sábado, 17 de noviembre de 2012

Pregúntaselo a la luna

René Magritte. "La magia negra".
La vida es puro hecho estadístico. 

La vida es algo que viene acaeciendo y que puede, de súbito, una mañana cualquiera, no acontecer. 

Ocurre además, que las cosas de esta vida tienen infinitas posibilidades de manifestarse, pues es el capricho quien las gobierna.

Así que  será por ello que desde antiguo los hombres se han proporcionado medios para asegurarse el favor de los días, y los designios de las noches. A los que manejan esos dones, los más les  llaman dioses, algunos demonios,  otros no hablan, y otros tantos dicen del simple y llano azar.  

Faustina, a quienes en Babeca llamábamos “La Pitia”,  era de las que pensaba que los hechos sucedían por la acción, más o menos mancomunada, de las tres causas. Había -opinaba la mujer- cosas al cuidado de Nuestro Señor, asuntos en que zascandileaban los diablos, y sucesos cuya autoría no era fácil endosársela ni al Uno  ni a los otros. Y éstos, advertía La Pitia, son con diferencia los más numerosos, y los que con más cuidado hay que sujetar. 

Pero don Saturio, nuestro párroco,  la contradecía, y no escatimaba ocasión los domingos en misa para repetir que a los buenos le pasan cosas buenas, y a los malos: pues eso... 

Pero todos sabemos sin necesidad de púlpito que no siempre sucede así; que desgracias sobrevienen a los justos, que con impunidad se acuestan a menudo los villanos. Y por ello había sido que Faustina se había pasado su vida  enderezando lo que ni la paciencia, ni el tiempo, ni los sermones del cura habían logrado destorcer. 

La Sacerdotisa, naipe del Tarot.
Se sabía por toda la comarca que con la tierra y las verduras que de ella revientan, esta mujer desleía  los coágulos que forman en el corazón los males del amor. Sabíamos que ella torneaba el fuego de las velas con sus manos como el barro el alfarero,  y que con las llamas moldeaba para cada cual  la vasija de sus anhelos.  

Era bien conocido también  que a  quien le fuera dado beber los brebajes que preparaba con sus aguas, le remanaban las fuentes de  la salud y  las ganas de coyunda. Y no se oía menos  que a quien respirara  el aire preñado de sus conjuros  el número de veces de su edad, no se le podría hacer mal durante un año entero.

Pero como se saben unas cosas, se saben otras.

Tan escasas deben de estar  las arcas del Cielo, se lamentaba a menudo la anciana curandera, que a quien se le da un don por ventura, se le restan dos; lo que a la larga viene a ser una desgracia, y poco aprovecha el asunto, decía, mientras cogía los cuartos que le rentaban sus apaños. 

Y así era en gran parte, pues achacosa la conocimos todos en todas sus edades, y ella, que tanta pasión ayudó a florecer en las carnes de los demás, quedó viuda aún con las suyas prietas. En el poco tiempo que el amor le concedió tuvo una hija a la que hubo de casar tarde, mal y mediando hacienda. Pocas veces conoció su casa la sobra de tanto como la hostigaron las calamidades. Una de ellas fue cuando aquello del de América, el que por sus palabras lunares marchó, llegó a las tierras de allá y allí medró más que la luna cumplida, y en prenda agradecida le hizo llegar todo aquel dinero.

Pero el aceptarlo resultó para Faustina de escarmiento, para alimento de su desgracia,  pues no había pasado un mes cuando un viento forzó la ventana de su casa,  dio un mal auge a las llamas que se amamantaban en la oscuridad del sebo de los velones y dejó, ya en el amanecer, en rescoldos  lo que fuera su hogar. 

Puede que sea por esta ley que grava las cosas de la magia, que la nieta de Faustina  no sepa apenas lo que es la gracia, ni la suerte, ni esa suerte de gracia que llaman amores. 
Todos sabemos que  es una chica muy capaz, como el que más, dotada de sensatez, muy trabajadora, buena en el buen sentido, pero desde que marchó a la ciudad apenas ha encontrado trabajo de provecho. No hace mucho pretendió puesto en el nuevo edificio de "El Corte Inglés" de la ciudad y enseguida fue rechazada. 

Cuando esto que cuento, ya no vivía su abuela,  Faustina, quien no acertó un día con sus brebajes, con sus conjuros, con sus pláticas con la luna, a entretener ya más a la muerte.  

Digo yo, que a lo mejor de haber vivido la mujer podría haber hecho algún arreglo para su nieta. Pero son pocos los que me creen cuando lo digo, pues, la verdad,la joven es rematadamente fea, sin garbo de cuerpo ni de palabras, sin lozanía donde hay que notarla, sin gracia alguna, vamos,  por mucho que me esté costando decirlo.

Bajada de Internet, sin referencias...
Otro gallo le hubiera cantado a la muchacha- me responden enseguida-si poseyera siquiera un poquito de  ese ensalmo  que tienen  otras, ese sortilegio que  abre puertas, ese encanto que convence, esa adivinanza preclara, esa pócima que inclina, eso, en fin, que llaman hermosura …


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