Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea
largo,
lleno de peripecias, lleno
de experiencias.
Poema ÍTACA.
Konstantínos Kaváfis.
Lao Tsé, dibujo propio de 1994 |
Los antiguos chinos decían que: “Un viaje de mil kilómetros
empieza a la puerta de la casa”. Se lo había dicho Lao Tsé, si no me equivoco,
que como ellos era antiguo y chino.
Pero también les dijo que: “Sin salir de
casa se conoce el mundo”.
No son frases contradictorias,
aunque una la firmarían de buena gana los sedentarios, y la otra los “culos
inquietos”.
Son complementarias, en el sentido taoísta con que el físico danés
Niel Bohr eligió su lema para el escudo de caballero de la Orden del Elefante. “Contraria
Sunt Complementa”, puso el científico en una banda encima del conocido círculo
rotarorio y blanquinegro del ying y del yang.
Lo que tienen de común las
anteriores frases son su invitación al viaje.
Y sobre los viajes va esta
estrada, y no de filosofías queridas como la de Lao Tsé. Así que dejamos al
viejo del Tao en la grupa de un búfalo en su viaje, viendo cómo las mariposas aleteaban para que
preparar temporales a miles de kilómetros.
Hay una publicación que
resolvió de manera moderna, la aparente contradicción. Se trata de “National
Geographic”, que nació del sedentarismo inquieto de una pandilla de amigos el
27 de enero de 1888. Así que aquel día plantaron el primer pie en la historia, y
se propusieron llevarles los misterios del mundo, por unos pocos centavos, a los que eran más de
plantar sus posaderas en un mullido asiento.
Portada de la edición de enero de 1915 Fuente: Wikipedia. |
Ahora se celebran los 125
años de tan emblemática publicación, cuya edición en papel no deja de aumentar
su tirada.
Desde que la descubrí en mi adolescencia, he sido bastante fiel, y
pocas veces he desdeñado esperar en el andén del kiosco para embarcarme en los
viajes que me proponía.
Y es que el papel u otro
material editable, siempre ha sido un excelente soporte para el viaje. No sólo
para los mapas, no únicamente para los portuarios medievales ni para aquel
primer Mapamundi dibujado entre 1457 y 1459 por el monje Fra Mauro, y que por
su increíble precisión demuestra las dos frases taoistas con las que empiezo
este escrito: que desde un gabinete veneciano se puede conocer los miles de
kilómetros del mundo, y que para hacerlo sólo hay que empezar una línea con el
lápiz.
Y por una letra se empieza
un texto, por una palabra la maravillosa odisea de Ulises y por un párrafo las
mil y una noche de embeleso y salvación. Por una página comenzó Marco Polo a
surcar mares, desiertos y montañas, por un capítulo, y desde una celda
castellana, Cervantes comenzó a mostrarnos el alma de España.
Boceto de dibujo propio para la Cabecera de este Blog :YO VOY SOÑANDO CAMINOS |
A mí siempre me han
cautivado los viajes, y me hubiera gustado formar parte de aquella pandilla que
forjó el “National Geographic”, más que de la pandilla de ”Los Cinco” de mi niñez. Pero al igual que un
chiquillo se sube a un taburete para llegar a lo alto de la alacena y robar en
la lata de las galletas, yo me he aupado sobre los libros y revistas para
viajar más de lo que lo he hecho.
Pero en mi juventud, allá
en el pueblo, allá en Sequeros, formé parte de una pandilla exploradora.
No descubrimos las ruinas
del Machu Piccchu como hizo el “National Geographic” en 1911, pero pasamos por muchas
montañas todas llenas de las gradas de los bancales que, ahora sí, están en ruinas.
No llegamos al Tíbet, pero subimos hasta el santuario de la Peña de Francia y
lo que vimos nos pareció sagrado. Hicimos caminatas hasta el Monte del Castillo,
en la Sierras de las Quilamas donde no hayamos más que un reguero de piedras de
la vieja fortaleza y un viento susurrante de viejas leyendas moras.
Exploramos
las minas romanas no lejanas al pueblo, e hicimos muchas leguas para conocer los Castillos de Monleón, de
Miranda, de Granadilla. No descubrimos las fuentes del Nilo, pero sumergimos nuestra juventud en muchos ríos: en el Francia,
en el Alagón, en el Cuerpo de hombre…en muchos riachuelos, y bebimos en cada
una de las fuentes de los lugares en los que entramos.
Recuerdo haber visto un
día un lobo y sentir el ancestral miedo que el hombre le tiene. Recuerdo una
tarde mística en las ruinas del abandonado convento de Gracia de San Martín, y
la extraña cercanía que me aportaban las “Cabras pintás” del Valle de las
Batuecas.
Chema, Antonio Ángel y yo en el Valle de las Batuecas. Año 1988. |
Éramos unos pocos
inquietos que andábamos de acá para allá.
