martes, 30 de octubre de 2012

Penélope en el balcón. SEGUNDA PARTE

... Viene de la entrada  "Pénelope en el balcón" PRIMERA PARTE


El alcalde albercano.
 Ilustración del libro "Carmencita de viaje"
de Antonio J. Onieva. 

Edición de "Hijos de Santiago Rodríguez"
Burgos, 1958.
Con el arcón bajado del sobrado ya en su habitación, aún le costó a doña Rosario unos días recordar dónde había dejado la llave para abrirlo. Cuando  la encontró en su modesto joyero, lo abrió y de su interior huyó el olor a naftalina como ánima redimida. 

Sentada en el borde de su cama y a través de escasa claridad que tamizada por los visillos entraba por las ventanas, la anciana barruntó su figura sobre el tapiz de penumbra de la luna del armario. Se abismó en su reflejo, absorta en otro tiempo; en recuerdos de una vida que no sin esfuerzo e indulgencia de datos, comenzó a escenificar sobre el azogue del espejo...

Se le impuso la evocación de una mañana estival. Se ubicó en un día de junio del año mil novecientos y ...No lograba aquí precisar, con disgusto, el año exasto que se le atascaba. Lo achacó al desuso de la memoria, pues sabía que llega un momento en que  a esas cosas, del no removerlas, se le van formando grandes cuajarones. 

Pero aquello hubo de ser -se decía- cuando el siglo aún moceaba, puesto que ella era aún una cría. Su padre, don Gregorio, era por entonces el alcalde del pueblo, y fue el encargado de comunicar la noticia a la población. Sería al finalizar la misa mayor del domingo, o  desde el balcón del Concejo, o antes de empezar en el salón el baile de la tarde; pero fuera como fuese todos supieron que en pocos días llegaría a su municipio, Babeca, el Rey, en su última etapa de un viaje que estaba realizando por las tierras del sur. 

Ella, Rosarito entonces, y sus dos mejores amigas, también supieron la nueva y  durante  toda la tarde le dieron vueltas y vueltas a su extrañeza; pues cómo podía ser que los reyes salieran de las hojas de los cuentos y anduvieran tan campantes por aquellos parajes. Pero de tanto que se lo aseguraron,  las tres niñas lo creyeron, y  entonces empezaron a imaginar el tamaño de su carroza, del número de los corceles que la arrastrarían tan elegantemente, si serían éstos alazanes, bayos, o negros tal vez, y convinieron que habrían de ser blancos; de si vendría la reina guapa, y las princesas, y hasta pudiera ser que un principito de cara pálida llegara  también. 

La cara de la anciana esbozó una sonrisa difusa en el espejo, al recordar la  fantasía palaciega con que entretuvieron los chiquillos las vísperas de aquella llegada. Recordaba, con rara nitidez, los minutos anteriores a que el Rey arribara aquella tarde. Veía las balconadas de la Calle Mayor y de la plaza de Babeca repletas, como frondosas parras repletas de su fruto. Un grupo de autoridades formaba un corrillo debajo del  Concejo. En el centro de la  Plaza Mayor, los danzantes sujetaban sus palos e intentaban silenciar las castañuelas en sus manos. Los guardias fumaban su picadura con el cejo arrugado, unos a pie, otros sobre el caballo, y ellas miraban desde el balcón hacia el recodo de la calle, por dónde ya no tardaría en aparecer con su alegre orquestilla de cascabeles, las graciles carrozas tiradas por albos corceles.


21 de junio de 1922, se espera al Rey Alfonso XIII en Casar  de Palomero.
Foto: Viaje  a las Hurdes. Archivo de Campúa y Alfonso.


Cuando pasada una horas doña Rosario despertó recostada sobre su lecho, cayo en la cuenta de que salía de un sueño denso y untuoso como el betún de Judea. En su atolondramiento, le parecíó ver  correr  sobre  la penumbra de la estancia al que fuese alguacil agitando nervioso sus brazos. Se refrescó la cara en la palangana, y en el agua se ahogaron las  ensoñaciones agazapadas en sus ojos. Salió, y se dirigió lenta hacia el balcón. Eran las medianías del verano y unas cuantas mujeres realizaban sus labores en la mansa sombra de la larga balconada.  Hacía tiempo que la anciana no bordaba, ni hacía bolillos, pero le gustaba pasar la tarde en el balcón escuchando a las mujeres, o intentando, a duras penas, deshilar los párrafos de algún libro. Todas le pedían consejo, y le mostraban los avances de sus agujas sobre los lienzos, y ella, olvidando antiguas severidades, sonreía benéficamente. 

Los minutos se convertían en las manos de aquellas bordadoras en puntadas, y la liquidez de las horas se cuajaba sobre los paños de lino. De tanto en tanto alguna comentaba algún sucedido, pero la mayor parte del tiempo cada una permanecía callada; en concentrado diálogo con las hebras, con los colores, con los dibujos que iban cobrando vida en los trapos. 

Doña Rosario apenas habló aquella tarde, pero cuando las mujeres ya recogían sus cestillas para marcharse, dijo a una de ellas: 

  -  Oye, Pílar: tú que vives por La Puente: ¿Podrías dar Aviso a Dolores y ,si no    te es molestia, también a Sagrario, que vengan las dos por casa, que he de hablarlas...?". 

Pilar quedó unos segundos muda, luego buscó los ojos del resto de las bordadoras buscando una mirada salvadora. 

  -  Pero madre, acuérdese...- Comenzó a decir la hija  como saliendo al quite, mas no prosiguió, como si admitiese resignada la idea que le rondaba desde hacía algún tiempo. 

¿Cómo entender si no que viniera ahora a llamar a sus mejores amigas, si sabía que habían fallecido hacía tan poco, con apenas dos días de diferencia, como si sus almas hubieran sido convocadas por la misma campana? 

Además: ella misma las había amortajado, ella había estado en cada segundo de su velatorio, de sus funerales, y la mujer las había llorado con tanta viveza  y con tanto llanto, que a todos les habían parecido sus ojillos fuentes montanas.

Y fue en aquella tarde cuando  la hija dio por sentado que a su madre se le descosía, cada noche un poquito, la memoria. 


 Albercanas:Francisca, Victoria y Carmen Becerro
Foto: de María Serrano Becerro

Continúa...

2 comentarios:

Mercedes dijo...

Gracias, Ángel. Es un auténtico placer leer a prosa ágil y no obstante llena de enjundia con que nos regalas. Gracias de nuevo por este relato

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Oh, "Enjundia", una de mis palabras favoritas. Gracias a ti Mercedes. También es un placer escribir para lector@s con paladar...Un abrazo.