Ilustración de Quint Buchholz. |
Hay días en que a uno no le sale nada que decir.
Y planteada en esa frase la cuestión, que uno siente como un problema, resuelto queda al instante; pues no hay tal dificultad. Porque al decir que no se tiene nada que decir, se está diciendo, así que uno es un mentiroso o cuenta una paradoja.
“¡Pues no digas nada!”,
sería el más acertado consejo que en esos días se puede recibir.
Pero ni con
esas, pues a los escribidores nos gusta llevar la contraria a la Musa, siempre, y a los demás, casi siempre.
“¡Qué te
calles..!”, nos decían nuestros padres, o en el colegio algún maestr@, y cuanto
más nos lo decían, más queríamos hablar. A mí me da que me tocaron gentes que no conocían eso que llaman “Psicología
inversa”, que debe ser como tornar la lógica como quien da vuelta a los calcetines para seguir
sudándolos.
Pues si hubieran conocido ese ahorro de la colada del alma, nos hubieran
dicho: "Anda, ven, siéntate aquí, ¿Qué es lo que te pasa? ..." Y entonces nosotros
diríamos, seguro: “No, nada”, o nos quedaríamos callados como una espalda.
Y para no tener nada que
decir, bastante estoy diciendo, y parece que me quiere salir la carrerilla de los
dedos.
Esto va a ser que la Musa me está dando la
vuelta a la camiseta, después de habérla oreado esta noche para que me la vuelva a poner otra semana.Y es que las intemperies de noviembre son buenas pilas lavanderas.
Resulta que llevo
unos días que no me sale texto nuevo, que no desembalo página y no oigo la novedad del celofán de camisa sacada de su caja.
Uno se sienta al teclado estos días, y
se queda mirando la pantalla como una
araña a la que se le ha olvidado comprar el carrete de seda para ese día en la
mercería. O con la inopia de un árbol al
que no han suministrado el charol en la papelería…
Sí, va a ser eso, me dije
ayer: todo va a ser que es otoño y los rebaños de la inspiración ya se han ido a la Extremadura, y no es tiempo
de que los árboles recorten y peguen como
aplicados párvulos sus hojitas verdes, y
las arañas… por cierto: ¿Qué es lo que hacen las arañas cuando marchan los
insectos…? No sé, tendré que buscarlo en la Wikipedia, que ésa no hiberna.
Pero en fin, a fuerza de
mucho machacar, va quitando el herrero al
metal su desafuero y forjándole el carácter utilitario. De igual manera, a
base de martillazos, se aprende que cuando uno no tiene nada que decir, lo
mejor es encontrar mucho que escuchar.
Y ya se sabe que el
escuchar es rara habilidad.
Uno puede entonces sacar
esas novelas que escribió y tiene en el cajón aguantando inviernos. Sí, es buena idea corregirlas de una
vez y mandarlas a algún editor benevolente. Así que se pone a leerlas, que es como escuchar la propia voz. Pero no funciona,
pues ocurre lo que ocurre cuando uno
escucha la grabación de su hablar: que
le resulta extraña, que se advierten muchos fallos, que uno se oye
decir muchos “¡Eh!”, “Entonces”, “Es decir”… y demás mojones que
cada cual intercala entre frase y frase. Y que no, que el tipo ése que
habla no es uno, que qué va a serlo, pero si le salen de vez en cuando
hasta un gallitos.
Así que por ese camino no
se puede llevar a guerrear a las mesnadas de la creación.
Entonces uno se pone
a leer, el libro ése nuevo o uno de los tantos que tiene a medias. Y uno comienza
a leer, y la página se le asemeja un gran campo donde germinará, sin
duda, el ánimo y la emoción. Pero que va. Que tampoco. Al poco se comienza a sentir la hoja como un terreno de labranza, y los ojos
van haciendo surcos con la lentitud y ahogo de un arado romano, y la tierra parece pastosa, muy aguada, muy pesada; pues no veas la que cayó la
noche anterior.
