martes, 30 de diciembre de 2014

Los sueños y los días .Calendario del Escribidor 2015.



Edición  no venal, gratis, free.

                 
                  No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
                  sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
                  No te dejes vencer por el desaliento.
                  No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que casi es un deber.
                  No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario

"No te detengas". Hojas de hierba.
Walt Whitman.


En estos días andan las frases a la carrera.

Son del tipo "¡Feliz Año Nuevo!", y demás banastos de buenos deseos que nos decimos por las esquinas apresuradas de la ciudad, nos escribimos, o ahora vertemos por los conductos del aire.

Y bien están estas cosas, a mí me gustan estos barnices sociales, estos engrases del ánimo colectivo, pero prefiero la frase: "Hechos son amores, y no buenas razones"...

Así que como nos encontramos tú y yo por estas sociales redes que también lubrican sonrisas oxidadas, te diré que vengo en esta entrada con buenos deseos, claro, pero sobre todo con hechos, y, esto no se lo digas a nadie, con un puñado de amores, también.

Y es que yo sé cómo va a ser tu Año Nuevo..., y el del otro, y el mío propio.

Y lo sé porque he recorrido cada uno de los 365 días que esta nueva cesta temporal nos entrega como cerezas enzarzadas.  Los he transitado sobre una tabla de Ecxel, me explico. Todos ellos los he andado: los cubiertos de escarcha del invierno, los preñados del aire ebrio de la primavera, los hondos y secos como un beso de tornillo que son los del estío, y esos  otoñales que casi se paladean como una música de Debussy. 

Sí, he andado por las jornadas de lluvia, me quedé dormido una tarde en la hora de la solana bajo una higuera, en otros escalé las sierras de mi tierra, o caminé sus llanos, o añoré tus mares lejanos. He dormido muchos de sus días y desperté a muchas de sus noches. Habité en algunos de ellos las humedades de la soledad, las caries de la desesperanza, las herrumbres del rencor  y los pozos del fracaso. Pero también encendí las hogueras de la alegría, oí las pirotecnias de la ilusión, hice con mis manos alfareras las arquitecturas de cristal del amor, y hasta conocí una hora en la que supe que mis plegarias eran atendidas.

Y así he sabido que tus días, los del vecino, y los de todos, pasarán por este año de igual manera. 

Allí, sobre las cuadrículas de la tabla de Excel, he tecleando días en azul, casi todos,y a los que me mostraban su sonrisa festiva, a estos los he pintado de rojo. 

Esto de ser escribidor tiene a veces , no lo niego, ventajas para los manejos de la magia y de la ilusión, y a mi me hubiera gustado saber, cuando hacía este calendario, qué días te van a ser extraordinarios, para alargarlos, o dejárlos en su cuadrícula latiendo todo el año como un corazón enamorado. He deseado conocer  también cuáles saldrán más aciagos para borrarlos con mi goma de borrar encantamientos, o mermarles las horas al menos. Y también, ya de puestos, he intentado adivinar cuáles son para ti efemérides especiales para pintártelos de un neón rutilante. Y con los demás, con todos esos de rutinaria normalidad, a estos los he  dejado  en el azul de añorada niñez del maestro Machado, o de los también azulados del maestro León Felipe que como yo mismo pasó parte de su infancia en Sequeros, en la Sierra de Francia de Salamanca.

Y es que los celestes días normales siempre tienen algo  de infantes, y mucho de beatíficos.

Eso es lo que me gustaría haber hecho si fuera un mago, digo. Pero ya me conocéis: tan solo soy un dibujador,un señor de la intemperie que sale con su cámara a atrapar las mariposas de los instantes. Y un escribidor que echa sus letrillas al día, como quien echa  arroz a las lentejas, por ver si la vida tan aguada que a veces nos toca se espesa, o coge algo de sustancia, o  tropieza uno la tajada de la esperanza.

Y esto es lo que traigo: el año 2015 en doce láminas con mis fotos, textos de maestros de la poesía,la narrativa, el pensamiento,y algunos míos que se me cayeron por descuido.




Y mi deseo, amigo virtual o de virtud, es que encuentres la gran maravilla de las cosas sencillas que son de las que se han servido las generaciones: las nutricias, las consabidas como el trabajo, la salud, el amor...y esas cosas normales que se vuelven el  tesoro mas buscado cuando faltan. 

