jueves, 1 de noviembre de 2012

La adusta mirada de los cipreses


Vista de Salamanca, España, desde uno de sus cementerios: el de Tejares. Foto propia.

Hoy, dos de noviembre, volveré por el cementerio.Es una costumbre, un reclamo de la fecha. 

Yo siento  que cada vez se me hace más mecánica, y noto que la realizo  en cada visita con menos sentimiento y más resignación.

Y esto no me acaba de gustar.

Para remediarlo, quiero hoy llevar un papelillo en el que he escrito este poema:



A la sombra de un cerezo


El día que se murió mi abuelo soñó que estaba
a la sombra de un cerezo cerca del río, durmiendo.
Y mientras dormía soñaba que las cerezas ya maduras
de junio blanqueaban, se ponían verdes y florecían
entre las hojas con rocío de una mañana de marzo.
Soñó que los caminos yermos se abrían al paso de la gente
que volvían con canciones en la boca y palabras perdidas
hace tiempo entre hojarasca.
Soñó casas que nacían del fuego,
yerba de la hoz,
grano de la harina.
Soñó una vieja hermosa que era cada día que pasaba
mucho más joven.
Y cuando despertó un niño salió de él,
en dirección al río, corriendo.

Es un texto de Xuan Bello( Paniceiros, Tineo, 1965), de su libro "Historia universal de Paniceiros", (año 2002). 

Son hojas, las de este libro, por las que pasé maravillado cuando las leí, por la frescura, hospitalidad, sensibilidad y camaradería de su prosa; y por la naturalidad y el encanto de sus historias también. 

Leer a Xuan fue como ir por campos oyendo gaitas, viendo bailes bajo los manzanos de la vida, y beber los frescos escanciados de sensaciones sencillas, pero fundamentales, que han sustentado a toda generación... 

Vamos: que cuando acabé, tenía la sensación de haber pasado un año de vacaciones en Asturias, la buena tierra del autor.

Así que  como digo, hoy me gustaría proclamar el poema al viento encrespado de la tarde. Quisiera ir por en cada uno de los lugares donde descansan mis ancestros, y pedirles a gritos que se pusieran a hacer aquello que hizo el abuelo de Bello, y decirles que su sueño no fue en vano, porque uno de aquellos niños que saldrían corriendo de su sueño, sería yo.
Ilustración propia

Pero supongo que no lo haré, que me aflojaré, no porque me encierren, que sería justificado; sino porque no sé si aguantaría la adusta y altiva mirada de tanto ciprés de cementerio; esos centinelas de la muerte, esas hoscas lanzas de advertencia, esos árboles de enhiesta sombra, que desdeñan la sencilla, derrochadora y frugal promesa de vida que ofrecen los cerezos en los campos, y ya se ha visto, que también en los poemas.


Yo sé que los muertos no se van del todo. Sé que se quedan en nosotros, en nuestra carne y en nuestra mente, ahí, agazapados para seguir siendo.

Y esto es misión: mostrarles los frutos que somos de su flor, es la mejor ofrenda que podemos poner sobre sus lechos de piedra donde esperan que alguien lo siga soñando.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes


















1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso poema el de Xuan Bello, y hermosa manera de acordarse de los muertos. es verdad que la vida siempre termina como los cerezos. Me ha gustado, gracias.