lunes, 4 de marzo de 2013

La tierra concernida



Todo es nuevo quizá para nosotros.
El sol claroluciente, el sol de puesta
muere; el que sale es más brillante y alto
cada vez, es distinto, es otra nueva 
forma de luz, de creación sentida.

"Sigue marzo"
Claudio Rodríguez




Primavera , del pintor norteamericano
 Grant DeVolson Wood, (1891 – 1942)
Reedición del 2 de marzo de 2014












Las gentes del campo saben que marzo es el mes de la liebre. 

Éste es el mes en que a estos animales huidizos parece que les bulle una fiebre; que se les rompen los resortes que las tuvieron encogidas bajo la tierra invernal, y sintieran que es el tiempo de brincar por el mundo sin consenso.

Los norteamericanos tienen una perezosa marmota para acotar el invierno, pero los ibéricos, haciendo honor al nombre, pues  como es sabido "Iberia" significa "Tierra de conejos", nos fijamos en los orejudos saltadores para saber que la primavera esta cercana.

Ayer me salieron al camino varias liebres, crías pequeñas, enaltecidas, y esto me gustó; me agradó que la naturaleza no desmienta todavía la sabiduría del terruño. Y digo “todavía”, porque con esto del cambio climático, los viejos refranes ya no predicen tan bien lo que los hombres habían aprendido del tiempo y sus azares estacionales.

Ahora nos los dicen, y se siente apocada la sabiduría de las viejas sentencias, como quien ve a alguien vestido con las ropas que no son las suyas,prestadas de otros corpus, como de ropería de beneficencia.

Por los demás, desde siempre, también, entre los humanos, la llegada de la primavera se advertía en unos seres no menos orejudos y saltadores: los poetas y escribidores como el que ahora te sale dando botes en tu camino, apacible lector.

He sabido que a Rimbaud le inquietaba el invierno. Y le asustaba no por sus rigores, parquedades y días estancos, que es lo suyo; sino, como dijo en “Una temporada en el infierno”: por su comodidad. 

Eso mismo le debe de pasar a la vida, cuando cada año viene a sacudir nuestros ánimos hibernados, como avisada por la bocina que soplara  el alguacil de los astros.

Rimbaud fue un poeta primaveral; mucho, tanto que podríamos decir que fue la gran liebre en los marzos de la literatura. Desde muy temprano, el terrible de Arthur anduvo por su tiempo haciendo lo que otro poeta, T.S. Eliot, dejó escrito en “La Tierra Baldía”, sobre lo que viene a hacer el mes de abril por nuestros pagos occidentales:

                                             “Abril es el mes más cruel, criando
                                              lilas de la tierra muerta, mezclando 
                                              memoria y deseo, removiendo 
                                              turbias raíces con lluvia de primavera. 

                                             El invierno nos mantenía calientes,cubriendo 
                                             con nieve olvidadiza, nutriendo 
                                             un poco de vida con tubérculos secos” 

Eliot escribió lo anterior en los tiempos de su fiebre inicial de poeta. Luego se puso sombrero de bombín, se hizo banquero y acaso le tocó hacer lo que hoy sabemos mejor que nunca que hacen los banqueros: remover turbios bienes raíces con primaveral lluvia financiera.

Pero estamos aún en marzo, el ventoso, que ya nos recordará la sangre la cuota de vida que le debemos al lluvioso abril, y la tasa  de nueva floración que le adeudamos al computo de mayo y al de la existencia.

Estamos todavía con Rimbaud, que con la afilada reja de su palabra, roturó la invernal poesía del siglo diecinueve. Luego, a los veinte de su edad, abandonó sus brincos, la literatura y se dedicó a traficar con los días. Murió a sus treinta y siete años, o, más bien, para seguir el hilo, se refugió en la temible comodidad de la muerte.Y desde entonces ha vuelto con cada adolescente, que es la manera en que la evolución pone injertos en el tronco de la vida; y en el baile de san Vito de las emociones de cada incipiente poeta; y en cada ser febril que no sabe trazar los surcos de sus sensaciones para repetir, como la primavera, el sempiterno parto de lo que quiere seguir existiendo. 

Así que cuando uno sale al campo en estos días, haciendo lo propio de un “soñador de caminos”, se encuentra a los campos haciendo un ensayo general, con vestuario,con todo el reparto, del que será el próximo estreno escénico de lo que acontece.

Ensayo general de la primavera en tierras de Aldeatejada, (Salamanca).
3 de marzo de 2013, foto propia. 

Y llegados hasta allí, se encuentra uno al mundo aún mohíno, como triste, un poco perezoso de tener que parir de nuevo lo mil veces parido, como receloso de abandonar el confort acolchado del invierno.El cielo esconde un poco su esplendor, luce en grises tímidos de mocita que no se cree su color, su tersura y su gracia. Las nubes, cuando el sol les falta, son borrones de tiza en el encerado de un horizonte de instituto de secundaria; el verde es un verde párvulo que se derrama en una sucesión de bocetos y garabatos de artista indeciso, novato.

No brotan todavía del paisaje los violines estacionales de Vivaldi, ni la florida sonata de Beethoven que suele recibir, más adelantado el tiempo, al motivado viajero silvestre. 

Campos de Aldeatejada, (Salamanca).
3 de marzo de 2013, foto propia.