No es que me crea sabio ni mucho menos, pues el caso es que soy muy cafre, ya lo sabéis, pero sí sé que el sortilegio para que los sueños se cumplan es hacer los que han hecho siempre los hombres: aplicarles mucha realidad.

Y cada día del año que nos viene será una nueva oportunidad para intentarlo. Sé que tú lo conseguirás, porque éste que nos llega es tu año, el de los tuyos..., y el mío,sí, y el de los demás, como siempre.

Y esto, qué cosas, es lo que a mi me resulta prodigioso.

¡ Venturoso año 2015 ! 


Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes
Siguen las  doce láminas: 


Nota: El calendario que sigue es el Laboral Oficial para la Comunidad de Castilla y León, España. Faltan los dos días de la ciudad en la que resido, Salamanca: los de su patrona la Virgen de la Vega, el día 8 de septiembre, y el de su patrón San Juan de Sahagún, el 12 de junio. Pero en esta ciudad tan querida, estudiantil y tan tunante, no necesitamos que nos marquen las fiestas en los almanaques, que no se nos olvidan,descuida, je, je...














Espero que te guste. Y si no, deja tu comentario para mejorar la próxima vez.
Gracias por estar ahí.
Hasta la próxima.







jueves, 25 de diciembre de 2014

Historia de Azucena (Cuento de Navidad)

Pilar Hoyos, natural de La Alberca, (Salamanca, España) a sus 96 años.
Fotografía por cortesía de su hijo Martín Cilleros Hoyos.




Y en esta inmutabilidad, en la completa indiferencia hacia la vida y la muerte

de cada uno de nosostros se esconde, quizá, el secreto de nuestra salvación...


"La dama del perrito" 
Antón Pávlovich Chéjov


Son curiosas esas frases que en las familias se pasan de labio a labio las generaciones. 

Así Azucena, antes de sorprenderse pronunciándola a la menor, escuchó la suya de los de de su madre. 

Yo la conocí, y oí a menudo su frase, y lo que de ella sigo contando, sucedió realmente, como si esto importara en las cosas del narrar. 

Podría decir que cierto era que todos pensábamos de ella que lo único bonito que tenía era el nombre. Era mujer más que pequeña, chaparra, contrahecha desde niña y había crecido sin remedio de arreglo. Si no recuerdo mal, algo cojeaba, peinaba una media melena como sacada de una mala película de mosqueteros… y, ya no sigo, que esto parece hilado del costurero de Dickens, o alguien así. 

Decir que era de un feo rematado a mala saña, no va a ser necesario que lo insinúe siquiera. 

Por aquel entonces yo trabajaba de librero en una ciudad que tiene, por si la quieres buscar, un monumento centenario con 166 arcadas de granito. Acudía a diario a un mesón que había cerca de mi casa, y allí participada en una peña de fortuna en la que, semana tras semana, un grupo de amigos soltábamos los galgos de los boletos para cobrarnos alguna pieza de la suerte. Aucena era parroquiana también de aquel bar, no vivía lejos de mí, y participaba en la peña. 

En mis dos últimos años me hicieron tesorero de nuestra cuadrilla, y en la malahora que acepté, que siempre me tocaba andar tras el rastro de lo escaqueados de sus pagos de la quiniela, la lotería, la ONCE, la bonoloto…, y ya no sé qué más cartuchos de agüeros con los que disparábamos cada semana. Pero con ella nunca tuve ese problema, que la mujer fue siempre la primera que me pagaba. Y en cada ocasión, ella me enseñaba su sonrisa de chatarra oxidada, y venga con el repetido de su frasecita. 

Creo que en aquello de la peña andaría metido unos diez años, y claro, tanto tiempo da hasta para conocer a la gente. Nunca nos tocó nada digno de reseñar en papel alguno, pero siempre caía algún pico que nos daba para una cena navideña y para el copeo de una noche de montería por la amistad. En esos jolgorios mínimos fui conociendo mejor a la mujer. Una vez fuimos parejos en la mesa, y pasadas las burlas, chanzas, y guiños de los demás, nos contamos de la marea de días que nos habían llevado hasta aquella orilla de hora fraternal. Tendría entonces sus cuarenta años; como yo. Ambos éramos de pueblo, de familia numerosa y desde pequeños habíamos ido trabajando en lo que nos había salido. Estaba soltera; yo también, pero lo mío se entendía que era por pereza o brío de picaflores, y lo suyo como una condición natural, un atributo obvio, como lo son las púas en los cardos o el latigazo en las ortigas. 

