lunes, 12 de noviembre de 2012

Los ángeles minúsculos

Reedición del 6 de marzo de 2014.

                                                                            De razones vive un hombre, de sueños sobrevive.

                                                                                                   Miguel de Unamuno


Un sábado cualquiera, una noche más de sábado en la que llueve de manera torrencial y desconsoladora. 

Un gran y viejo edificio urbano donde el agua da pringosos lametones en unas ventanas que hace tiempo dimitieron de la realidad. 


Sentados en rudos bancos de madera, esperan en un pasillo un par de almas. 

El pasillo es alto,muy alto; altísimo para pasear sin desasosiego cualquier mirada humana.
Este corredor tiene el suelo ajedrezado. Es un tablero que muestra su blanquinegro de corrido, y donde nadie recuerda cuándo la vida hizo en él tablas y así se quedó: en un permanente fin de partida.

Yo no sé ahora si hace falta decir además que el pasillo era ancho, demasiado ancho también, que por él pasaban a menudo figuras en jaque,y que las paredes mostraban, con el desparpajo de una ramera apurada, los coloretes de la humedad, para darle a la comisaria de este relato su tinte desolador.

Ilustración de Jimmy Liao
Diré tan sólo que el edificio fue en su origen un colegio, un seminario o algo así, y que ahora cobija provisionalmente a la Policía Municipal. 

Si se mira bien, las dos almas que esperan en los rudos bancos, más que esperar: desesperan. Podrían pasar por pesados costales de cereal vencidos por su peso, y dejados ahí como en una prisa. 

El golpeteo furioso de la lluvia sobre todo lo que alcanza, rivaliza con el sonido de una impresora matricial en algún despacho.El ruido de cremallera oxidada de la impresora tiene, en un lugar así, dones anestésicos.

Una mujer entra ahora por la gran y destartalada puerta del antiguo internado. Es una mujer que viste una glamurosa gabardina que esta vez ha hecho, además, la función de guarecer. Pero con poco éxito, así que diré que llega "Calada hasta los huesos", por sus cabellos mojados,  porque el tópico ahorra palabras, y además, porque es tan delgada que con sus pasos sólo mueve huesos, aunque eso sí: muy bien movidos, y si no supiera que nunca ha sido modelo, bien podría pensar que aún lo es.

La flaca avanza decidida por el pasillo. "¡Claq, cloq, claq...!" Se oye el claqué que bailan a su paso algunas baldosas despegadas. La escena sucede bajo la luz en duermevela que dan los fluorescentes, tiene ambiente nocturno, algo de turbio...Pero aunque le pusiéramos mucho güisqui, tabaco, y golpecitos con los pies, nunca se aproximaría ni remotamente a una sesión de jazz.

Ahora se puede ver que la mujer es rubia, hermosa; con esa belleza amortizada y que se niega a claudicar.

Una de las figuras de los bancos, una joven, deshace su desgarbo de petate, se levanta, le hace un gesto con la mano. La recién llegada se identifica ante el agente como la madre de la chica, y ambas son conducidas a un despacho. 

Ilustración de Norman Rockwell.
Después de media hora salen y se ponen de nuevo a desesperar en el pasillo.

Si no hubiera contado ya que están en un comisaría, bien podríais haber pensado que salían del despacho del antiguo director del colegio que esto fue, por alguna trastada de la cría.

La madre, desde que la llamaron, y en el trayecto a pie hasta acá, porque, "Ya me dirás -ha pensado para cuando lo cuente- con la que caía, quién encuentra un taxi", se ha recomendado, paciencia, calma, compresión, temple, empatía y todas esas cosas de las que se suele carecer en estos casos.

"¡Pero hija!, a ti, ¿qué es lo te pasa?... Es que contigo no ganamos para disgustos… " le vocea la mujer,sin embargo, apenas se sientan.

La chica calla, juega con los pies, mira al alto techo, y más que pasear por ahí sus miradas, las desliza en patinete. Las palabras de su madre le caen como una lluvia seca; es un chubasco que hace tiempo que ya no cala casi nada. 

" Es que no te entiendo de un tiempo para acá, hija...¿Se puede saber porqué ibas a esa velocidad por la avenida? Le dice, poniendo gestos de conductora alucinada, y continua. " No, si ya sabía yo que lo del coche nuevo...Tu padre aún no lo sabe, pero ya me dirás que le vamos a decir cuando regrese de su viaje, con lo que él tiene… Has dado negativo con el alcohol, pero: ¿No estarás tomando algo, alguna otra cosa de esas, verdad?..."

La mujer intenta mantener su voz en un susurro que tampoco le hace caso. La impresora sigue, como la madre, en su monólogo, estampando las encadenadas hojas del papel de listado. Su hermoso rostro sazonado duda un segundo entre seguir hablando, o anegarse de nuevo en la resignación de aguantar esta etapa de su hija.

Llueve, sigue lloviendo.

Lo ha dudado poco: "La verdad que no entiendo a esta juventud vuestra. Nosotros cuando… " Pero abandona el discurso generacional cuando ve el descarado gesto de hastío, o de burla, quién sabría decirlo, en la chica.
"Sí, me dirás que siempre digo lo mismo. Pero mírate… No has acabado los estudios, no quieres trabajar en lo que te ofrecen, y siempre con esa rabia por todo y todos los que te queremos. Vamos, que yo no sé de donde te viene, ni de dónde sacas esas cosas… Y tu hermano tres cuartos de lo mismo… Sí, no me pongas esa cara… ¡Ay qué harta empiezo a estar!"...

