martes, 28 de abril de 2015

Tarjeta blanca para las letras


Ilustración de Quint Buchholz 

23, y abril, Día del Libro.

Hoy oficiamos en el alto altar del calendario una homilía para las letras de papel. Sí, hoy es el tiempo en que acudimos vestidos de domingo a las grandes capillas de las plazas urbanas, y nos vamos a casa bien comulgados, pues quien más y quien menos se lleva una de esas hostias rectangulares, voluminosas, de blanca celulosa y casi paralelepípedas que llaman libro.

Yo he sido librero durante 15 años, y recuerdo el trajín en la madrugada de este día para acercarnos a mercar a la Plaza Mayor de la ciudad. Allí llegábamos con nuestras borriquetas, tableros, paños para amantelar la mesa, y un montón de cajas con los cientos de volúmenes que habíamos estimado serían del interés del lector. Y luego ya, durante todo el día permanecíamos en los soportales, detrás de aquel improvisado mostrador, como monaguillos entregados atendiendo a las filas de devotos que se acercaban.

España es un país en el cual en el año 2014 se cerraron dos librerías cada día. Son datos de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de libreros ( CEGAL), y esto a pesar de la reinvención que muchas de ellas están haciendo para adaptarse a los nuevos tiempos, como montar en sus locales cafetería, venta de libros digitales, promover actos y reuniones culturales, diversificar productos y demás. También es cierto que se abrieron 226 nuevas; pero en los años de esta pertinaz crisis que arrastramos, el número de librerías independientes (sin contar grandes superficies ni cadenas) ha mermado hasta dejarlo en la actualidad en 3.650, lo que hace que halla 7,8 librerías por cada 100.000 habitantes.

Y además, para que nadie se quede sin la eucaristía buena de lectura en su sillón orejero, los libreros salen al menos dos días al año a nuestro encuentro por las plazas.

Uno de estos días es hoy, 23 de abril, en el que se celebra la muerte de Miguel de Cervantes, santo patrón de la letra hispánica, en un país en el que el 55% declara no ser lector. También es el día de san Jorge, y por Cataluña anda el hombre alanceando dragones de la ignorancia. Y dando rosas a las damas, que la caballería siempre ha sido muy galante.

Vaya el primer homenaje que quieren hacer estas letras para ellos: los libreros, esos seres misteriosos, entusiastas y entregados que siempre custodian y reparten de la magia que los escritores intentamos meter en las letras.




Otro de los efectos de la crisis en esta España nuestra fue que, a la primera de cambio, muchas cajas de ahorros cerraron las bibliotecas que auspiciaban en los barrios más populares de las ciudades.

Que costaba mucho mantenerlas, nos dijeron, que si la calefacción, que si la luz, que si los bibliotecarios tenían la mala costumbre de cobrar nómina, que si había que dotarlas de novedades, con lo bien que está el Quijote para releerlo hasta que uno se vuelva loco y le dé por echarse a los caminos; y que si esto o lo otro sujeto a los ratios…

Y nos quitaron los "Ratos" de futuro de la lectura por los barrios,  esos campos menos cultivados.

Y no lo decían, pero se oía a voces sordas por todo el país, y por todo asunto europeo: ¡El que quiera cultura que se la page!

Nadie sabe si los consejeros munícipes de estos cajones de los cuartos de las ciudades, tomaron tales decisiones de cerrojazos en una reunión, o repartieron tan cruda resolución en varias de 600 € por asistencia.

Pero acaso la causa de la balanza mal inclinada fuera que las tarjetas Blacks, o doradas, o verdes o azules, pesaban mucho en los balances de cuentas, aunque no tanto como sus zambullidas inmobiliarias, o sus experimentos en las altas finanzas, o sus preferencias preferentes.

Aquí, en Salamanca, donde yo habito la pobre página de mi vida, el caso ha sido que las bibliotecas de los barrios de Pizarrales, Garrido y San José cerraron sus puertas,y los locales que durante décadas habían sido faro cultural para prevenir las anchas tempestades de la ignorancia, quedaron varados en sus libros de cuentas.

Hablaré del caso que conozco de cerca.

Y éste es el del Barrio salmantino de San José, donde sus vecinos, y un nutrido voluntariado de aquí y de allá, aunaron fuerzas e intenciones para paliar la diáspora a la que de repente se vieron sometidos los libros. Y con mancomunado empeño lograron, hace más de un año, abrir la “Biblioteca Popular Giner de los Ríos” en los viejos locales de la Escuela de Educación de Adultos del barrio.

No hace mucho asistí a una de sus reuniones al caer la tarde. Allí acudieron nueve mujeres voluntarias después de haber cumplido sus jornadas nominales, a resolver y dialogar los asuntos que el mantenimiento diario de este silo de maravillas les acarrea. La biblioteca se abre 7 horas al día, por la mañana y por la tarde, y ellas, y otros muchos, se reparten las horas para atender a los usuarios, para organizar los talleres que realizan, las sesiones de Cuentacuentos, y, sobre todo, para catalogar las cajas de libros que la Caja de Ahorros les donó de los locales cerrado, y luego, con meritoria dedicación, distribuirlos por los estantes; esos nidales para las palomas de los libros.

Y me emocionó ver cómo se preocupaban por disponer los volúmenes de tal manera que fuesen fáciles de coger para los niños; como si quiseran dotar al futuro de la lectura de buenos puertos, de un aeropuerto fiable para que las criaturas puedieran embarcarse bien para soñar su hoy, y navegar su mañana...

Algunas tardes, cuando llego, veo la sala de lectura llena de niños, y me parecen abejitas libando páginas, ay, esas flores, ese polen que ofrece la letra oculto y ofrecido en los libros. Y si es por la mañana cuando voy, me encuentro a algunos ancianos saboreando la miel que han dejado en las páginas los siglos, u ojeando un periódico local que una usuaria suscriptora les lleva cuando en su casa ya lo han leído.

Porque allí no hay un céntimo, aunque, eso sí: muchas ganas e ilusión.

Y cuando se reúnen nadie les paga dietas, aunque –como he podido comprobar- cada una se salta la suya, pues cada cual acuden con algo hecho en su cocina: tortilla, exquisito pan, empanadas, bizcochos, el vino de la letra siempre propicio a los diálogos…

Quiero terminar con un homenaje a estas mujeres y hombres que hacen que en nuestro barrio no tengamos un Día del Libro, si no 365.

Y es que para que se lea, se amen los libros, para que se dialogue con las letras, acto que siempre es una siembra, las librerías y las bibliotecas tienen que estar abiertas. Y para ello no se necesitan tarjetas Black, ni verdes ni “colorás”; sólo una blanca provisionada de muchos fondos de amor al oficio, entusiasmo, ilusión, y, sobre todo, lo que de sobrado tiene todo voluntario:Voluntad.

Y recordad que siempre se hace feliz el día en un libro.

Publicado en el periódico digital
Salamanca rtv al Día
23 de abril de 2015

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

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