Ella trabajaba en una empresa de limpieza, aseando oficinas bancarias, clinicas y otros locales, y yo en los libros, como dije. Un año en la cena, al tercer vino le solté que ella, bien mirado, era en realidad académica, pues como el enorme tocho del diccionario de la Real Academia que yo vendía ,limpiaba, brillaba y daba esplendor… Creo que no me entendió la broma, y a día de hoy, quince años después, no me perdono mi exceso de gracia. 

Supe que vivía en un aparta-estudio de 40 m2 que un tío suyo había sacado al dividir una vieja vivienda familiar en tres. Ella le había comprado uno con su sueldo, otro era de un albañil algo sucio,ruidoso, maleducado, y, con mucho de zafio, según me dijo, y el otro apartamento lo alquilaba su familiar a estudiande de los Erasmus esos. No me lo dijo, pero supe que hacía tiempo que se había resignado a su soledad, a la soltería, y a la vida estanca y gris que todos le adivinábamos. 

Un año, después de 90, la librería donde trabajaba desapareció y el local pasó a ser una franquicia de una elegante boutique. Regresé entonces a mi ciudad natal, y seguí tras otro mostrador en el mercadeo de las palabras. Otros bares acogieron mis asuetos, y otra peña satisfacía mis aficiones cinegéticas por la caza de la suerte. Un día, cuando pagaba mi cuota semanal, sorprendí resbalando por mis labios a las paalabras de la frase de Azucena, y sonreí. 

Hace dos años pasé unos días en aquella ciudad. El regreso fue emocionado, y lo primero que hice cuando me istalé en el hotel, fue acudir al mesón. Allí encontré a algunos de la peña, y entre vinos me fueron poniendo al día. Hacía seis años les había tocado el cupón de la ONCE. ¡Manda narices!, pensé, diez años comprando el mismo número, me voy, y ya ves. Todos habían cobrado un buen pellizco, y yo me pellizcaba aquel día la mejilla para que no se me notara mi cara de mala leche. 

Los 20 de la peña con sus buenas perras, y yo allí masticando entre mis dientes la puñetera frase de la otra. ¿Y Azucena, qué es de ella? pregunté. "Pero, ¿es qué no lo sabes? ¡Pero si salió en todos los periódicos, en la radio y hasta en la tele!" me respondieron incrédulos, pero yo allí seguía, con mi cara de lelo. Seis millones de euros le habían caído al cuponazo de la mujer. ¡Manda perdices, eso si que es una pieza de caza mayor! 

Que la llamaban la condesa, me dijeron, que si la veía no la iba a conocer, que parecía hasta guapa de lo que se había hecho, que se había comprado una chalezazo a las afueras, que tenía chófer, jardinero y cocinera. Que tenía ya bien viajado el mundo entero, que unos decían que paseaba del brazo de un cubano que para qué, aunque otras decían que era un rumano de un par de metros...Y en fin, escuché muchas más historias extravagantes que en estos casos son fáciles de creer. 

Salí aturdido. Sería por la noticia, o más bien por el vino y el champagne francés que ahora se gastaban los puñeteros, aunque eso sí, aquel día me invitaron a comer. 

El resto de los días de mi visita paseé ofuscado por la ciudad, y por el mesón ni hice intención de volver. La última tarde caminaba por la alameda del río disfrutando de la consoladora belleza como quién se conforma con la calderrilla de la vida. Musitando la fracesita de la que no me podía desprender, cuando reconocí a Azucena en la que se me cruzaba por el sendero de la ribera. 

Era verdad: parecía hasta guapa. 

