lunes, 21 de enero de 2013

Qué verde era mi nómina



Cartel de la película
"Qué verde era mi valle",
 de Jonh Ford, 1941.
Hace unos días me dio por tomar de mis estantes un libro que tenía ya olvidado.

Era una de esas tardes de tiempo variable, de esas en el que el sol hace striptease entre las nubes: ahora te enseño un poco de pantorilla, ahora no; ahora me quito el batín nuboso  y  muestro la tableta de chocolate de mis chichas, ahora no…

Yo, como el tiempo, no sabía qué hacer, qué música escuchar o siquiera si quería oír algo. Ninguno de los libros empezados me sujetaba la lectura, y, como se decía antaño: no sabía si quería echarme criada o ponerme a servir.

En fin, que tenía la tarde tonta, o, tal vez, que estaba tontamente en la tarde.

El libro olvidado desde hacía años en la estantería, era una recopilación de artículos de Fernando Savater, editado en 1995, y que recogía lo más significativo de su producción hasta esa fecha – según el criterio de Héctor Subirats, que es quien los ha reunido-  desde el año 1970.

A Savater lo leía mucho en aquellos años noventa, sobre todo sus artículos dominicales en EL PAÍS, y el hacerlo, era para mí  como una prescripción facultativa. Luego, no sé por qué, dejé de leerle, y poco me interesaron sus incursiones literarias en la maquinaria del premio Planeta. Ahora creo que fue porque empecé a leer a José Antonio Marina y su “Elogio y refutación del ingenio” y los libros que le siguieron, y será porque como en cuestión de amantes, los filósofos, me gustan disfrutarlos de uno en uno.

De Fernando Savater  me atraen muchas cosas: su ironía, su frescura, su vitalidad, su pasión equina… Sí, muchas cosas me siguen gustando de él, muchas, menos sus camisas estampadas.
Así que esa tarde que se me presentaba bobalicona, la disfruté picoteando aquí y allá los textos del filósofo despechado. Y  disfruté mucho con el irregular destape de pensamientos que el autor hace en sus obras: ahora un poco de humor, ahora no; una profundidad de Spinoza, ahora no…

El último de los artículos se titula “Lo que queda de mí”, y resulta una encantadora y lúcida cuenta que el de las gafas nada discretas hace de sí. Él mismo se define con una frase de Hölderlin: “Quien ha pensado lo más profundo, ama lo más vivo”.   Frase esta última en cuya ventanilla llevo años haciendo cola para asentarme, como un forofo para su equipo, o una joven su grupo de música.

Luego, Savater,  sigue contando:

Libro de Fernando Savater,
Espasa Calpe, 1995.

<<  En una película bellísima de John Ford ,“Qué verde era mi valle”, el padre de familia ha regañado en la mesa con los hijos mayores y todos se han levantado airados y se han ido; queda el hijo menor, de nueve años, que no ha participado en la disputa. El pequeño carraspea y hace algo de ruido para atraer la atención de su padre, que le dice: “Sí, hijo, ya sé que tú sigues ahí”. Es lo que me digo a veces a mí mismo, al despertarme con resaca, en la alarma o el dolor, cuando ella se va, en la cólera, en la impotencia, en el ridículo: miro hacia el rincón en donde aún sigo dentro de mí, siempre niño, y digo “Gracias por estar ahí”. >>

Y como lo ha dicho el “doctor” Savater, pues nada- me digo- a la farmacia…perdón, digo al videoclub por la película que desconocía.

Recuerdo que en los años ochenta se emitió por la televisión una serie de dos o tres capítulos en la emisión de las diez de la noche, hora desacostumbrada para los chicos de la Educación General Básica. Lo recuerdo porque estaba entonces en 5º de EGB y el maestro  nos la mandó ver para que le presentásemos una redacción de la serie. Pero yo no lo hice, por, cómo decirlo: razones técnicas transitorias. No sé qué trastada habría preparado aquella vez, pero mi receta era no ver la televisión en una temporada, y en casa se dijo que ni verdeces ni valles ni tu tía. Pero yo, aunque era una pieza de cuidado, las cosas del cole me las tomaba muy a pecho, así que hube de improvisar para presentar aquella redacción. Ya no recuerdo cuántas canicas, o cromos, o chocolatinas de la merienda hube de apoquinar para que un compañero me contara cada capítulo y poder hacer la redacción, o me pasara la suya.

