buena Exposición, o del teatro, o cada vez que escucho a Mozart o a Beethoven o a... O cuando voy por la calle  y como un riachuelo me llega un poco de música callejera, o cuando una noche se ilumina con una buena conversación entre amigos, o termina un silencioso paseo por el bosque con la amada, u otros momentos, los cuáles ahora es mejor guardar en el blanco de la sábana... ¡Ejénm, ejénm!, perdón, quiero decir de la  página...

Lo mejor de cada día -todos lo sabemos- a veces resultan ser los instantes de parada, cuando nos sentamos sobre los minutos, como en un un  poyo de pueblo, a la fresca, y recobramos el resuello que siempre se cobra la jornada. 

Eso son también las efemérides, no tanto las oficiales del calendario, como las que cada cual se sabe y guarda en la  nacarada cajita de su memoria. Son mojones de señal, lindes de territorios de lo significativo, balizas para frenar al olvido.

Hoy, 25 de octubre, saco de mi cajita que es san Crispín y san Crispiniano. Éstos fueron dos hermanos que  decapitó el emperador Maximiano en el siglo tercero por repartir por aquellos mundos la miga de su fe. Ambos son en el santoral los patrones de los peleteros y, sobre todo, de los zapateros por haberse dedicado a aquellos menesteres. Y aunque mi bisabuelo fue zapatero, en Tamames, y se se trasladó a La Alberca, donde  mi abuelo  continuó  el oficio a tiempo parcial, no quiero llevar hoy  por la  vereda familiar este texto, sino por el de las inspiradas palabras que Shakespeare pone en boca  de un rey, que después de todo no era más que un hombre con sus apuros excelsos.

Es en su obra "Enrique V", cuando ante la inminencia de una desproporcionada batalla y la lógica flojera de sus hombres, al  rey inglés no le queda otra que sacudir verbalmente a sus huestes. Y no era para menos, pues nueve mil ingleses tenían aquel día la infausta tarea de enfrentarse a veinte mil  franceses (según algunas fuentes, según otras: tres veces más de galos). La arenga es célebre y pasa por ser, si no la mejor, sí al menos de las más motivadoras de la literatura. 


Desde que la leyera, siempre, tal día como hoy, vuelvo mi vista hacia aquella  batalla de Agincourt del día de san Críspín de 1415, en el que un puñado de hombres, acaso ebrios de palabras de fuego, vencieron de manera épica una de las innumerables batallas que a los hombres les ha dado por armar, en esta interminable sucesión de batallas que es el tiempo.

Y siguiendo el consejo de Shakespeare, en este día hago recuento de las heridas que me han producido las batallas que me ha tocado librar en el año en curso, y en los demás.





     

Arenga. Película "Enrique V"  dirigida e interpretada 
por Kenneth Branagh, año 1989


Hace tiempo que aprendí que como a Ulyses en su regreso al palacio de Ítaca, después de tan larga odisea, a las personas sólo las conocen en lo más profundo los que saben de sus pesares, de sus dolores, de las heridas que les ha dejado la vida y que ellos disimulan con los disfraces de los días, aunque, como en la Odisea, nunca logran engañar a su propio perro, porque estos nos huelen hasta el alma.
                                                                      
Por ello, cada vez que coincidamos en este cruce de nuestros caminos, te contaré -si es que quieres sentarte un rato conmigo- que cada día es una lucha desproporcionada, y que, como tú, salgo a batallar contra mis propias limitaciones, para eliminar mis errores de buena voluntad, y las recurrentes estupideces que cometo, que resisto las fuerzas brutas del mercado, las miopes de la política, las despiadadas de  los mangantes - y no magnates- de Wall Strell,  u otras bolsas de meter lo robado para llevarlo a Suiza. 

Que no estoy con los que olvidan que la aguja que une y suma es tan noble y necesaria como la tijera que recorta y separa, y que sin el adecuado uso de las dos herramientas, vamos a andar mucho tiempo desvestidos.


Contra la enfermedad, como todo el mundo, contra la incultura que desertiza, contra el derroche de los recursos, sobre todo de los humanos, contra la muerte mal asumida, aunque no quisiera que se muriera nada ni nadie, pues así tendríamos tiempo de aprender. También contra las caries que produce el desamor, contra el olvido que es una desforestación, contra la soledad no deseada, contra la mala arquitectura de los sueños... 

Y también te contaré,tal vez, que entro a veces como tú en la casa por las noches, apabullado por tantas cosas que me superan, por una impotencia tan grande, como cuando en el colegio te rompía la nariz un abusón. 

Así que de nuevo te aviso, que esto es lo que encontrarás de mi, si quieres pararte un rato por el descansadero de estas páginas.

Y si lo haces, quien sabe; a lo mejor también pueda yo conocer algunas  de las que te hacen tan singular.

Si te paras a menudo, me irás conociendo, sabrás de mi y de mi sombra, y con el tiempo irás descubriendo algunas de mis  heridas, las que me hacen también particular, las que no muestro , pero que tampoco sé esconder. 

Pero no me importa, pues he aprendido que  en toda persona, constituyen sus más remarcadas señas, sus cicatrices y sus más sólidos rasgos identidad.

Hoy, tiempo después de haber escrito esta entrada, vuelvo a pasar por aquí, pues uno nunca acaba de ser peregrino por sus propios caminos. Hoy, como tú, también me siento un rato en estas letras en busca de solaz.

Aquí dejo puesta una silla para ti. 
Siéntate un rato, ya que has venido, dejemos que charlen nuestros silencios, y vuelen un rato los pensamientos.

ILustración de Quinnt Buchholz.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir tus experiencias. En este camino nos encontraremos...