Hablamos toda la tarde, y me confirmó muchos rumores de su nueva vida, y me desmintió muchos más. Era verdad lo del chalet, y lo del chófer, pues ella nunca se había sacado el carnet. Era verdad que había recorrido medio mundo, que había adquirido la empresa de la limpieza donde trabajaba, que amores le había comprado su dinero, que muchos días fueron de desenfreno, y también verdad era , me decían sus ojos tristes, que la riqueza no le había sabido dar lo sencillo y necesario que desde niña buscaba. 

Por ello sería que había vendido el chalet, despedido al servicio, parado sus pies en la ciudad de siempre, vuelto a la labor en la gerencia de su empresa,y hasta se había mudado a su viejo apartamento. 

Ayer recibí su felicitación navideña. Me cuenta que sigue todo igual. Al leer su carta me la imaginaba en su pequeña vivienda, acaso acostada en su cama, a oscuras, oyendo los cuescos del albañil, la tele alta del vecinos de arriba o la riña conyugal de algunos otros, o las voces ebrias de los jóvenes de jarana en la calle, o los jadeos amatorios de los del Erasmus. 

Y me la imaginaba entrando feliz en el sueño, musitando tal vez la frase que le decía su madre mientras regaba las macetas de las flores de su nombre, o limpiaba los cacillos de latón con las cáscaras de los limones : "Mira hija, la mayor suerte que se puede tener, es nunca necesitarla".


Relato publicado el 
24 de diciembre de 2014 en el periódico digital 
Salamanca RTV al Día


Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

viernes, 12 de diciembre de 2014

Un retrato de familia

Ya pasaron los días de beatífico puente en el que cada año, el 6 de diciembre, celebramos la ratificación de nuestra Inmaculada Constitución. 
Treinta y seis los años que ha hecho la criatura esta vez. Algunos recuerdan que su nacimiento no fue fácil, que por aquel entonces, nos dicen, los ángeles anunciadores andaban tartamudeando  por las esquinas políticas una veces, mudos, o con afónica voz de cuarenta años de escarcha, otras.
Carteles con algunas de las posturas de los partidos políticos ante el referendum del 6 de diciembre de 1978.
Composición propia.
Pero todos sabemos que se concibió en una suerte de misterio mariano, se gestó y  vino al mundo un frío día de diciembre. Luego, en el pesebre de los dos leones la amamantaron, celebraron los graciosos gateos por el hemiciclo, sus esforzados intentos de ponerse en pie por el “Pasillo de los pasos perdidos”, y escucharon sus primeros balbuceos. Pero gentes había que no la querían bien, y un día entraron en la casa  de todos dispuestos al deshaucio.
Era por 1978,ya lo sabéis,  yo era un crío, y algo me acuerdo de los coches que llegaban al pueblo con músicas en los altavoces. Qué bonitos los estribillos aquellos: “Habla, pueblo, habla…”, “Libertad, libertad, sin ira libertad…”. Sí, que pegadizas las letras que me destiñeron las que animoso coreaba en la iglesia parroquial: “Una espiga dorada por el sol…”. Las motorizadas voces volaban por las calles pregonando palabras que no encontrábamos en  el diccionario Iter de Sopena: referendum, constitución, democracia, refrendo…Pero sonaban bien; convocaban como el metal batido de las campanas en los convites. Así que nosotros, la chiquillería del lugar,  corríamos a la plaza donde paraban los de las chaquetas de pana, todo por ver si como en los bautizos nos echaban peladillas grandes, caramelos, perruniñas, duros gordos y flacas pesetas.
Yo no sé si entendíamos algo por entonces, pero el caso es que en aquellos días se nos estaba apadrinado políticamente, bautizando como generación.
Ocurre también, que hace unos días, el pintor Antonio López ha entregado el retrato realista de real familia devenida en familia común por obra e inspiración de los pinceles del de Tomelloso, de los avatares judiciales y de los políticos. Se habla, y se calla, según la feria, del tiempo que le ha llevado rematar el cuadro, pues en esto, al parecer, 20 años sí son algo. También se comenta del ruído que pueden armar la calderilla de 50 millones de monedas rubias como maduros membrillos, que el artista manchego pidió para adelantar musas, y es que, con la humildad pasa lo mismo que con la hermosura: que uno nunca tiene la que se piensa.
Presentación de la obra de Antonio López "La familia de Juan Carlos I",
1994-2014. Madrid, Museo de El Padro, 3-XII-2014.
Yo no sé qué decir, pues la obra del maestro me agrada, y de esta, casi todo: la atmósfera de discreción cromática que como los trajes gris perla da mucho empaque; la composición de un aquí te pillo a la salida de misa mayor de domingo; la profundidad plana del fondo, muy conveniente a lo que tendrá que atravesar las intemperies de la historia; las comparaciones oblícuas con "La familia de Carlos IV" del de Fuentedetodos; la simetría rota y fecunda del abrazo a la hija con el del cuadro de Goya, y esa luz alcalina que tan bien se le cae a López  en las cosas de Madrid.
"La Familia de Carlos IV" de Francisco de Goya , año 1800.
Museo del Prado, Madrid.
Y en cuanto a si es realista, hiperrealista, sicologista..., o vaya usted a saber, no me importa, pues como entendí de otro maestro de la pintura, Modesto Trigo Trigo , todo lo que se crea es interpretación,distorsión especular por mucho que se afinen los pinceles, y al cabo ilusión, arte cisoria de la realidad impuesta, y por todo ello, siempre la obra contiene más verdad, y más mentira, que su modelo.
No sé qué decir, digo, pero diré que la brochada de tiempo en este cuadro me parece larga, y que con los 300.000 € de su coste, muchas serían las plazas de profesor de Bellas Artes a crear en las masificadas aulas, y numerosas las toneladas de material escolar para los niños en Plástica, e incontables las musas a despertar en los estudiantes con becas que olviden la mendicidad.
Pero en fin, no seré yo el que logre esclarecer ahora los misterios teologales del mercado, ni de las artes, ni  los más eucarísticos de la política.
Tan sólo me quedo  remirando la obra como  si me concerniera, como quien encuentra en una lata una vieja foto de familia y en ella estuviera el patriarca que un día nos llevara a conocer el hielo de la libertad.
Aunque también uno no puede evitar sacarle a cada retratado las mondas de sus historias.