Así que se cierra el
libro con desdén, como quien abandona caballería y aparejo y se va sin acometer
su huebra de lectura (Huebra: espacio – comienza a decir el diccionario, que el
muy jodido siempre tiene qué decir- que se ara en un día).
Por ahí tampoco vamos
bien, así que puede que una película, un poco de música, un paseo, un zambullido en Internet a ver qué
dice la gente…
Pero nada, todo termina siendo una ruina circular. Esto último,
lo de circular, creo que es un título de alguien, acaso de Borges, y si es así:
¡Vaya ruina de ejemplo el mío!
Dibujo propio para esta entrada, mientras buscaba palabras... |
Ésto, lo de plagiar, es lo
que nunca se debe hacer cuando uno no tiene nada que decir.
Además, sería una
infidelidad, pues en estos días no es que uno no tenga Musa, sólo es que está
dormida. Y advierto: las Musas tienen muy mala leche cuando despiertan y se encuentran
en tu cama a otra más solícita. ¡Ja!, bien te puedes reír entonces de las
tragedias griegas, pues su venganza va a ser
dejarte para siempre mudo, y sordo, para que no oigas tu voz; para que
no la vuelvas a escuchar ni en un magnetofono.
Pero lo que sí se puede
hacer para sufragar la espera del regreso, es visitar a los amigos leídos.
Volver a esos pasajes que sabes que te curaran siempre, que restañaran la caldereta
de latón para que puedas volver a extraer el agua fértil.
Así que te pones a
picotear por tu biblioteca, y cuando
localizas algo, sujetas tu vuelo como un colibrí, y desenrollas tu mirada para extraer el polen a una página de Xuan
Bello, de Manuel Rivas, de Bernardo Atxaga..., o
a un poema de Rilke, de T. S. Eliot, de Philip Larkin …
Yo, ayer, después de la
conventual cena, me puse a revolotear así un par de horas. Vistas las
noticias cerré la tele, y cada vez que
lo hago me alegro de poder hacerlo, por haber comprado un pequeño televisor
pero con un gran botón de apagado.
Me entretuve un par de horas en varios parajes
de los que contaré dos.
El primero es de José
Saramago. Sí, de esa señora “Sara” que una ministra de cultura no conocía- y eso
que entonces no había recortes-, y que tuvo la mala suerte de que al poco de su metedura de pata, le dieran
a la tal “Mago” el más alto premio que dan por esas cosas del escribir.
El pasaje es de su discurso ante la Academia Sueca cuando recibió el premio Nobel. Empieza diciendo que las dos personas más sabias que conoció no sabían leer ni escribir: sus abuelos. Todo el texto es precioso, pero en especial la parte en el que el portugués rememora la muerte de su abuelo, Jerónimo, el cual cuando supo que tal día moriría, lo último que el hombre hizo en ésa dura tierra, fue salir al pequeño huerto y abrazar uno a uno a los
frutales. Y cuando se desanudaba de un tronco, les daba las gracias por las
manzanas, por las peras, por vaya usted a saber qué dádiva recibida, y se fue despidiendo, de cada uno llorando, como se hace ante lo más querido.
Y luego se echaría en su
alcoba a esperar la muerte.
Y cada vez que leo ese
pasaje, me digo que pocas veces la muerte taló árbol con tantas hojas, ramas
desnudas, flores y lozanos frutos. Ni se
llevó escarcha tan afilada, ni sombra
tan rumorosa, ni viento tan furibundo ni sol embelesado, pues las florestas de la memoria
sólo tienen una estación.
Diría de este libro que es "delicioso", pero no lo diré, para no ser cursi... |
El segundo pasaje fue del libro “El mudejarillo”, de José Jiménez Lozano.