Éramos José Carlos, alias Lucas,
alias “El de la Mochila”, estudiante de Geografía e Historia en Salamanca y el
que nos guiaba con los mapas cartográficos del ejército.
Era también Chema, que
tenía un caballo, pinta de vaquero yanqui, y era exquisito fumador de Camel.
Era Toñito, que
nos traía de la ciudad lo último de ACDC, música buena para incendiar las
noches en las Cabezuela. Era Agustín con su insobornable optimismo, era Tote,
era Juan Luis, y Fernando y Antonio Ángel con su buena predisposición para
todo, y otros que se me han perdido en los senderos de
los años.
Era la vida, era nuestra
juventud, eran nuestras andadas para descubrir lo recóndito que la vida esconde en cada generación.
Sharbat Gula, muchacha afgana. Fotografía de Steve McCurry 'spara National Geographic. 1985. |
Acaso ninguno encontró nunca
chica con los ojos de Sharbat Gula - la muchacha afgana que un día fotografiara
Steve McCurry 's para la portada del “National Geographic”- pero todos supimos
de la belleza y del espanto que provoca
la mirada del amor.
A menudo nuestras madres,
o los otros muchachos del pueblo, cuando les hablábamos de nuestras próximas
rutas, no decían que para qué, que para qué tantas fatigas para entretener los
días.
No conocíamos la frase con la que respondió Mallory cuando también le
preguntaron que para qué subir al Everest. El dijo: “Porque está ahí”, y acaso
nosotros sin decirlo y sin saberlo, nos respondíamos lo mismo.
Luego cada uno hubo de
seguir en solitario el camino de verdad. Algunos dimos el primer paso que nos
alejó de casa para siempre, otros se quedaron en el pueblo mirando el mismo
horizonte, oyendo el rumor de la misma fuente, y se hicieron irónicos y sabios como
viejos taoístas.
Algún verano nos volvimos a sentar en los poyos de la plaza, y
acaso hablamos de nuevas excursiones, de seguir viendo humildes maravillas de
nuestra tierra, del mundo que, como siempre
estaban ahí.
Pero nunca más, pues los
que ya no estábamos éramos nosotros, los que fuimos.
Entonces hablábamos, y en
nuestros silencios, descubríamos cada uno en el otro los sueños sumergidos, allá,
en el océano de lo vivido, como un día descubrieron las ruinas del Titanic. Y es que los sueños
que metemos en las mochilas de la juventud son como aquel buque: exagerados y
descuidados con lo imprevisto.
Mallory pereció en su
intento de ser el primer hombre que coronase el Everest. Falleció en 1924 a metros de la cumbre y tal vez no la coronase
nunca. Hay quien le concede esa gloria; algunos pocos que se la niegan. Si
subió la montaña, nunca la bajó, pues entre las nieves se quedó 75 años, y en
cuestión de montañismo, es un detalle importante.
Que diga que el viaje es
una alegoría muy adecuada para la vida, no dejará de sonar a trillado.
Hace poco me he enterado
de la muerte de uno de aquellos compañeros de caminatas serranas. Puede que haga
más de un año cuando vi a Chema por última vez. Fue en la ciudad, donde comenzó
a venir a menudo por asuntos médicos. Le habían diagnosticado cáncer. Un par de
meses antes había estado con él en la plaza de Sequeros fumándome con
parsimonia rural uno de sus camel, hablando y callando también de nuestras
cosas.
Es la muerte, ésa que echa
el primer paso de su viaje con nosotros con nuestra primera bocanada en el
mundo, e incluso antes, ya en el vientre de nuestra madre.
Es esa que habremos
de conocer sin salir de casa, pues como relata uno de los cuentos más antiguos
que se conocen, nos viene siempre a buscar.
El cuento es cuestión dice más o
menos así:
<< Un criado comenzó a volver al
palacio de sus compras en el mercado de la ciudad con mucho temor. Su señora se
lo notó y le pregunto la causa. "Cada día veo a la muerte que me mira fijamente entre
los puestos", respondió el hombre. La señora, para tranquilizar a su criado, le mandó a otra de sus
casas en Bagdad. El criado tomó un caballo y hacia allí cabalgó. La señora se fue ese
mismo día al mercado y al hallar a la muerte le inquirió por ese acoso a su
sirviente. “No era acoso-dijo la muerte-
sino asombro, pues me era raro verlo aquí cuando tengo una cita con él en
Bagdad esta noche…”
Ahora que voy descendiendo
la montaña de este escrito, pienso en Chema y en otros que me acompañaron un
trecho en el camino, y en la efemérides de los grandes caminantes del “National
Geographic”, y en Lao Tsé, y en el recuerdo que es ese mapa maltrecho con que uno intenta seguir la ruta.
Y en fin, poco me queda que
añadir.
Que me quiten lo andado y
lo pedaleado. Que sigo la excursión de
este blog. ¿Por qué, y para qué?, me dicen algunos. Porque –respondo- como ha
de decir todo escribidor que quiera seguir siéndolo, tú, lector, estás ahí.