Y se quiera o no, este cuadro quedará como uno de los retratos de familia de una época, la nuestra; la de los que tenemos la misma edad que Felipe VI.
Pienso, para terminar,en  cómo valorarán los tiempos venideros los años que hemos transitado desde que cantábamos aquellas bonitas canciones, y de los cuales, quien más y quien menos, ahora se siente un tanto  transido.  

Artículo de opinión aparecido en
Salamanca RTV al Día, periódico digital
de la provincia de Salamanaca el 10-XII-2014.
Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

Posdata: Lo que definitivamente no me gusta en esta obra  es el ramito de flores. Por lo cursi, y socorriéndome de un símil que ya he puesto, porque tal y como está la cosa, queda como un chorrito de sulfúrico en pila bautismal. Y digo yo, que puestos a echar tiempo al asunto, mucho se ha tenido para quitar lo que nos llega como un chirrío.
 
Collage, interpretación propia de la obra del maestro Antonio López.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Llegados al porvenir

               Pero también / la vida nos sujeta porque precisamente / no es como la esperábamos. 
Noches del mes de junio, 
Jaime Gil de Biedma 

Cuentan que un grupo de jóvenes estudiantes se reunían por las tabernas de la Salamanca de los cincuenta del siglo pasado, o por las más capitalinas tascas del centro de Madrid y de los alrededores del café Gijón. 

Cafetín Scherzo, en la Gran Vïa de Salamanca.
Siguen contando que de vez en cuando, como quien coge la badila y escarba el brasero, alguno de ellos decía la frase, y entonces el fuego de la charla, la risa y la ilusión común, volvía a prender entre ellos. 

En este grupo de muchachos lustrosos e ilustrados, se encontraba Mayra, Ignacio, Josefina, Rafael, Agustín, Alfonso, Carmen… entre otros. Si cada uno de estos nombres quedara así, compuesto, pero sin el timbre de algo más, la cosa quedaría con sordina. Así que para empezar a escuchar la música de esta historia, hay que orquestar los apellidos: O´Wisedo, Aldecoa, Rodríguez y después Aldecoa, Sánchez Ferlosio, García Calvo, Sastre...y Martín; nuestra, y de todos, Martín Gaite. 

