Aunque el viento
sople en contra,
la poderosa obra
continúa:
Tú puedes aportar
una estrofa.
NO TE DETENGAS.
Walt
Witman
HOJAS DE HIERBA
Fotografía de la página de Facebook : "I love winter". |
Esta mañana, cuando me
desperté, la vida estaba a los pies de mi cama.
Ahí estaba, mirándome
aviesa, ofreciéndome las zapatillas entre sus dientes, moviendo la cola como un
cachorrillo.
¡Vaya! - me sorprendí- ¿pero ésta no se había extinguido ayer?
Anoche me acosté,
prudentemente, antes de las doce, que es cuando yo esperaba el demorado “Fin
del mundo”.
Y es que tiene su lógica, pues si yo fuera mundo, y hubiese
decidido involucionarme en un gran bostezo inverso, elegiría las doce (de la
noche) del doce del doce de la decena de
años de este siglo antojadizo.
Yo también mandaría un tuit terminal, para sentar precedentes, a lo papal, y se lo encargaría a Chiquito de la Calzada: “¡Hasta
luego Lucas!”
Muy inspirado el Santo
Padre al ser el primero de su estirpe en puriemplear al Espíritu Santo y
encargarle tareas de grácil pajarillo de Twitter. Me enteré que ayer fue ese
primer tuit triado, a los doce
minutos del día doce de…
Muy hábil también el Gran
Pastor al encarrilar por ahí nuestra salvación, pues tal vez así frenó las
ruedas del gran cataclismo que nos habían augurado. Quién puede afirmarlo, pero
lo que sí es cierto es que nadie, ni siquiera el más excelso comité de premios
Nobel, podrá nunca demostrar que no fue ese envío el que le espetó al
advenedizo fin de los tiempos su: “¡Tente, necio!”
Y ahí lo tenéis: tema
tremendo y un millón de seguidores en un suspiro, sin levantar una mano, que
fue sólo un dedo, sin tener que salir al balcón de la plaza con estos fríos,
sin tener que atizar la caldera de la devoción con las pesadas paladas de los
discursos, ni largas caminatas apostólicas por esas tierras de los hombres.
Son asuntos de fe, y a la
Fe le conviene el reposo… y creatividad,
y marketing extra teologal en estos tiempos nuevos y recién salvados.
La cuenta de Twitter del
Pontífice se la han creado y se la gestionan gentes españolas, y es que es una
vieja costumbre nacional: no arreglar lo de casa para ir a enmendar lo de
fuera…
Pero estaba en que me
había acostado anoche temprano a esperar la catástrofe. Entretenía su llegada
con cataclismos más livianos, más cotidianos, más de andar por casa como el
interminable diluvio de estupideces de la programación televisiva; el gran alud
de la soledad no deseada, las simas que se producen en las sábanas con los seísmos de la cama vacía,
la riña de los de abajo que se apedreaban de nuevo con las ruinas de su amor,
el tsunami de deseos arrolladores de las voces de la fornicación de los vecinos tras el tabique; los
espejismos del mañana, la sed que deja el pasado, la fatiga beduina del hoy y
el tener que cruzar una vez más el desierto de la noche; la entrada en la
abrasadora lava de los sueños…
Pero la mañana había
llegado fielmente un vez más, y me increpaba para que saliera de la cama. “Eh
tú, escribidor: ¿ Qué hay de la alegría que me debes…?”, me repetía mientras me
echaba los aparejos cameros hacia atrás como la madre más castiza.
Así que a la par que me
inyectaba el café negro, me
subía la tensión, y con ella me ascendían los
ejércitos de mi sangre cantando canciones de marcha y de alegría mañanera. Y lo
digo, aun a riesgo de que se piense que soy un “cantamañanas”, que es esa verbena de las ganas que nos entra cuando estamos descansados, porque tenemos el cuerpo bien
evacuado, porque hicimos los deberes amatorios o no, que ayer había dolor de
cabeza y eso también tiene su gustito, porque nos da el sol tierno del nuevo
día -como recién horneado- en la cara adormilada, porque nuestro júbilo recorre
nuestra pequeña casa como un crío un palacio en patinete, porque nos arrascamos
con fruición y nos sentimos en nuestro raído pijama como pontífices de nuestra
hora porque es domingo…
Así que me he puesto el
chándal y me he ido a correr por el día desembalado. Y es éste –no el de
vestirse la almidonada tersura de una mañana nueva, sino el de verme a mí
corriendo-, escena que no les aconsejo, pues es como ver a un Tiranosaurio Rex
haciendo esgrima. Si al menos fuese un Velociraptor, pues vale, que ese bicho
hubo de ser muy ágil y muy flexible y muy cortante incluso sin florete.
Y al ritmo del galope de
mi respiración he descubierto que estoy en donde tantas veces he deseado estar:
en el futuro. Ya ha venido el porvenir que tantas veces conjuré, he aquí sus
territorios, y heme aquí que no reconozco nada. Ninguna gloria de las que
auguré identifico en éste vasto páramo que es el futuro hecho presente.
Así que yo me he equivocado
también en los vaticinios propios.
Todo lo fiaba al tiempo,
todo lo bueno y excelso –por supuesto- que
me habría de acontecer. Y cuando se miran así las cosas, se sabe uno en una
catástrofe, en una del tipo de las cotidianas, una más de las livianas y
llevaderas.
Pero hoy me he dicho que
hasta aquí la mitad de mis días, y que en la mitad que me ha de quedar, no
soñaré con grandes logros, éxitos, amores, riquezas, y demás cosas
extraordinarias con que soñé para los días que ahora transito.
Que viviré otros 46 años,
me retuiteaba en mi cabeza al compás
de mis zancadas sobre el camino. Y que lo tendré en esta parte más fácil, pues
ya conozco a aquel desconocido que soy y que aniquiló al niño, al adolescente,
al joven y al hombre que fui. Y que ya sé lo que no he de hacer, y que sí lo
hago ya no tendré a quién echar la culpa
ni nada en lo que buscar escusas. Sé a las gentes que hay que evitar, y
con las que hay que sentarse a charlar junto a la lumbre. Sé que la soledad
tiene voces delicadas y florales, y la multitud silencios atronadores.
Sé que mi sabiduría es
poca y hueca, que mi orgullo es escarpado como cima demasiado lamida por las
ventiscas de mis errores, y sobre todo, que ni quien digo ser y los sueños que
proyecto son de fiar.
Y así, corriendo por el
campo, escuchando los oráculos de mi sangre, me he dicho que a partir de ahora
conjuraré asuntos sencillos, humildes, pero que cuando me sean dados los
acometeré con devoción, con comedida pasión, para hacerlos así extraordinarios.
Work from Pawła Kuczyńskiego |
Ésta es la estrofa que he
encontrado en el camino.
Ésta la calderilla con la
que saldo la alegría debida al día de hoy.
He regresado a casa, a
contarlo aquí, aún si pasar por la ducha y con el volcán de mi ánimo en erupción.
Pero será mejor que me
vaya, que ahora que al Papa le ha dado por restringirse a 140 caracteres, vengo
yo con esta parrafada, esta tamborrada mañanera, este cibernético sermón…
Perdón pido, pero son seis mil seiscientos y pico de pajarillos, digo caracteres, que se me han escapado de la jaula de mi alma trotadora.
"Tengo una jaula en el pecho", de Amancio Prada.
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