A mí, como hombre
de letras (cinco o seis de nuestro alfabeto castellano, nada más, y puestas
aquí y allá, no te creas), soy aficionado, advenido este tiempo, a escribir un
cuento de navideño.
Pero este año me lo
he encontrado hecho en la sección de “Obituarios” del diario EL MUNDO, del pasado domingo 13 de
diciembre. Me gusta siempre mirar esta sección de los rotativos, y no por
morbo, ni por, cómo me dijo un anciano por ver si aparecía su nombre por esos
despistes periodísticos, ni siquiera por la mala bilis de ver, como hacen
otros, si las barbas de los queridos enemigos han sido rapadas por la guadaña,
no: por nada de todo esto, sino porque en las crónicas póstumas de los
periódicos suelo encontrar mucha vida. Ahí me entero del adiós de tal
científico, o literato, o gran dama, o personaje de vida ejemplar del que nada
sabía.
Este ha sido el
caso de Evan Laversage, niño de
apenas 7 años que después de cinco luchando contra el Cáncer, ése maldito
componedor de necrológicas, falleció.
Vivía el niño en St. George, ciudad de 3.000 habitantes
al sur de Ontario, Canadá, e hizo que este año en su localidad la Navidad se
precipitara casi 2 meses. Ocurrió que el parte médico de Evan no daba
esperanzas al pequeño, y sus vecinos decidieron llamar a Papa Noel, echar sobre
los 18 grados del ambiente nieve artificial, ponen ya las luces titilantes por
las calles, despertar a los árboles sus frutos navideños, hacer una cabalgata
con siete mil personas, cantar villancicos, y no digo que a empezar a comer
turrón pues eso es hispánico…, pero qué leches, tal vez también.
Y el niño tuvo su
Navidad en octubre, la recordó todo noviembre, y el pasado 6 de diciembre se
marchó a un lugar aún más remoto que el Polo Norte.
La Navidad de Evan Laversage. Octubre de 2015. St. George, Canadá. |
Y ahora que Evan
nos ha regalado tan preciosa historia, espero no fastidiarla yo cono con las
letrillas que siguen.
Y esto es que se me
ocurre que en esta Iberia nuestra llevamos también meses anticipando Pascuas.
Hemos tenido largos días de cabalgatas anticipadas de Reyes Magos, barbosos
Noeles, duendes traviesos de larga coleta, algún que otro paje de impoluto
traje y corbata, e infinidad de cantarines coros por nuestras casas pidiendo el
aguinaldo electoral.
Unos nos contaban
cuentos, otros que se dejaran de fábulas y se ciñeran a las cuentas, ignorando
acaso que ambas palabras vienen etimológicamente del mismo vocablo: cómputo;
esa recolección de cosas, números, hechos, sueños, promesas, ay, desengaños…
Éstos nos sacaban
su turrón más duro, el que rompe los dientes de la esperanza social; los otros
un jijona blando y dulzón de los que dejan unas caries tremendas; aquellos nos
empalagaban con sus mazapanes, y los otros ofrecían unos polvorones que se
desmigaban que no veas.
Y nosotros ahí,
cogiendo de la bandeja familiar esto o lo otro, o mirando el blanco ovalado de
las peladillas.
Y he aquí que hoy,
domingo 20 de diciembre, todos vamos a dejar la carta pedigüeña de nuestro voto
en el gran calcetín de las urnas que nos
han puesto en la chimenea patria, por ver que nos echan esta vez los magos de
la política.
Yo he vuelto a
pedir una bicicleta nueva, pero no tengo muchas esperanzas de que me la
traigan, pero quien sabe.
¡Feliz Navidad Evan!
,y si andas por ese país de los sueños, mira a ver si me echas una mano, como
me la has echado en estos párrafos.
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