Los árboles lucen aún su raspón, y queda para que los veamos como los vio un adolescente ebrio de hermosura, aquella manera que tuvo Rimbaud de ser zamorano, en la España cicatrizada de la posguerra incivil, en aquella rebeldía estética que tuvieron los campos de Castilla de ser Claudio Rodríguez.

Ayer fue domingo, y los domingos conviene que al ánimo le salgan estos ramajes verbales, que ya, ya se encargará su opaca tarde y el resto de los días de la semana de podarlos.Sentado en un alto, sobre roquedales raspados por el viento, miraba yo el paisaje con pose de un Unamuno avieso y contradictorio y, como no había pedido permiso a los académicos que le guardan el pose en la Historia, va a ser mejor que no se enteren. Me contradigo,digo, pues no había viento en mi mañana contemplativa y condescendiente, y apenas nada sonaba en mi visión. Cierto que alguna abubilla barría frenética la tierra del sendero, y puede que algún mirlo dejara en el aire la sementera de su canto; pero me faltaba la música. Lo que me retuvo durante horas, sobre la cátedra agreste de la piedra, fue la sutileza que apreciaba en el paisaje.

Un paisaje castellano, salmantino, que yo veía, diferente del “Tosco sayal de campesina” del que habla Antonio Machado, cuando se refiere la humilde primavera soriana de sus días; pero acaso con similares cuítas. 

El sayal charro que yo tenía ante mi era liviano , sutil y generoso: mis ojos saltaban como liebres de matiz en matiz, de lejanía a cercanía, del malva al siena, del verde crecido al verde desvaído, del deseo a la celebración, y mi ánimo se apropiaba de lo que sólo era aire prematuro y tierra ajena.

Y me sentía un poco ladrón, un poco mirón; pues el escribidor se sienta a ver lo que aró el agricultor esquivando la aguja del frío, lo que abonaron las lunas en sus gestaciones mensuales, lo que cebaron las lluvias que caen a menudo a destiempo y que siempre son foráneas, a gozar sin más lo que el largo desvelo de las estrellas tantas noches acunó.

Y si embargo, algo sé de arañar la tierra de parte a parte, de estercolar con el tridente de los deseos las cosechas propias, de pastar rebaños de sueños por los campos, de la labranza callada y taciturna que llena los silos comarcales.

Aunque, también, en estos tiempos yertos, baldíos hasta para la más optimista poesía declarada de políticos y banqueros, sé que no es de recibo llegar con estéticas paisajistas; con lo que está cayendo, con lo que queda por caer..

Sí, llego yo ahora, o cualquiera, como un dominguero de las letras, como un “Labrador de más aire”, del poeta grande y humilde Miguel Hernández, que fue gran perito en contarnos las primaveras de las letras.

Pero si estaba allí, es porque a mi alma (esto va a quedar un poco hinchado), lo que veía y sentía le concernía, como a cada palmo de tierra que observaba le concernía lo suyo, y allí donde asomaba el trigo, todo contribuía al crecimineto del trigo; donde la cebada descabezaba, a la cebada le daba sustento; donde la advenediza colza de nuevas siembras se adivinaba, allí prometía la tierra que será amarilla la visión; donde el pasto aún raso, ajustaba alto heno, donde barbecho decía reposo, donde la tierra enseñaba su desnudez hablaba de futuros girasoles que llegarían a regular el tráfico solar...

Y esta es la tierra que cada uno ve: la que le concierne; la de sus posibilidades, la de las esperanzas de sus siembras; el espacio donde cada cual alienta su simiente, lo propio, lo abonado con sus días, lo que fructificará, o no, para alimento de hoy y semilla de mañana; la siempre ajena tierra de los sueños.

Pero todo eso fue ayer.

Hoy, de aquello: poco, y donde la emoción y la esperanza dijo “Digo”, ahora parece decir “Diego”.

Hace frío ahora, viento desaforado viene, nubes atragantadas cruzan el cielo ajeno; es el cielo escrutado de los metereólogos, es la nubosidad variable y de los augures de la bolsa. Es, en fin, un lunes calámbrico, rencoroso, y como todos los lunes, con un eco de música que suena en otra parte. 

Me asomo a la ventana, y de lo que ayer me avivó, no veo apenas nada. Será que fue otra ilusión de escribidor; será que este gobierno nuestro está difiriendo el finiquito de este invierno, pensando acaso en suprimir la primavera - propensa a crecidas sociales- como nos suprimió el ánimo de la Navidad.

No se ve todavía a las golondrinas, y aún así, pues aunque las viéramos, hay un refrán (y éste si está en vigor) que nos recuerda: “Una golondrina no hace verano”...

Tal vez sólo sea que aún es invierno en el calendario; o que el “Invierno de nuestra juventud”, del que escribiera Shakespeare, es el que está instalado sin componendas en nuestro país; ese invierno de números, gráficos e informes baldíos u duros como lastras.

Y sin embargo, todo el hálito de lo vivo sobre la tierra ajena comienza ya a pedir más vuelo.

Y siempre, por estas fechas, lo siento, y yo lo veo, como si me concerniera; como si la función primaveral fuera conmigo.

Uno de los caminos, junto con el de Santiago - con el que se termina uniendo- 
más emblemáticos de España: el de "La Ruta de la Plata".
Tierras de Adeatejada (Salamanca) 3 de marzo de 2013, foto propia.




























  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es verdad que está mal el formato, pero es un bello texto que merece la pena leerse. Saludos de una lectora argentina.