Y es la propia Carmen Martín Gaite la que nos dice que no sabían de dónde había llegado la frase, pero que se divertían mucho cuando algunos de ellos la sacaba a cuento: “Aquí, ya ves, esperando el porvenir”. 

A cada uno de ellos les llegó el suyo; el porvenir que en sus horas de camaradería convocaban. Y no sólo eso, sino que como cada cual cumplió su vocación, más que su misión, también les ha llegado la posteridad, esa que algunos de ellos no se cansan de sujetar, pétreos o broncíneos, por plazas de España. 

Calle de la Rúa de Salamanca.Fotografía del 4 de dieciembre de 2014,
El Café La Rayuela con sus puertas cerradas después de 30 años.
Hay veces en que parece que la crónica sale al encuentro de uno por las calles. El pasado lunes me enteré de que el café “La Rayuela” de nuestra ciudad, cerraba sus puertas después de décadas. Nada tiene de extraordinario en estos tiempos de clausura generalizada, así que con estos cohetes, poca feria se arma. Pero me afectó, pues creo que este local fue de mis primeros andenes de espera de porvenires. 

Eran las medianías de los años ochenta, y allí nos reuníamos los amigos para tomar cafés muy diluidos entre palabras con eco altivo,flirteos encubiertos y cigarrillos. Las tardes no traían presura, y en mi caso, como en el de tantos, los bolsillos las perras necesarias para tomar los atajos de las prisas. Y precisamente ayer me encontré por la ciudad con tres de los de aquel grupo. ¿Quién nos había convocado a semejante sincronicidad? De María hacía años que no sabía nada, al igual que de Carlos, y con Lucas he hablado por teléfono no hace mucho, pero nada fiaba nuestro encuentro. 

Celebré estos asaltos que a veces da la casualidad, y me volqué en ellos. Quisimos ponernos al día a la carrera, con atropellos de datos,y después del “Bien, bien, todo bien…”, hubo tiempo para levantar la alfombra de la realidad, ver algunos barridos de los días, y del tiempo que pasa y termina por dejarnos a todos el ánimo borroso como las caras de arenisca que muestran los santos en los pórticos. 

Con Lucas volví a tomar café. Mientras nos servían, comentamos de los trasiegos carcelarios que se trae la política, de la sinrazón de la violencia en el fútbol, y de las otras cosas que estos días van en la riada matutina de los periódicos. Luego me contó de su vida blanquinegra, y su voz me llegaba cansada y descreída; esa, la del profesor, la que en otro tiempo era la más entusiasta y la del líder natural de nuestro grupo. Llegó un momento en que enmudecimos, y nos quedamos en el velador de mármol del glamuroso café con la misma pesadez que el sentado de bronce de la mesa contigua. 

Mirábamos al exterior, a la plaza grande, pero nada veíamos de su trajín centrípeto, pues andábamos por un espacio ciego, preguntándonos cuánto teníamos de aquello imaginado, pretendido, compartido por los cafés estudiantiles en noches de junio, mayo o principios de diciembre. 

Nada veíamos,no, pues teníamos la vista perdida en nuestro porvenido.

Nos despedíamos ya en la puerta entre las pavesas del encuentro, cuando vimos que un bullicioso grupo de jóvenes ocupaban con su algarabía la mesa que ocupáramos.Y nos miramos, y sonreímos como si atizaran las brasas de nuestros adentros, acaso porque vimos entre ellos al porvenir haciendo dedo como un autoestopista que requiriera el vehículo de sus pechos. 

E hicimos planes para reunir al viejo grupo alguna tarde de estas, porque el porvenir es algo que nunca has de dejar de conjurar, pues en cuanto lo haces,lo pierdes. 

Artículo literario aparecido el 3 de diciembre de 2014
en la sección de  Opinión de "Salamanca Rtv al Día",
periódico digital de la provincia de Salamanca.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes


Posdata: cojo ahora de mi biblioteca el tomo número 100 de la Colección Austral. Se trata de un fatigado ejemplar amarillo de "Cien años de Soledad" que comprara un 4 de mayo de 1985 en la Feria del Libro en esa misma plaza. En unas de sus primeras hojas leo: En "La Rayuela" , con Javi, Mayte, Eloy, Tote, Fernando, Lucas... Nombres sin apellidos, pero que señorean en mi recuerdo muchas plazas.