Con el libro me metí en la cama. El autor hace en este texto la
biografía de Juan de Yepes, o el san
Juan de la Cruz del santoral. Cada vez
que leo a Jiménez Lozano degusto el lenguaje, lo mastico, lo paladeo, pues es
tan rico, sabroso y rotundo que deberían
incluir a este autor en las guías de gastronomía.
Y es que me alegro de conocer ése
castellano suyo, como me alegro de conocer las patatas meneadas, el cocido o el rotundo
embutido ibérico.
Hay en su libro un capítulo titulado “Paisaje”
que narra lo que le ocurrió al niño Yepes, el mudejarillo, cuando su familia decidió dar la vuelta a esa
prenda de la vida, y mudarse de Fontiveros
a la más grande población de Arévalo.
Los muchachos le preguntan que cómo era de
dónde llegaba. Y aunque aquello sucediera hace tanto, ya se debía de saber que cuando se llega forastero a un pueblo, conviene exagerar y decir comedidas maravillas, para que los
chavales te admiren y no te den una pedrada. Al menos es mi experiencia.
Pero Juan no, y en esto se asoma ya la santidad linguística que luego le vendría. Así que fue y les dijo que
aquel pueblito suyo era muy poca cosa, pero que, eso sí, estaba lleno de cosas como:
“…la torre de la
iglesia, las campanas y la cigüeña, la plaza y las calles, los palacios, las
casas y las nagüelas; los corrales, los cobertizos…”
Y sigue así en el relato aquel mozalbete, con la pluma
vicaria de don José, declamando otras 258
palabras sencillas de cosas humildes y cotidianas, de seguido, con el único respiro de una coma, que es como el respiro que se da entre sorbo y sorbo cuando se bebe en la fuente. Termina diciendo que se deja muchas cosas más,
que eso es bastante.
Yo me imagino a aquella chiquillada bajo los soportales de
la estupenda plaza castellana. Escuchan a ese enclenque recién venido a sus territorios, bailan sus cantos en las manos,
le miran de a través, le aguardan quietos, emboscados como se acecha la caza. Pero le oyen nombrar animales, objetos, frutales, cualidades de los vientos, cosas
de la vivienda, misterios de los clérigos, gajes de arrieros y otros oficios, y de los humores del campos y de los cielos…
Y es de suponer que mucho de lo que oyen lo conocen, que son cosas de por
allí, pero, ¿y esas otras?, se preguntarían, todas las demás que dice el rapaz y que va sacando de como legumbres, como tajadas jugosas, como condumio interminable de su boca, como de un puchero que no parece tener fondo…
Seguro que ya para el
final seguirían la ristra que ocupa todo el capítulo, la que el nuevo les ha soltado, con el mismo fastidio, impotencia y admiración, con que se observa el requiebro de las
codornices advertidas.
Uno de ellos le dice:
- ¿Y cómo va a haber tantas cosas en tu pueblo,
si es más pequeño que Arévalo?
Y el niño JUan respondía:
-No sé.
Y éso del no saber me pasaba a mí
anoche antes de quedarme dormido, solo, como conviene que se acuesten los
escribidores para poder dormir, para poder soñar.
Pero esta mañana al
despertar encontré a la Musa a mi vera, caliente, tierna, dulce como un panecillo de leche. Y me traía estas 1701 palabras que van
puestas hasta aquí, y las pocas más que me quedan para terminar.
Será que los telediarios interiores siguen emitiendo noticias aunque uno se desenchufe.
Será que los telediarios interiores siguen emitiendo noticias aunque uno se desenchufe.
Y me daba ella todas esas palabras como besos,
y me susurraba que yo vería, que le siguiera siendo fiel, pues entonces vendrían muchos más...
Ahora, ya al mediodía, me pregunto si mi musa quiso decir que vendrían muchos vocablos, o acaso se refería a muchos besos más.
Pero no la despertaré, que siga durmiendo; que ayer tuvo turno de noche...
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