Aquella ha sido la única vez que he plagiado, lo juro.

Estuve tiempo intentando asentar el galimatías que me contaba mi amigo de lo que había visto, una narración del tipo: entonces fue y dijo…y luego va e hizo… y así todo el rato, y no había manera de hacerse una idea de la trama.
Así que le pedí a una compañera, Susana, la más bella de la clase, me dejara su escrito. Diré que no me acuerdo de lo que hube de hacer a cambio, y lo digo para no tener que contarlo.
Recompuse, para que no se notara, lo que la niña de mis ojos ponía con su floral caligrafía, con sus circulitos lindos sobre las “ies”. El maestro me dio un cinco raspado y de mala gana, acaso por las rentas que le tenía ganadas de anteriores trabajos,  y me miraba con extrañeza y para mí que se lo olió; sobre todo cuando interceptaba las mariposas de la mirada entre Susana y un servidor.

Así que visto lo visto, no he vuelto a plagiar, pues para lo que me cundió.

Fotograma de la película "Qué verde era mi valle", de Jonh Ford, 1941.


Ayer vi el filme de John Ford. Saqué el disco de la biblioteca si mucho interés, lo confieso, pues pensaba que sería de esas películas en blanco y negro, de los años ahumados de los cuarenta, con doblaje chirriante,  pesadas, lacrimosas y en consecuencia barrosas de los anales de Hollywood.

No se me entienda mal: que a mí, como buen tipo raro, me gustan películas antiguas como “Ciudadano Kane”, “Casablanca” , “Qué bello es vivir” y otras.  Pero sobre ésa, a pesar de la recomendación se Savater, me había creado malas expectativas, acaso porque la memoria es desdeñosa con los plagios; por aquello que ha de almacenar a regañas por no ser  propio. 

Y sin embargo, es de las películas que ya desde los títulos de créditos me encandiló. Acaso sea una exageración de escribidor, pero no muy extensa, pues ya desde la primer escena, en el que aparece el protagonista envolviendo sus cosas en un paño que, nos dice la voz en off, era con el que su madre iba al mercado, me ganó la cinta. Además, enseguida aprecié que la película, del año 1941, no era en blanco y negro, y tampoco en color, sino en un elegante gris perla de traje diplomático y bien cortado.

El filme dura unas dos horas, pero tardé cuatro en visionarlo, pues a cada poco había de retroceder para volver a oír de nuevo una frase, ver una escena, o investigar el embrujo que me estaba produciendo; un poco como cuando de niño le destripaba a mi madre los relojes despertadores para apresar la magia de su interior.

Luego, los pequeños duendes de internet me han ido contando los secretos técnicos de John Ford. Entre ellos, me dicen, la causa de que la mirada quede prendida de las imágenes, y es que el director nunca utilizó la cámara tan baja, a ras del suelo, como en esta obra. La cinta ganó 5 Oscar, y le ganó, quitándoselos aquel año, nada menos a "Ciudaddano Kane" del mágnífico  Orson .

Pero vayamos a contar la trama de la película en cuestión, que si no, me da, esto va a tener poca chicha. Empiezo y espero no decir aquello de entonces fue y dijo…

Resumiendo: la trama se centra en la vida de una familia numerosa, mineros ellos, mineros en el Gales del carbón en el siglo diecinueve. La historia la cuenta el hijo pequeño, rememorando los tiempos idílicos de su niñez en el valle minero. Vida dura, pero vida bella como hacemos de  toda vida que se nos fue. Un padre autoritario pero magnánimo, una madre sacrificada y solícita. La voz nos dice: “Si mi padre era en la casa el cabeza de familia, mi madre era su corazón”. Y es que así devienen todas las familias en el recuerdo.

