miércoles, 31 de octubre de 2012

Penélope en el balcón. TERCERA PARTE

...viene de  la entrada "Penélope en  el balcón" SEGUNDA PARTE


Paño bordado por Mª  Ángeles Sánchez Blázquez,
mi madre, en 1958.

En la noche, la oscuridad se vertía sobre la Sierra de Fronda como de una inmensa cántara, y el bochorno de agosto hacía creer a los lugareños que estaban dentro de una pegajosa y aromática tinaja de aceite. Doña Rosario, lejos del fragor de los turistas de la Plaza, respiraba el aire que entraba por la ventana de la alcoba que daba al cortinal. De las huertas llegaba la humedad de las albercas y de las plantas como un rumor del que uno se sabe la noticia, y de las tierras de pan llevar  próximas, el olor dulzón de la mies cortada. Y ella acogía estas golosinas que  el verano arroja sobre el mundo desde sus balcones, y las degustaba como en un convite de bautizo.  

Pero la mujer olía en realidad otro aire, perfumado también por el sacrificio del heno y de la hierba: aire de su infancia que corría de nuevo por el pecho de su vejez. Se veía, en su ensoñación, muy inquieta junto a sus dos amigas apoyadas en el barandal de esa misma  casa. La llegada era inminente, como lo anunciaba  el alguacil que apareció corriendo  por  el último tramo de la Calle Mayor  y se paró al  llegar a la fuente de la plaza. Entonces el corrillo de autoridades se desovilló y se  alinió por orden de preferencia; los danzantes  configuraron sobre el empedrado los primeros amagos de su baile de bienvenida; los guardias apagaron sus pitillos y arrugaron aún más el cejo; el tamborilero ensalivó su gaita y comprobó como se andaba de soplo, y el instante se quedó preso para siempre en los ojos de  aquellas niñas con el aspecto sepia de una fotografía.

Le parecía escuchar en su alcoba el percutir de los cascos de las monturas sobre el granito, y lo seguía con igual expectación que aquella remota tarde. Cada vez se oía mas fuerte el expansivo redoble de los cascos de las caballerías, hasta que por el recodo de la calle despuntó la avanzadilla de la comitiva. Entraron como entran al atardecer los que faenaron en los huertos: lentos, porque se han dejado las fuerzas ajustadas para ese día en la tierra y bajo el sol, con el sudor requemado en sus rostros lisos que les daba el aspecto glutinoso de las jaras. Al entrar en la plaza, sólo los caños de la fuente hacían comparsa a la expedición. Los guardias de la escolta miraban recelosos desde sus jumentos los corredores granados de mudo gentío. De repente, su padre, el alcalde, abandonó su fila y corrió hasta el centro de la plaza. "¡Viva el Reyyyyy!" , gritó con su voz de esparto de viejo fumador. Entonces, quien de los llegados avanzaba sobre su montura adelantado, alzó su brazo y saludó sonriente. Sólo así supieron todos que el jinete flaco, el de la camisa blanca y tirantes por toda guarnición de su pechera, era su "Devina Majestá".

Y ya sí cayeron sobre la caravana, como pedriza, infinidad de vítores. Sonaba la gaita,retumbaba el tamboril, paleaban los danzantes, los guardias resoplaron de alívio bajo sus tricornios blancos y se aguantaban las ganas de un pito; y las tres amigas se preguntaban si aquel risueño y pálido hombre que había entrado como los jornaleros al atardecer, no sería acaso un rey encantado. 

Entrada de Alfonso  XIII, junto al Dr. Gregorio Marañón en una localidad Hurdana. Junio de 1922

Archivos de Campúa y Alfonso  / Fundación Gregorio Marañón

En aquella noche de la llegada, el pueblo de Babeca ofreció a la comitiva real una cena en los los locales de la vieja escuela. Al término de la cual, el alcalde acompañó al monarca hasta su propia casa en la Plaza, lugar donde el rey pernoctaría. Rosarito durmió aquella noche en casa de su tía. Allí esperó la llegada de su padre para que le contara, pero no pudo por mucho tiempo sujetar el sueño.

Luego, la inmemorial noche empezó a bordar su bestiario de estrellas sobre el lienzo oscuro.  Y aquella vez, vagaron hasta el alba  por las retorcidas calles serranas dos sueños buscándose: los de una niña que soñaba con ser princesa, y los de un rey  que gustoso daría su reino por volver a tener los blancos sueños de los infantes.

Pero en la velada de su presente, doña Rosario sentía que se le desbocaba la vigília. Antes de resbalar por el ancho pozo de los sueños musitó: 

    - Y al cabo todos vuelven, sí; todos tarde o temprano regresan.


El rey Alfonso XIII recibe un ramito de flores en Las Mestas.
Junio 1922
Archivos de Campúa y Alfonso  / Fundación Gregorio Marañón


Nota del autor: 

Este relato está basado en el viaje a las Hurdes de junio de 1922 del rey Alfonso XIII y su comitiva y ,sobre todo, en su última etapa, cuando al mediodía llegaron a La Alberca para estar apenas unas horas.
Bien se conoce la historia.
Pero lo que cuento sucede en Babeca, en la Sierra de Fronda, y allí las cosas son caprichosas y tienden a suceder de otras maneras que en la realidad...

Continuará...

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