Un joven, el que desde el inicio estaba medio recostado en el banco contiguo, hace por recomponerse, se levanta, se les acerca, se para a un metro de ellas, y se las queda mirando sin haber logrado quitarse su aspecto de saco terrero. Les habla con voz terrosa: "Tooodos…Tooodos...decís los mismo... Qué por qué esto, que si lo otro… ¿No lo sabéeeis...? ¿Es que no habéis aprendido de dónde nos brota tanta furia y amarguuuuura...?".

Sus palabras flotan en el aire que las quiere acoger, rebozadas en una pasta ebria. Ambas huelen el olor a tabacazo, antro, y música rota del muchacho. A la madre le dan ganas de decirle:“Mira-chaval-métete-en-tus-asuntos-que-bastante-tienes…” , pero de repente el joven, a pesar de su descompostura, y, piensa, penoso estado, le resulta de una belleza arrebatadora y dulce. Calla y lo mira: sus cabellos largos, agitados, de un moreno de fresca sombra; sus pobladas cejas, sus pupilas pixeladas. 
No me acuerdo si el hilo de sangre seca de alguna herida, corría por su frente para decir que también le producía aquel muchacho ternura.

Calla y está consintiendo; sabe que va a ceder porque ya está leyendo lo que se le ha escrito en su pensamiento como a golpe de rayo : "Por qué será que nadie sabe de su belleza y valor hasta que él mismo, y los demás, las han enfangado mil veces". Y ya está: ha sido vencida por el desencanto angélico del muchacho. 

"Nosoootros no hacemos tantas locuras para fastidiarlos, que ¡nooo…!, de verdad..." Prosigue hablando el muchacho como si fuera la figura de un ventrílocuo." " Que no queremos daros tantos disgustos. Que esto, looo que nos pasa, es un asunto entre el mundo y nosotros. ¿Qué por qué lo hacemos…? ¡Baaah....!, quién lo sabe. Puede que en el fondo lo que busquemos sea un castigo, algo reconocible, pues es más fácil vivir sabiendo por qué se pena. Sí, eso he pensado yo muchas veces…" 

Una agente reclama a las mujeres de nuevo a los despachos. Cuando salen, el joven está sentado en el banco que ellas ocuparan. La madre recoge del respaldo su gabardina, de la que caen aún tercas gotas de lluvia. Se despide del chico, se ofrece,aconseja, recomienda, y luego llama a un taxi y sale a la calle a esperarlo. 

Sigue el aguacero. Y seguirá; la noche tiene mucho desconsuelo que desahogar, acaso por ser sábado.

"¿No estabas tú el la entrevista grupal de “El Corte Inglés” del otro día? - le pregunta sonriendo la joven al chico que se les acercó. 

"¡Anda, siiiií...!  Sí que estuve. ¿Cuándo fue...? El lunes, el martes, Oye, ¿viste qué de peña había?..." 

"El miércoles, el miércoles fue. Me han llamado para hacer otra el lunes que viene", dice ella.

"Creo que a mi también, o algo de eeeeso me ha dicho mi madre. Pero te digo una cosa: ni zorra idea de qué día ¡Ja!", dice él. 

La madre llama a su hija y ésta tiene que marchar.

"Bueno,tengo que irme, que si no voy...no conoces cómo se pone "La Señora"... Oye, a ver si nos vemos, ¿Vale? Me llamo Alba, y  cuídate, que te sea leve..."

"Vale, vale... Oye que sí, que nos vemos..." Su sonrisa de loza estrellada y mal pegada la persigue por el pasillo. "¡Eh!,que me llamó..." Pero Alba está ya junto a la puerta de salida.

"¡Claq, cloq, claq...!" Pero que mal han bailado las viejas baldosas esta vez.


Ilustración de Quint Buchholz
Dos jóvenes, dos jóvenes cualquiera.

Dos personas, dos cuerpos más que pagan como pueden y como van sabiendo el inquilinato de su existencia.

No lo saben ahora, pero ambos pasarán muchos años trabajando en la misma empresa. 

Pero sabrán algún día que vivir es la culpa, la pena y la absolución; como tarde o temprano aprende cada generación. 


Y encontrarán también en el amor, que esta noche ha comenzado, la redención para culpas ciertas e imaginarias.

Aún quedan años para que alguno de los dos entre en un lugar como este. Llegará con una gabardina empapada y recomendándose palabras de calma.

Todavía les quedan sábados bajo la lluvia, de caminar heridos y  sin más arma que el de desarmarse ante los demás. Vagaran furiosos, abrasados  de una vieja rabia pero con filo nuevo. Se sentirán perdidos en sus adentros, y revotados como balones que saltaron la valla del campo, por sus afueras.

Aprenderán tarde la belleza del mensaje de su juventud, y cuando la encuentren, tal vez no les sirva, pues otros ya les empujan con la suya.

Y vivirán noches así, como las que tienen que sobrevivir los ángeles minúsculos de los retablos barrocos; esos que parece que no aciertan a batir sus alas. 

Ilustración de Jimmy Liao










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