Todo va bien a pesar de tener que entrar cada día en las fauces de la tierra a buscar el pan. Mineros cantarines, bebedores, un poco brutotes y bonachones. Vida, en fin, sencilla y nutricia como miga de pan candeal.  

Pero en una escena, la dirección de la mina pone un cartel anunciando recortes de sueldos. Aquí llega la división generacional en la familia de los Morgan. El padre transige, quita hierro, como consienten los que no quieren que la  apacible realidad que tanto les ha costado labrar se tuerza. Los hijos porfían, se rebelan, combaten, como los que  forjan aún el suelo donde reposar. De ahí sale la escena de la que habla Fernando Savater, la discusión en la mesa, cuyos planos son realmente soberbios.

Fotograma de la película "Qué verde era mi valle",
de Jonh Ford, 1941.
Anuncio de recortes de sueldos.
¿Qué ha ocurrido? Pues que en otras partes han cerrado fábricas y al verde valle llegan obreros que rebajan sus sueldos. Nada vuelve a ser igual.
Siguen los cantos corales de los hombres, siguen las jarras de cerveza en las manos, siguen los quehaceres cotidianos, pero cada vez hay que rascarles más las entrañas para que aporten el antiguo y alimenticio sentido.
Semanas de huelgas, 
días huecos de paro, la derrota y el regreso a la mina con menos sueldo. Al final los despidos, al final, como siempre, la emigración a la prometedora América.

No sé si os haréis una idea de la película con lo que cuento, para que hagáis vuestra redacción, pero en todo caso, os perdono las canicas y los cromos.

La película es un canto al pasado, que nunca fue tan idílico como lo recordamos.

Yo soy ahora uno de los casi seis millones de parados de este país, y miro a los años cercanos y sé que tampoco fueron tan buenos como se nos han quedado en la memoria, y sin embargo, vistos desde aquí…

Entro en las administraciones y veo a los funcionarios dolidos, un poco displicentes, porque les quitaron la paga extra de Navidad. Entro en los comercios y noto un poco de rabia a los dependientes por tener que correr más por faltarles compañeros. Entro en los bares y el camarero me mira mal porque ya no rebotan las rondas, y en los restaurantes, si he de ir, porque no les pido postre y vino de la casa. Entro en la consulta y la mirada de mi médica me pone malo porque he cogido un vulgar resfriado, así que me curo en salud y me voy a adolecer a casa. Entro, en fin, en la biblioteca a pedir una vieja película de Jonh Ford, y me parece que la otras veces tan amable mujer, ya no me sonríe cuando me la da.

Y esto no tiene pinta de cambiar.

Y mirar hacia atrás tampoco me consuela, pues yo fui el que dejó  los valles y las montañas, el que vio a su madre desanudar el pañuelo en la madrugada y darle un billete  de quinientas pesetas azules de Zuloaga, y  aún la veo a veces deseándome suerte a los pies del coche de línea de la inmigración.

Y nunca me he visto volver a aquella casa, de familia numerosa, en donde los días no fueron tan buenos como las recuerdo. Y yo fui aquel que hubo de olvidar la perfumada caligrafía de Susana, y dejarla allí, para siempre en la niñez, mandándome mariposas moribundas con sus ojos.

Y ahora soy el que mira atrás, con un monólogo en off, el que escucha desde lo último de la mesa como el gobierno regaña con los sindicatos, y los sindicatos con los empresarios, y los empresarios se llevan sus millones a Suiza, y los Suizos hacen relojes baratos,  y los duques crean institutos poco nobles, y el señor Rodríguez Rato, aunque ahora está en Telefónica, no me llama nunca para decirme qué está aún por venir, aunque quizás es mejor que no lo haga...

Y hago ruido y carraspeo, y pienso en las Américas para bajar a las fauces de la lejanía a buscar el pan.

Pero no espero de nadie que me diga, ya sabéis: “Sí, hijo, ya sé que estás ahí”.

Ilustración de Soizick Meister.

Nunca había tenido yo la cámara de mis  expectativas tan a ras del suelo, para filmar las escenas de la película que nos toca vivir.

Ahora soy el que me tengo que decir a mí mismo, como me enseñó Savater en una tarde destemplada, que sigo aquí, que soy el que murmura con nostalgia, como tantos: “Qué verde era mi nómina”, el que tiene que callar ya y, a pesar de todo, seguir andando.









6 comentarios:

Anónimo dijo...

Malos tiempos Angel.Yo también tengo que escuchar comentarios como:no te quejes, que eres funcionaria,gracias que tienes trabajo,si hay que trabajar mas horas y si te van a quitar las pagas extras(aquí dos veces no la han quitado y encima nos cobrar un IRPF de lo que nos han quitado .............).No saben de los años que he tardado en tener una plaza,después de pasar numerosas oposiciones,aprender el catalán para poder trabajar y pasar unos exámenes de diplomado para arriba,de gastarme media paga en hacer cursos, que luego, algunos no valian para nada,de hacer viajes a Barcelona para presentar papeles,éste no vale, vuelva usted mañana, aparte de tener que arrastrar unos apellidos aquí mal vistos y la frase irónica siempre de TU NO ERES DE AQUI,en fin no me quiero estender.A mi nadie me ha regalado nada,todo ha sido la consecuencia de un gran esfuerzo de años.No me quejo,bajo las orejas y callo y me doy la vuelta porque soy como un montón de españoles y españolas que tiene miedo a quejarse,porque tenemos hipotecas,préstamos y hijos que mantener, a los cuales hay que alimentar.No me gusta mi pais pero me aguanto,no me queda otra,a pesar que en el fondo puedo estar contenta,aún puedo levantarme todas las mañanas y tengo el privilegio de decir,buenos dias, me voy a trabajar.

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Es elogioso tu esfuerzo durante años por conseguir una plaza opositada. Bien lo sé: yo mismo lo hice. Estás en Cataluña, amiga anónima, como, más o menos estuve yo. Pero te has sabido defender y establecer. ¿Qué te voy a contar de la vida que no sepas...? Este escrito es sólo una aproximación literaria a lo que ocurre, si es que ocurre, pues si no, son sólo palabras, palabras...ya sabes, esas que son de las pocas cosa que curan el alma....

Anónimo dijo...

Dura realidad la que nos toca vivir, Ángel. Por muchas carrera y mucho estudio que tengas está muy difícil conseguir trabajo. Si eres joven te piden una experiencia que no tienes y si eres mayor te piden juventud... Por desgracia el argumento de películas como ésta, basado en el S XIX sigue muy vigente hoy día.

Un saludo

Miguel Ángel

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

Gracias Miguel Ángel por tu aportación. Sí, es duro esncontrar trabajo. Tengo para mí que el modelo está agotado, que al igual que la sociedad del XIX hubo de olvidar el viejo sistema de producción con la Revolución indistrial, y los de finales del veinte con la Tecnológica y digital, en estos tiempos de Globalización no sé que sistema será para que tengamos trabajo todos. ¿Será como el servicio militar en Suiza y otros países, que van un mes al año cada ciudadano? ¿Así la renta de un país se divirá entre sus ciudadanos e iremos a trabajar por turnos un mes cda uno mientras compromos las cosas a China y las Asias emergentes...? BIen será así "entavía", y no como ha sido costumbre de organizar una guerra para no ya aligerar, sino suprimir nóminas. Un abrazo, amigo.

Club de Lectura dijo...

Muy buena entrada, nos ha gustado. Gracias.

Me gusta el cine dijo...

Me ha gustado, pues soy un incondicional de la película, para mi una de las diez mejores de todos los tiempos. Buen análisis, gracias.